LA BOMBA BAR: UNA EXPLOSIÓN DE TRADICIONES EN LA HISTORIA VALDIVIANA

Coordenadas: 39°48'55.3"S 73°14'39.2"W

Las mejores botellas de vino y cerveza en Valdivia se han conversado por décadas entre vapores de empanaditas, allí en la céntrica dirección de Caupolicán 594 haciendo esquina con la calle Arauco. Esto es a medio camino entre la Plaza de la República y el concurrido Mall Plaza de los Ríos, en un sector cercano también a un grupo de hostales que los buenos viajeros sabrán recordar.

La Bomba no ha sido el único boliche de Chile en ostentar semejante nombre: se recordará al caso de Santiago, con un clásico del calle Puente ya desparecido; o el ariqueño, de un restaurante así denominado también por compartir dependencias de un cuartel de bomberos. El caso valdiviano, sin embargo, resulta mucho más pintoresco, obligándome a hacer una parada en él durante este verano de 2022 y dejando mi bicicleta guardada en un pequeño patio, casi al final del pasillo de ingreso. Intuyo a tiempo que mi visita será de largo rato y tomo todas las precauciones al respecto.

Conocido más exactamente como La Bomba Bar en nuestros días, el título de la cantina y restaurante está señalado en un gastado cartel de madera en la fachada, además de otros más modernos colgando en el mismo sitio. Se llama así, justamente, porque su primer dueño habría sido un voluntario de bomberos, hacia el año 1958 según calcula doña Liliana Baeza, actual propietaria. Se sabe con certeza que el establecimiento ya existía para los días del trágico terremoto de 1960, existiendo en un anterior inmueble de calle Camilo Henríquez, cercano a la actual dirección.

El imponente edificio neoclásico germánico y de dos pisos que ocupa, en tanto, es la alguna vez llamada Casa E. Westermeyer, del año 1903 según se lee en lo alto de su antigua veleta. Por sí solo es uno de los santuarios culturales más valiosos de esta patrimonial ciudad, acaso el lugar perfecto para acoger a uno de los bares más tradicionales de toda la Región de Los Ríos y la más antigua que aún existe en tierra valdiviana, según me dicen. Este mismo sitio de calle Caupolicán ya habría sido residencia a la vez que restaurante en algún lejano tiempo, antes de establecerse allí el negocio fundado por el bombero.

Aquel primer dueño siguió a cargo de La Bomba hasta que lo tomó el señor Nelson Eduardo Baeza, padre de los actuales propietarios, junto con un socio. Don Nelson continuó arrendando el inmueble a los Westermeyer para mantener allí el bar y restaurante, pero con el tiempo acabó comprando la propiedad por leasing y timoneando la totalidad del establecimiento. El dueño anterior del edificio se había quedado residiendo en el lugar, ocupado con su familia el segundo piso, pero al pasarlo a manos de Baeza se retiró. Doña Liliana asegura llegaron a instalarse en este sitio hacia 1967 o 1968.

La familia del nuevo propietario del edificio pasó a ocupar así aquel segundo nivel, algo que hace hasta ahora. El primer piso, en cambio, ha sido enteramente destinado al restaurante que conservó su nombre original: pasillos, salas convertidas en comedores, cocina hacia el fondo y un salón con el bar hacia el frente, llamado "la cantina" por los propietarios. Recorrer entero este establecimiento fue una licencia que nos permitió ahora Consuelo Baeza, bella y atenta joven a cargo, nieta de don Nelson. Ella me pone a tanto de la voluminosa historia de este sitio, por supuesto: tanto en sus aspectos patrimoniales como los del negocio mismo y que acá he descrito.

La Bomba es hasta hoy un cuartel con características y ambiente risueño de "picada" popular, en donde la especialidad culinaria es la comida típica y casera, servida entre mesas medianamente cojas y algunos televisores encendidos en las pareces. Por esta razón, no lo creo recomendable a personas que presuman de refinamientos o los infaltables aguafiestas buscadores carta de pastiches a le franchute. Dicen que sus cazuelas de vacuno y ave son las mejores de todo Valdivia, mientras que sus lomos y pollos a lo pobre alcanzan fama regional. También están disponibles platillos de pollo arvejado, parrilladas porcinas, longanizas, ajiacos (con una receta propia del plato llamado valdiviano), pescados, mariscos, churrascos, etc., todo a precios muy convenientes. Para picar, he ahí las pichangas y sus famosas empanadas fritas de pino y queso; para el hambre explosiva, bocadillos de comida rápida; para refrescarse, los schops y pitchers. Vinos, ponches y pipeños van para enrojecer mejillas.

Desgraciadamente, un infortunado hecho golpeó el prestigio de La Bomba Bar en los primeros días del año 2014, si bien no implicaba responsabilidades de los propietarios en la tragedia: un hombre de 50 años llamado José Loebel Ringler se atragantó mientras almorzaba en una de sus mesas, cometiendo el error de no pedir auxilio e ir al baño a tratar de recuperarse. Perdió el conocimiento y cayó allí mismo, siendo descubierto su cuerpo poco después. Una vez trasladado hasta el Hospital Regional, se constató su fallecimiento.

El bar del local ha sido por tanto tiempo casi arquetípico, en tanto: con un antiquísimo y pesado mesón y repisas entre un caos de cuadros, pósteres amarillentos, fotografías, calendarios y hasta la cabeza de un ciervo tallada de madera, a modo de trofeo cazador. Las botellas de licores y vinos están dispuestas allí como en la escenografía de un salón de Viejo Oeste. Este es el sector que suele estar más lleno de felices clientes, dentro de todo el recinto, y hay quienes lo comparan con el tipo de mueblería y decoración que podía verse antes en los bares más clásicos de Valparaíso.

Atendido por sus propios dueños y personal principalmente femenino, con maestras cocineras que llevan más de 30 años de servicio allí, el establecimiento ha ofrecido por cerca de 60 años o más sus almuerzos, onces y cenas, además de algunos encuentros especiales celebrados en sus espaciosas salas. Hallo también varias recomendaciones del mismo desde los años noventa en guías internacionales, principalmente por su característica de bar antiguo y tradicional de la ciudad que resulta imperdible al visitante de Valdivia, francamente hablando.

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