UN REGISTRO GRÁFICO DE LA EROSIÓN EN EL VALLE DE LA LUNA
Las rocas, en fotografía tomada por mí en febrero de 1997. En lo
sustancial, no había cambiado mucho su aspecto durante mi tercera visita al
lugar en 2001, pero no cuento con imágenes propias de aquel momento que permitan ver su
estado actual.
Coordenadas: 22°55'11.09"S 68°19'4.87"W
Ciertas estructuras naturales del Valle de la Luna, al interior de Calama,
parecen tener su tiempo contado, ajenas a la protección que le da ser parte
de los sectores pertenecientes a la Reserva Nacional los Flamencos, además
de Santuario de la Naturaleza, allí en la vecindad de San Pedro de Atacama.
Sucede que la erosión ambiental, surgida de la combinación del clima
extremadamente desértico y los vientos del valle arrastrando los mismos
materiales salinos y abrasivos que le dan su característico aspecto, han ido
gastando paulatinamente alguna de las principales formas naturales que
inspiraron el nombre del Valle de la Luna.
La erosión eólica siempre ha estado presente en el sector. Fue ella la que
otorgó a la llamada Cordillera de la Sal, a la que pertenecen estas
formaciones, sus caprichosas siluetas, casi artísticas y de gran atractivo
para los turistas. El problema es que estas fuerzas naturales no han cesado
de intervenir sobre el paisaje y mucho de lo que se ve ahora es lo que está
en proceso de desaparecer, al continuar la influencia de los vientos
abrasivos sobre las mismas.
El ejemplo más evidente quizás sea el que he colocado en estas dos
fotografías, correspondientes a las “esculturas” que han sido famosas en las
postales del Valle de la Luna y que han recibido distintos nombres a lo
largo de su presencia allí como atractivos para los viajeros: Las Tres Marías, principalmente, pero también Las Tres Vírgenes, Los Dedos, Las Columnas, etc.
Imagen de la formación en revista "En Viaje" de noviembre de 1959.
Fotografía publicada a principios de los años ochenta en la
enciclopedia “Chile a Color” de la Editorial Antártica. Probablemente,
la imagen pertenezca a unos 30 años antes, aunque previa a la blanco y
negro de revista "En Viaje", juzgando el menor grado de destrucción.
Otra imagen, esta vez de 2009 (gentileza de Pablo Bertranine). Se observa
efectivamente cómo ha continuado la degradación de la estructura, además de
un pequeño tambillo o cerco construido para evitar que se acerquen los
curiosos, seguramente considerando también la posibilidad de que sean
intervenciones humanas las que estén ayudado a destruir este monumento
natural.
Finalmente, en mi visita a fines de 2018. La columna pequeña de la izquierda, prácticamente ha
desaparecido ya... ¿Bastará con la erosión ambiental para explicarlo?
El material de rocas salinas, yeso y sal que se encuentra en las estructuras
del valle, no es de gran resistencia. A decir verdad, bastarían las manos o
a lo sumo una herramienta simple para desprender grandes pedazos de ella si
algún vándalo se lo propusiera. Escuché alguna vez que parte del trabajo de
destrucción podrían haberlo hecho malos turistas deseosos de llevarse trozos
de recuerdo arrancados a estas formaciones.
Sin embargo, y aunque yo mismo creí alguna vez en esta posibilidad, esa idea
cundió en medio de las fuertes exigencias de limitar el número de visitas a
San Pedro de Atacama luego de que una de las valiosas figuras religiosas de
su antigua iglesia fue objeto de un atentado incendiario (ocurrido justo
cuando me encontraba de visita por allá por tercera vez en cinco años, en el
verano de 2001). De esta manera, el rumor quizá fue producto de un poco de
la exaltación del momento, aunque la posibilidad de las imprudencias humanas
no puede ser descartada.
Puedo dar fe de que algunos lugareños vendían piedras de sal o yeso a los
turistas, además, pero ellos mismos las buscan en lugares retirados, lejos
de los caminos y de las formaciones, pues es obvio que tampoco están
interesados en destruir lo mismo que atrae a los viajeros a este sitio, de
modo que es la fuerza erosiva del viento la principal y acaso única
responsable de los cambios evidentes del paisaje, en tan pocos años.
Es evidente en la comparación de las fotografías, entonces, que las
formaciones están en franca reducción y casi segura desaparición futura, así
que conviene disfrutarlas mientras sigan existiendo.
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