LA PICÁ DEL MUERTITO... O CÓMO PASAR LAS PENAS A LA SALIDA DE UN CEMENTERIO

"La Picá del Muertito" en sus años de inicio. Imagen histórica expuesta en el propio local.

Coordenadas: 18°31'09.0"S 70°10'28.9"W

Diría que este sitio tiene muchas analogías con el caso del célebre Quita Penas del vecindario del Cementerio General y el Cementerio Católico en la capital. Y aunque en el caso ariqueño no se trata de un refugio de tantos años como el que ostenta Santiago, también corresponde a uno de los sitios más tradicionales y pintorescos de su región, ubicado en calle Los Yaganes 165 del kilómetro 12, casi exactamente al lado del Cementerio de San Miguel de Azapa (uno de los más antiguos de Chile, según la creencia), cerca también del museo y la parroquia. Goza de una fama que ha trascendido fronteras, y me consta que atrae visitas internacionales.

 

Ha habido varios restaurantes interesantes en este sector del valle, en San Miguel de Azapa, como La Casona, tradicional el Ukhama'u o el Doña Juanita, ubicado este último a un lado del que nos interesa. El lugar es corrientemente abordado por turistas tentados con el enorme atractivo histórico local, conjunto en el que La Picá del Muertito  se ha constituido como parte principal de la oferta, un clásico ya, con su sala al estilo de fonda campesina de piso sólido, con administración familiar y un aire que, en general, no es muy distinto de otros boliches parecidos que se pueden hallar por todo Chile, aunque también hay en él algo de la influencia local aimara dominante en la zona.

A pesar de compartir tan explícitamente esa convivencia con el mundo mortuorio que se observa en muchos rasgos costumbristas o folclóricos de nuestro país, en este local fundado hacia 1975 todo está decorado con globos y banderas chilenas, como al estilo dieciochero de Fiestas Patrias. El techo rústico de tejido con esteras de totora hace que se ilumine con chispas de luz del día el fresco interior cómodamente sombreado del local, aprovechando las bondades del clima ariqueño. Al mismo tiempo, suenan por los parlantes tonadas de campo, cuecas, música del folclore nortino y hasta algunos toques populares como Leonardo Favio. Hay ocasiones en que la cosa se pone más bailable, con grupos de música en vivo.

Los platos más conocidos de esta cocinería y que pasean en las manos de los varios mozos entre mesa y mesa, son el picante de guata, costillar a las brasas, carne mechada, lomo al disco, pastel del choclo, cerdo al horno, cordero al jugo, cazuela y otros típicos de los recetarios criollos chilenos, todo a precios bastante convenientes y con una pequeña delicadeza a cuenta de la casa: un vasito de aperitivo elaborado con las exquisitas frutas de la zona. 

Llama la atención el volumen de los mismos platos, además: al pedir un pollo al horno, por ejemplo, el comensal recibe uno con dos piernas completas del ave (trutro corto y largo en cada una) más dos acompañamientos, como puré y ensalada a la chilena. Garantía total de salir satisfecho desde allí, entonces. Y aun si así no bastara, hay una carta de sanguchitos, picarones, empanadas y una sopaipilla-queso bautizada sopaiqueso, además de onces con té, leche y café. Para beber: vino, cerveza y jugos naturales.

 

La Picá del Muertito fue fundada a mediados de los setenta por el matrimonio de Jaime Tapia Herrera y Aminta Lobos, ambos hijos de pirquineros y venidos desde Vallenar hasta esta tierra del Valle de Azapa. Don Jaime había sido el primer administrador del vecino cementerio cuando este pasó a manos municipales, y doña Aminta fue una reputada cocinera de la Parroquia de Emaus cerca de Las Maitas, experiencia que le sería de gran provecho después en el restaurante y que le permitió también irlo dando a conocer entre los fieles. Ambos pudieron "parar la casa" en un terreno que les fue facilitado por las autoridades de entonces y donde ahora tienen su residencia y la picada adjunta.

En sus labores en el cementerio, don Jaime notó la falta de un local donde los cortejos y los deudos de los fallecidos pasaran a concluir la despedida de sus seres queridos, tras cada funeral. Fue a partir de esta observación que decidió fundar un negocito que, en sus inicios, era una especie de expendio y sala de té llamada Coral. Allí se ofrecía té, café, sopaipillas, picarones y bocadillos parecidos.

La demanda sube y la oferta también, incorporando comidas. En esos difíciles y laboriosos comienzos, parte de la provisión de carne le era "fiada" a crédito al matrimonio por granjeros de la zona, como Rogelio y Elena Céspedes, modestos criadores de gallinas y cerdos. El local fue creciendo con la clientela y así llegaron los pollos asados, chanchos al horno, las empanadas y otras ventas.

Al poco tiempo, la carne que necesitaban para la cocina alcanzaba cientos de kilos y las ganancias permitieron ir agregando nuevos implementos al negocio. Alojado entonces en poco más que una ramada y con mucho material ligero, era un sitio muy campestre: con pollos paseando en el patio, pajaritos cantando en el techo y quizá algún gato mirándolos con cara de apetito entre las mesas.

Desde entonces, la picada va viento en popa: no solo se llena en los veranos, sino también en fines de semana largos y en el Día de los Difuntos de cada noviembre. Un tiempo después, un gran cartel señalaba su definitivo nombre: La Picá del Muertito, denominación que una leyenda urbana atribuye al apodo de Picada del Muerto o Picada de Muertos que se habría ganado connaturalmente entre la gente, por su ubicación estratégica al lado del camposanto. Otros aseguran que lo motejaron alguna vez como La Tumba o El Cementerio Chico.

Los Tapia Lobos, sin embargo, decían que el negocio se había llamado en aquella época La Picada, y que fue por un arranque de creatividad y sugerencia de un cliente que decidieron cambiarle el nombre a La Picá del Muertito, que mantiene hasta ahora. Empero, hay quienes parafrasean aún el título del restaurante, diciendo que esta picada es "para muertos de hambre", por el volumen de sus platos.

 

 

Con aquel crecimiento asegurado, vinieron después las paredes de caña trenzada y el techo de totora, seguido de ampliaciones, decoración costumbrista y ventiladores. Las mesas y sillas eran de madera, no tan nuevas y comerciales como las de ahora. "Atención todos los días del año", es desde entonces su lema, escogiendo por símbolo a un difunto que sale de un cajón con un tenedor en las manos... Algo quizás que alegrará el corazón a los seguidores de la zombiemanía que todavía existe en el mundo del cine y las series televisivas.

Como no podían faltar, además, rondan historias de exempleados y clientes sobre la presencia de extraños sucesos en aquellos años, como fenómenos de movimientos de piedras del antiguo suelo del local, hasta que este fue cubierto por el actual piso de cemento. Estos fantasmales sucesos se interpretaron, entonces, como que las ánimas del cementerio de al lado iban a celebrar a la picada, festejando su presencia allí.

Las fotografías cerca del acceso a la gran sala única y llena de mesas con manteles coloridos, demuestran que el local también ha sido visitado por la farandulilla: las imágenes testimonian la presencia allí de Tonka Tomicic, el fallecido Felipe Camiroaga y Mario Kreutzberguer, Don Francisco. Supe que han pasado por aquí también el comentarista deportivo Julito Martínez, la actriz Ángela Contreras, el comediante Daniel Vilches, los cantantes Buddy Richard y Pedro Messone y hasta el general Augusto Pinochet Ugarte con su comitiva en alguna época, ya en retiro por esos días y justo cuando se preparaba para su bullado y calamitoso viaje a Londres.

El conocimiento sobre este refugio chilenazo se ha ido expandiendo al mismo ritmo de su éxito, llegando a atraer turistas europeos que, de algún modo, se enteran de su existencia. El año pasado, además, en un concurso con votación online organizado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes para elegir las mejores picadas de Chile, La Picá del Muertito sacó el cuarto lugar nacional.

Cabe añadir que don Jaime siempre se sintió agradecido de su comunidad de vecinos, razón por la que tuvo importante papel en la fundación, en 1996, de la Primera Brigada de Bomberos de San Miguel de Azapa, pues las distancias siempre dificultaban la llegada de los voluntarios desde Arica hasta las emergencias de este sector en el valle. Se dio por constituida la compañía con sede en el mismo local de La Picá del Muertito y, al año siguiente, esta disputó con los ariqueños y ganó  un carro contra incendios Ford 900, donado por el Rotary International Club de Falconer en New York, Estados Unidos. Junto a un viejo carro de bomberos Chevrolet 4400, este camión de bomberos se encuentra hoy en la entrada a la carretera del camino hacia el cementerio, en un cuartel propio y espacioso para la brigada, bajo cuyo galpón se ven modernos vehículos de emergencia que reemplazaron a los anteriores. Está numerada como la 7ª Compañía de Bomberos y lleva inscrito en su fachada el nombre de su fundador y director Jaime Tapia Herrera, con el lema "Honor, Lealtad, Servicio".

Así pues, La Picá del Muertito, además de ser un importante hito en la tradición folclórica y culinaria de San Miguel de Azapa, señala un importante hito en la historia del poblado, en varias dimensiones y aspectos.

Atendido por sus dueños y con la administración actualmente timoneada por el hijo de estos fundadores, don Jaime Tapia Lobos y familia, La Picá del Muertito constituye quizá el más famoso local de este tipo de la Región de Arica y Parinacota, volviéndose visita obligada no solo para quienes despiden a sus difuntos en el cementerio, sino para todo aquel quine -lleno de vida- ponga un pie en el esplendoroso Valle de Azapa.

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