LA LEYENDA URBANA DE LA "CASA DE PEDRO DE VALDIVIA" EN SAN PEDRO DE ATACAMA

Coordenadas: 22°54'39.7"S 68°11'59.5"W

Uno de los inmuebles más antiguos de la turística localidad de San Pedro de Atacama, en la Provincia del Loa, se ubica exactamente al lado de su Plaza de Armas. Está en la manzana oriente, por la calle Toconao llegando a Gustavo Le Paige.

Corresponde a una casona con métodos de construcción que fueron muy tradicionales en la zona, con paredes de adobe sobre quincha, vanos de marcos de madera vetusta, vigas de troncos en el cielo y techo en dos aguas, con ramas y pajas cubiertas de barro. Interiormente, tiene muros de piedra en un eje estructural y divisores de espacios, con puertas trapezoidales y perfiles de madera en las puertas que aún resisten el uso y el peso.

Salta a la vista que se trata de uno de los edificios más antiguos que se conservan en aquel sector, incluso más que la iglesia y las arcadas, que por sí mismos ya son de los más viejos y originales de San Pedro de Atacama. Sus proporciones entre tanto volumen, sin embargo, la deja un poco deslucida en la competencia de la percepción del viajero. No destaca demasiado del resto, en consecuencia.

La tradición y el folklore local, sin embargo, le dan un papel protagónico en la historia del pueblo: han dicho desde antaño que este inmueble se remonta a la llegada misma de los españoles al poblado primitivo, que había sido conquistado y asimilado administrativamente en el Tawantinsuyo menos de un siglo antes por las incursiones incas, hacia el año 1450. Correspondería, según aquella creencia, a una casa de don Pedro de Valdivia, que solicitó construir a don Francisco de Aguirre antes del arribo del conquistador de Chile allí, hacia mediados de 1540, para alojar durante la travesía rumbo al Sur.

Antigua fotografía de la llamada "Casa de Pedro de Valdivia" en San Pedro de Atacama. Fuente imagen: blog Imágenes de Chile del 1900.

 

Históricamente hablando, el antiguo centro administrativo inca en el oasis, estaba específicamente en el sector de Catarpe, al Norte del Pucará de Quitor, su bastión defensivo. La expedición de don Diego de Almagro pasa por este lugar en 1536, primer contacto de los habitantes nativos con los españoles. Posteriormente, sirviendo como adelantado de Valdivia, llegará allá Aguirre, encargándose de los preparativos para recibir a la nueva caravana de camino desde el Cuzco hacia Chile, logrando someter a los indígenas hostiles fortificados en el pucará y, a continuación, construyendo aquella supuesta casa de alojamiento que sigue en pie junto a la plaza.

Entrando en detalles, Aguirre había servido como subalterno en las expediciones de Pedro de Candia, Pedro Anzúrez y Diego de Rojas. Sin embargo, a pesar de fracasar éstas, fue escalando jefatura hasta quedar a cargo de las mismas y lograr reunir unos 15 jinetes y diez arcabuceros y ballesteros, con los que venía regresando desde Tupiza para reunirse con Valdivia en el poblado de Atacama. Allá, Valdivia esperaba hallar comida y espacio para acampar, su razón para enviar como adelantado a Aguirre. Sin embargo, sabiendo que aquellos territorios al Sur del río Loa le habían sido asignados Sancho de la Hoz, Valdivia esperaba el arribo de éste, circunstancialmente convertido en su socio obligatorio de descubrimiento y conquista, encontrándose ambos en el oasis.

Durante dos meses, Aguirre había esperado pacientemente que la expedición de Valdivia por fin apareciera en Atacama. Además de reservarles un espacio y conseguir la sumisión de los nativos, requerimiento que aseguró con la decapitación y exhibición de las cabezas de 300 infelices en el tras la toma del Pucará de Quitor, había ido reuniendo para ellos provisiones y mucho maíz. Cuando Valdivia llega finalmente allí, las precauciones, hombres adicionales y pertrechos que había conseguido el adelantado, prácticamente salvaron la expedición y lo que iba a ser la sacrificada empresa de conquista de Chile.

De acuerdo a la tradición, sin embargo, la señalada casa a un costado de la plaza que existía desde los primeros tiempos de aquel cuadrante urbano, habría sido parte de los trabajos y preparativos de Aguirre para recibir a la caravana de Valdivia, y se la estimó por tal con casi pleno convencimiento durante mucho tiempo, incluso el de historiadores y académicos de alguna época.

 

El hecho, sin embargo, es que aquella creencia es un error: el inmueble nunca fue de Valdivia, ni construido para él por Aguirre, ni ocupado por el conquistador como su lugar de hospedaje en el oasis. Por el contrario, corresponde a una casa incaica, del período urbanístico que dio forma y característica al pueblo ya tomando algunos tintes mestizos, manteniéndose hasta ahora tal característica arquitectónica aunque con rasgos incorporados en la llegada de establecimiento de grupos españoles que vivieron allí y no sólo fueron de paso, ya hacia la década del 1590-1600.

La observación que han hecho los expertos sobre el caserón, como Agustín Llagostera Martínez en "Los antiguos habitantes del Salar de Atacama: prehistoria atacameña", indica que se trataría éste de un típico patrón de influencia incaica, de planta rectangular, con el muro central de soporte axial y techo a dos aguas. Los vanos trapezoidales, las hornacinas y las disposiciones de las ventanas, ha sido definidas como propias de aquella arquitectura incásica. Y si a esto sumamos las dudas que expresan eximios arqueólogos nacionales, como Lautaro Núñez, sobre la relación cronológica entre la casa y los años de Valdivia cruzando el desierto, no queda mucho de que asirse para defender la idea de que fue construida para hospedar a la caravana conquistadora.

Cabe recordar, además, que el oasis tuvo después del paso de los adelantados, una parroquia dependiente del Arzobispado de Charcas, y que fue denominado Atacama la Grande o Atacama la Alta, para distinguirlo de Atacama la Baja, correspondiente a San Francisco de Chiu Chiu. Sin embargo, como el patronato del pueblo fue confiado a San Pedro, pasó a ser con el tiempo la localidad de San Pedro de Atacama, cuya administración colonial quedó a cargo del Corregimiento de Lipes.

El establecimiento del templo religioso parece haber sido urbanísticamente fundamental para la definición de lo que hoy es el centro del poblado, precisamente en donde está la casa. Se cree que sólo entonces, ya con los primeros hispanos que vivían allí, dicho centro urbano del oasis y la plaza comenzaron a aparecer en el entorno del antiguo templo, mucho después de la estadía de Valdivia.

No está por demás comentar que, como la arquitectura dominante de San Pedro de Atacama es propia de fines del siglo XVIII, se propone también que todo el pueblo actual es producto de las renovaciones habitacionales y reconstrucciones dirigidas por el Corregidor Francisco de Argumaniz, entre 1770 y 1775. Hasta entonces, las residencias y edificios de San Pedro de Atacama no estaban concentrados en un barrio o núcleo, sino dispersas sin mucho orden ni lógica urbanística.

Lo anterior no sería obstáculo, sin embargo, para que la casa de marras pudiese haber sido usada por los últimos corregidores o gobernantes españoles en la zona, opinión compartida por el sacerdote e investigador Gustavo Le Paige. Y quizá desde allí provenga el mito de que se remonta a la época y estadía de don Pedro de Valdivia, compartido por el propio religioso fundador del museo local.

En efecto, el padre Le Paige creía tozudamente en el mito de la casa, arreglándoselas con la Municipalidad de San Pedro de Atacama y grupos de conmemoración histórica, para colocar una placa memorial de bronce empotrada en sus muros, en 1975, la que aún existe y en la que se señala con una inscripción:

CASA DE PEDRO DE VALDIVIA

FRANCISCO DE AGUIRRE CONSTRUYÓ ESTA CASA POR ORDEN DE PEDRO DE VALDIVIA ANTES DE SU LLEGADA A SAN PEDRO DE ATACAMA EN JUNIO DE 1540.

Justificando la colocación de esta placa y su contenido, Le Paige escribiría después en las publicaciones suyas producidas desde el museo ("Placas conmemorativas en históricos de San Pedro de Atacama. Casa de Pedro de Valdivia", publicado en la revista "Estudios Atacameños" N°3, de 1975), refiriéndose a lo que consideraba "evidentes" datos históricos sobre aquel inmueble:

Francisco de Aguirre había recibido la orden de llegar lo más pronto para recoger los víveres necesarios, y proseguir la expedición; lo hizo construyendo también una casa, pues sabía que necesitarían varios meses para reunir lo necesario para 85 españoles más los auxiliares indígenas del Perú y del altiplano, y la propia protección para el jefe de la expedición, quien viajaba con la única mujer de la conquista: Inés de Suárez.

El día siguiente de su llegada a San Pedro de Atacama, Pedro de Valdivia recibió la visita de dos estafetas que provenían de Chiuchiu, donde había llegado Sancho de Hoz, y éstos comunicaron que en la noche éste había forzado su carpa para matarlo, ¡encontrando solamente a Inés de Suárez! Pedro de Valdivia regresó de inmediato a Chiuchiu para tomar preso a Sancho de Hoz y llevarlo a San Pedro de Atacama y proteger a Inés, justificando más todavía la necesidad de esta casa. Pero lo encontró en el camino, traído preso por sus hombres que él había dejado en Chiuchiu.

Y poco más allá, previendo quizá que su repaso no iba a bastar del todo para convencer que esta casa era, efectivamente, aquella hecha para alojar a Valdivia durante su estadía en el pueblo, el sacerdote concluye:

Algunos dirán que los textos no son tan claros como lo estamos escribiendo; a esto contestamos que la Historia tiene dos fuentes: los textos y la tradición. Esta tradición existe sin interrupción. A pesar de la utilización de esta casa para otros fines, durante siglos, todos en San Pedro saben que fue la casa de Pedro de Valdivia. Al Gobierno le corresponde salvarla y conservarla por medio de instituciones científicas como el Museo de San Pedro, de la Universidad del Norte.

Si bien el esfuerzo de Le Paige parece haber servido para que pudiera conservarse hasta nuestros días, muchas guías turísticas y trabajadores de los tours prefieren hablar de ella como la Casa Incaica, por las ya revisadas razones. Otros, sin embargo, se resisten a abandonar el mito: a pesar de la falta de sustento de esta leyenda urbana, varios trabajos publicados y sus reputados autores continuaron cayendo en la fábula, seducidos por el perfume encantador que suelen tener las creencias populares.

En la conservación del inmueble durante aquellos años, participaron el mencionado Museo de San Pedro de Atacama, la Universidad del Norte y la Municipalidad. Ya entonces había voces críticas por los usos que se le estaba dando al mismo sitio, por lo general arrendado a comerciantes, según entendemos.

 

Por Decreto N° 5058 del 6 de julio de 1951, la Iglesia de San Pedro de Atacama, tan cercana a este caserón, había sido declarada Monumento Histórico Nacional. Después, por Decreto Supremo N° 2344 del 28 de marzo de 1980, el pueblo de San Pedro de Atacama fue declarado Zona Típica, quedando sus tradicionales inmuebles centrales bajo protección y vigilancia del Consejo de Monumentos Nacionales. Posteriormente, por Decreto N° 311 del 15 de julio de 1994, el área de la Zona Típica fue ampliada.

En esos mismos años noventa, sin embargo, la casa había estado cerrada al público por el daño y los desmoronamientos de las vigas del techo. Tras una importante restauración, fue reabierta, pero destinada principalmente al comercio y algunos servicios para los viajeros. Este uso ha sido autorizado por la Municipalidad, pues corresponde a su competencia, mientras que la mantención de la infraestructura corre por cuenta del Consejo de Monumentos Nacionales.

El que ahora esté siendo utilizado este histórico espacio por una tienda de recuerdos, cerámicas, productos típicos y tejidos, es algo que ha llamado la atención de algunos críticos e incluso ha generado protestas en la prensa. Sin embargo, corresponde decir que los actuales locatarios son bastante abiertos a la curiosidad del público y permiten al visitante recorrer el caserón sin problemas, tomando fotografías. Dudamos que la casa estaría mejor con sus puertas cerradas e inaccesibles, como lo estuvo durante años.

Aunque claramente podría aprovecharse mejor un espacio de semejante valor cultural, turístico e histórico, si acaso existieran las voluntades e iniciativas correspondientes para ello, tenemos plena seguridad de que los infaltables críticos no preferirían volver, entonces, a la época en que este admirable inmueble incaico estaba decadente y durmiendo el sueño de los justos, sin la menor cortesía para el público.

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