UNA TUMBA Y UNA TRAGEDIA: LA ANIMITA DE "BOTITAS NEGRAS" EN CALAMA

 

La tumba y animita poco antes de su último mejoramiento, en el Cementerio de Calama. Fuente imagen: diario "La Estrella" de Antofagasta (2009).
Coordenadas: 22°27'46.6"S 68°54'22.9"W
Hasta que conocí la tumba de Irene, hacia fines de 2018: la llamada Botitas Negras del Cementerio Municipal de Calama, convertida en una  de las animitas más célebres y veneradas del país, como lo demuestran las  infinidad de placas de agradecimientos y pequeña ofrendas que le han dejado sus fieles seguidores.
El sobrecogedor caso que dio origen a esta canonización popular comenzó con el hallazgo de un cuerpo femenino, de varios días fallecido, el 8 de septiembre de 1969. Los restos estaban apenas sepultados con poca tierra, en por la salida de Chuquicamata hacia Tocopilla, cerca de la mina Andacollo. Es un sector junto al Cerro Negro, cercano al lugar llamado Punta de Rieles, famoso alguna vez por ser una aldea colmada de prostitución y cafés chinos para los mineros.
Cuando el personal policial llegó con el Juez de Primer Juzgado del Crimen de Calama, se encontraron con una escena por completo macabra y repugnante: un cadáver destazado, disperso y parcialmente devorado por zorros y ratones. Los restos parecían de una mujer de entre 20 a 30 años y de 1,65 metros de altura, pero le faltaba parte del rostro, las orejas, el pelo, las mamas y piel de las extremidades, haciendo más difícil poder reconocerla. El cuchillo del asesino, acaso, se había empeñado en ocultar la identidad de la víctima, aunque se ha dicho también que parte del descuartizamiento se habría realizado para meter el cuerpo en la cajuela de un misterioso vehículo que la llevó hasta allá, ya que no cabía completo.
Según detalló la prensa de entonces, la fallecida llevaba también un vestido de flores cafés sobre amarillo, y un calzón bajado hasta los tobillos de sus pierna moreteadas, calzando botas de color negro, detalle de gran importancia en esta historia. "La mujer de las botas negras", fue llamada por los calameños y en la propia prensa, mientras no recuperaba su nombre, por lo mismo.
Autoridades judiciales y policiales revisando el lugar del hallazgo del cuerpo, en fotografía publicada por la prensa de entonces (Diario "La Estrella del Norte").
Retrato de Irene en su propia tumba-animita actual.
La animita de Irene o Botitas Negras en el Cementerio de Calama.
Los medios especularon desde el principio que debía tratarse de una prostituta o copetinera. Todo indicaba que había muerto a causa de graves agresiones y de una brutal fractura de cráneo, con salida de masa encefálica, provocada por objeto contundente durante alguna clase de ataque. Un charco de sangre que había seguido escurriendo tras su muerte sobre el suelo ardiente del desierto, manchando gran parte del lugar en donde reposaba su cráneo abierto.
Tras unos días, los restos de "la mujer de las botas negras" fueron reconocidos precisamente por el calzado de la fallecida: se trataba de Irene del Carmen Iturra Sáez, penquista residente en Calama, que tenía sólo 27 años a la sazón. Figuraba desaparecida, cuanto menos, desde el mediodía del 20 de agosto. Al parecer, su conviviente ya había dado aviso de la ausencia de la mujer.
La más extendida versión sobre la tragedia de Irene, dice que fue una chica de extracción muy modesta y oriunda de Concepción, en donde había nacido en 1942, según anota el escritor talquino Fernando Lizama-Murphy en su libro "Crónicas chilenas de cielo, mar y tierra". La muchacha viajó a tierra minera nortina para buscar mejores perspectivas de vida, y se encontraba viviendo en Calama, donde ejercía labores de trabajadora sexual.
La escasa información conocida sobre su vida, señala que ya habría trabajado en la prostitución en la sociedad penquista, por lo que quizás emigró al Norte del país intentando alejarse de esos círculos y sombras. Sin embargo, al fracasar ofreciéndose como empleada doméstica, en parte porque habría sido muy bella según la tradición que ronda su nombre (auque no es del todo claro este punto) y las dueñas de casa tenían celos de reclutarla tan cerca de sus maridos, entró en desesperación y cedió a la última de sus posibilidades: iniciarse o retornar a la prostitución.
Cuenta la misma leyenda que Irene habría llegado así a un burdel de Calama, hacia 1960, regentado por una tal María Centenario de acuerdo a Lizama-Murphy y otras fuentes. Se trata de una cabrona hoy olvidada, pero en su momento muy conocida en el ambiente nocturno de la ciudad. Su lupanar de la población Independencia era visitado por mineros, especialmente los de la vecina Chuquicamata, quedando varios de ellos prendidos de la belleza (o quizá la novedad) de la nueva chica de la casita de remolienda.
Como Irene era la más cotizada del burdel, sin embargo, doña María no tardó en dedicar sus servicios exclusivamente a los más acaudalados clientes y con alto precio: ingenieros, supervisores, jefes de faenas, etc. Así, rompió por igual corazones y billeteras entre quienes pudieron acceder a ella, supuestamente.
Pero Irene habría sido una muchacha más bien tímida, muy creyente y algo retraída. Generosa hasta lo inverosímil, además, según la describieron: su pasado menesteroso la habría llevado a solidarizar con los pobres, compartiendo parte de sus ganancias con algunos vecinos más necesitados de ayuda. Según su mito, esto le dio mucha popularidad en los barrios modestos de la ciudad. Y un detalle característico de la joven era ya entonces que solía usar unas botas negras, según la misma creencia para ocultar una cicatriz de uno de sus tobillos o en la pantorrilla, que afeaba su extremidad desde la infancia.
Se señala también que no estaba en los objetivos de Irene perpetuarse en este oficio de prostitución, a pesar del interés que tenía la cabrona del burdel de que no se alejara del mismo, como atracción principal. Y la oportunidad de partir se la dio un enamorado, obrero de cierto buen pasar llamado Orlando Álvarez Mendoza según la información de prensa recogida por Lizama-Murphy, que le habría ofrecido hacer una vida juntos. Sin embargo, en una entrevista posterior que dio éste al diario "La Estrella" de Calama, el sujeto habría confesado que conoció a Irene en Concepción, en donde ésta ya ejercía la prostitución en un local de calle Orompello. En Calama sólo se habrían reencontrado, comenta el autor de "Crónicas chilenas de cielo, mar y tierra", formando así una relación.
Adicionalmente, se cuenta que la regenta del lupanar, temiendo que la relación de Irene con Orlando la sacara de su casita, intentó todas las formas posibles para persuadir a su chiquilla de quedarse allí y continuar, llegando a recurrir incluso a la magia negra, al solicitar los servicios de una bruja por entonces conocida en San Pedro de Atacama por sus conjuros para separar parejas. Este dato parece más bien folklórico, si consideramos que Álvarez Mendoza ya sabía de la actividad sexual de Irene en el prostíbulo y parecía aceptarlo, conviviendo ya entonces con ella.
La parte imprecisa del relato oral señala que, por obra del destino o de las artes oscuras, el enamorado de Irene habría fallecido en un accidente de explosivo durante las faenas mineras, dejando a la chica con profundo dolor y sus proyecciones de un buen futuro destrozadas, quedando atrapada en la actividad del burdel. La tragedia habría ocurrido justo cuando había tomado ya la decisión de irse a vivir con su pareja. Según algunas versiones de la historia, ella se habría sentido culpable de lo ocurrido, asumiéndolo como un castigo a su "vida lujuriosa" (ver artículo "Conozca la leyenda de 'Botitas Negras' de Calama", de Juan Ángel Torres, en el periódico "El Diario de Antofagasta" del 1° de enero 2015).
Lo cierto, sin embargo, es que Irene ya compartía residencia con Álvarez Mendoza en esos momentos y continuaba en el oficio sexual; más aún, él le sobrevivió. Las entrevistas de la prensa después de la muerte de la mujer, lo confirman.
Sin mas remedio que seguir en el burdel -continúa el mito beatificador sobre su vida-, una noche de aquellas notó que estaba siendo seguida y trató de evadir a los sujetos que iban tras ella, para secuestrarla echándola a la fuerza dentro de un vehículo. Otra versión tomada por la prensa dice que fue un cliente el que, obsesionado con ella, acabaría dándole tan horrible muerte (ver articulo "La enigmática 'Botitas Negras' de Calama cumplirá 47 años de su muerte", del diario "El Mercurio de Calama" del martes 28 de junio de 2016).
Como sea que fueron los últimos minutos de vida de Irene, era agosto de 1969, día 8 según la crónica mezclada con tradición, y le fue imposible salvar su vida. Acabó siendo torturada y descuartizada, con sus sus restos arrojados en el señalado lugar del camino de Chuquicamata a Tocopilla.
Crónicas posteriores que le han dado algunas vueltas al caso (como "La noche eterna de la 'Botitas Negras'" del diario "El Mercurio de Calama" del sábado 8 de mayo de 2004), señalan que la sangre de Irene había quedado salpicada por todas las paredes de la pieza número cinco del burdel de doña María: cama, catre, velador, incluso en el techo. Supuestamente, esto habría podido determinarse después, dentro del local nocturno de la población Independencia, enfatizando el sadismo extremo del asesino.
Durante aquel período, hubo largos interrogatorios y visitas en terreno por parte de la policía buscando sospechosos, mientras la prensa especulaba a destajo, acogiendo clamores y rumores populares sin filtros. Una nota policial de "El Mercurio de Calama" del domingo 28 de septiembre 1969, titulada "Preocupan infructuosas pesquisas en torno al homicidio de Irene Iturra S.", presumía conocer ya el pasado de Irene localizando el inicio de su oficio sexual en Concepción. También señalaba que el último contacto conocido de la fallecida había sido con dos hombres y una mujer de unos 50 años, que quizá la convocaron engañada después de las 12 horas de la tarde, en el día de su desaparición.
El caso siguió llamando la atención de la prensa mientras se desconocía la identidad del cuerpo y la de sus asesinos; y luego cuando se supo ya que era de Irene. Fueron días oscuros para las prostitutas, también, al ver sus locales allanados y, cuando no, vigilados atentamente, con la amenaza de una gran cruzada moralista encima. También se temía la existencia de un asesino psicópata que podía atacar nuevamente.
Los funerales de la pobre Irene fueron concurridos, llegando gente desde toda la ciudad de Calama. Parece que, desde un inicio, se intentó convertir su lugar de descanso eterno en un pequeño vergel floral, al tiempo que se rezaba a la misma fallecida por la pronta captura de sus verdugos.
Los meses pasaron y cundía la indignación, pues el asesino, apodado "El Chacal de Chuqui", no era encontrado por la Brigada de Homicidios. Recién a principios de año siguiente habría aparentes novedades, publicadas por notas como la del diario "El Mercurio de Calama", del sábado 17 de enero 1970, con el título "En Talcahuano detuvieron a dos presuntos testigos del homicidio de Irene Iturra Sáez". Los "testigos" en realidad eran sospechosos.
Posteriormente, el mismo periódico publicaría el título "Resuelven crimen de Irene Iturra S.", el domingo 25 de enero, cosa que no resultó ser precisa. Muchas otras especulaciones y ansiedades de la prensa aparecieron en aquel período, opacando la información real del mismo. Gran parte de ellas y de los alcances del actuar sensacionalista de los medios de entonces, están estudiados en el trabajo "Botitas Negras en Calama. Género, magia y violencia en una ciudad minera del norte de Chile", de Lilith Kraushaar.
Al mismo tiempo, entre la angustia y la resignación, aparecieron las placas de agradecimiento y las solicitudes de favores en la tumba de la mujer: Irene, la Botitas Negras, se había convertido en una informal santa patrona de los pobres y de los trabajadores nocturnos, además de los desposeídos y los vulnerables. Se le pedían intervenciones de salud, dinero, estabilidad familiar, rendimiento escolar, trabajo y seguridad. Y, aunque no se confiese abiertamente, parece que las prostitutas de Calama y otras ciudades la tomaron por su santa gremial.
A pesar de lo que reseñan todavía algunas publicaciones sobre el caso policial de Irene, el crimen nunca fue resuelto y los verdaderos culpables jamás pudieron ser identificados, cundiendo ríos de rumores sobre quiénes eran los verdaderos asesinos, por la comunidad de Calama, Chuquicamata y alrededores. Nunca hubo otros detenidos por el terrible asesinato y el caso se cerró en 1971 sin culpables, agregando otro elemento activo para la leyenda y un misterio que no pudo ser resuelto.
El caso de Irene Iturra Sáez resume mucho de lo que parece necesario para el surgimiento de una animita: una mujer trágica, con una vida difícil y asesinada de manera despiadada. Como prostituta que terminó convertida en santa popular, no sería la primera: sucedió también con la célebre Carmencita del Cementerio General de Santiago, a pesar de la expiatoria imagen de niña o adolescente que le consensúan sus devotos. Y como suele suceder con estos casos, también, la historia de Botitas Negras carga con varias versiones y contradicciones.
La tumba actual, más bien un mausoleo personal, se encuentra muy cerca de la entrada al camposanto y de la calle Los Suspiros. Está decorada como se esperaría una animita, pero es la tercera que ha tenido en este mismo cementerio desde el funeral de Botitas Negras. También debió ser restaurada casi por completo en la madrugada del miércoles 5 de mayo 2004, después de un incendio que no se supo intencional o accidental. Mantuvo sus dos arcos y su distribución de elementos, más parecida a un memorial que a una cripta.
La animita sepulcral sigue siendo un tupido jardincito, aunque se tiene preferencia por dejarle flores rojas (un cartel lo sugiere así, allí mismo). Fue escenario de procesiones y peregrinaciones de los devotos en 2009, al cumplirse 40 años del asesinato, y se preparan ya para el cincuentenario del próximo 2019. También se montó una  obra de teatro en Antofagasta basada en el caso, a cargo de la Compañía La Huella, hace unos años.
Los seguidores de la fallecida ya no serían sólo calameños o de la Provincia del Loa, sino creyentes de localidades como Antofagasta, Iquique y Arica. Por esto, hoy, el lugar de reposo para los restos de Botitas Negras, ostenta placas de agradecimientos inclusive de seguidores magallánicos y otros de Salta en Argentina, lo que da una señal del alcance y la dispersión que ha logrado su culto popular.

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