UN SINGULAR INMUEBLE HISTÓRICO: LA CASA GIBBS, DE LA CASA GIBBS

 

Coordenadas: 23°38'46.44"S 70°24'2.44"W
El edificio de la Casa Gibbs es un hito destacado en el escenario costanero de Antofagasta, con accesos principales por Balmaceda 2499 y Baquedano 108. Desde su construcción, pasado el Primer Centenario, siempre ha dominado la vista de este sector de la ciudad allí cerca del elegante Hotel Antofagasta, aunque desde hace algún tiempo compitiendo parcialmente con otros edificios hoteleros y algunas construcciones más modernas de alrededores.
Actualmente en propiedad de la familia Gaete, el elegante inmueble forma parte de las dependencias de Universidad del Mar, por lo que su próximo destino dependerá de qué suceda después del inminente cierre de esta casa de estudios, que deberá ejecutarse a fines del próximo año. Por ahora, el acomplejamiento nacional de "Área 51" (frustraciones jerárquicas y exhibicionismo de seguridad) parece que está bastante vivo en la administración del edificio, prohibiéndose terminantemente la posibilidad de tomar fotografías interiores y hasta informándose con escasez y desconfianza sobre el conducto necesario para lograr una autorización al respecto.
Las dependencias del soberbio edificio han sido arrendadas por varias empresas y firmas en distintos períodos, pero siempre se le ha recordado por el nombre de aquella compañía que lo ocupara allí y cuya historia ciertamente se enreda con la semblanza de la propia ciudad antofagastina. Hermosas pinturas recreando escenas urbanas de la propia Antofagasta, en la técnica del trampantojo, decoran sus caras Sur y Poniente.
Vieja imagen del inmueble. Se mantiene hoy muy fiel a su aspecto original.
Imagen publicada por el portal EducarChile, donde se detalla que esta fotografía fue tomada por Roberto Montandón "alrededor del año 1990", aunque tiendo a creer que es anterior. Se observa el feo entorno que tenía el edificio en aquellos días, cuando era utilizado por una empresa de arriendo de vehículos y un instituto educacional.
Detalle de una imagen de los archivos de Editorial Antártica, hacia 1980. Muestra el aspecto de la costanera vista hacia el Sur desde el edificio de la ex Aduana, destacando el Hotel Antofagasta a la derecha y la Casa Gibbs al fondo, con la apariencia que tenía entonces casi involucrada en el propio barrio portuario, antes de la apertura de la avenida lateral.
La "casa" del barrio histórico portuario era la sede local de la compañía británica Anthony Gibbs & Sons, conocida con el mismo nombre del inmueble: "Casa Gibbs", aunque los británicos y su propio directorio hablaban de la empresa como "The House", a secas. La firma llegó a establecerse a Antofagasta sólo cuando había entrado en vigencia el Tratado de 1866, mismo que había dividido el territorio en conflicto entre Chile y Bolivia sobre el desierto de Atacama, creándose un área de condominio territorial en el que estaría, precisamente, la ciudad de marras. Utopía de corta duración, como es sabido.
Aunque haya autores que han querido ver en la compañía Gibbs representados los intereses chilenos en la complicidad de la que se nos acusa en los ex países aliados con las ambiciones británicas sobre el salitre, el hecho es que la empresa tenía profundos nexos con Perú: con sede general en Londres desde 1808, había sido entrado en operaciones en Lima mucho antes de establecerse también en Valparaíso, abriendo su filial de Antofagasta sólo cuando estaba consumada la autorización para la explotación de nitratos conseguida del Gobierno de Bolivia -en virtud del mencionado tratado- por el explorador chileno José Santos Ossa y su socio el ingeniero Francisco Puelma, particularmente en el Salar del Carmen que había sido descubierto por el primero.
En aquella ocasión, la sociedad de ambos chilenos negoció y le cedió a la Gibbs cerca de la mitad de los derechos de su Compañía Explotadora del Desierto. El entonces director de la filial Guillermo Gibbs & Cía, señor Williams Gibbs, se asoció así al empresario y banquero Agustín Edwards Ossandón, hacia marzo de 1869, dando pie a la constitución de la sociedad Melbourne, Clark y Cía., dirigida por el inglés Jorge Hicks. Esta misma sociedad, donde participaban otros accionistas, daría origen a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, la famosa Compañía de Antofagasta, que se encargó de la explotación de los salares interiores y de la administración del ferrocarril que inauguró en 1873.
Empero, la Gibbs, que había vendido guano peruano a Inglaterra hasta 1861, tenía comprometidos ya entonces intereses en el estanco del salitre a que aspiraba el Estado de Perú para nacionalizar y controlar el mercado de fertilizantes (guanos y salitres)  y que pretendía incluir en el monopolio la producción de estos territorios disputados por Bolivia y Chile. Esto se notaría después de la firma del Tratado de 1874 entre ambos países, que cambió el quimérico condominio territorial chileno-boliviano por límites precisos, pero con la famosa restricción que exigía a La Paz no gravar la producción de salitre con capitales chilenos y especialmente los de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta.
Fue en esta  situación que la Gibbs, hacia 1876, obtuvo una consignación exclusiva para ventas del salitre que fuera elaborado en contrato entre dueños de calicheras intervenidas y un grupo bancario limeño fundado por el Gobierno de Perú para consumar el estanco salitrero, propósito para el cual la existencia de actividad industrial de nitratos en el vecino territorio atacameño y por agentes privados, era una factor adverso.
Los intereses del estanco se veían afectados muy principalmente por la competencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, sociedad de la que Gibbs participaba con cerca de 1/4 a 1/3 de los capitales y en la que trató de hacer prevalecer sus intereses como inversionistas, según se sabe, por lo que no sería de extrañar que dicha empresa quizá no haya tenido los trigos más limpios durante la etapa final de gestación del conflicto que desencadenó la guerra, al contrario de lo que aseveran quienes creen aún en una especie de complicidad secreta y muy bien concertada entre intereses chilenos y todos los capitalistas británicos, con la Compañía de Antofagasta a la cabeza de la retreta conspirativa. Hay información interesante al respecto publicada por el historiador Manuel Ravest Mora (partidario de la creencia en una "conspiración", si bien no categórico) en "La compañía salitrera y la ocupación de Antofagasta 1878-1879", aunque recomendable con matices, según mi opinión.
Particularmente, es de presumir que hubo -a lo menos- cierta simpatía de la Gibbs a la decisión boliviana de violar las restricciones del Tratado de 1874 y de exigir el famoso impuesto de los 10 centavos, en los hechos culminantes y que marcan el estallido de la Guerra del Pacífico. Aunque suela minimizarse esta temeraria insensatez, por parte de los historiadores de los ex países aliados, la proporción del impuesto afectaba a toda la producción local de nitratos y muy en especial a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, pues el salitre atacameño era de menor pureza natural que el de su competidor peruano, por lo que habría encarecido la producción y bajado las utilidades. Además, haber permitido tal violación al Tratado de 1874, de seguro habría dado pie a que fuera sólo la primera de muchas alzas más de tributos contrarios al acuerdo.
La sensación crece al advertir que "The House" había perdido la exclusividad del convenio con el grupo bancario peruano ya casi encima de la conflagración, asociándose bajo cuerdas con la empresa Peruvian Guano Co. Ltd, profundamente comprometida con el proceso del estanco de fertilizantes, quizás para contrarrestar la competencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, misma cuyos bienes Bolivia ordenó confiscar y rematar con la ruptura del tratado, además de expulsar a todos los trabajadores chilenos, obligando con ello a la ocupación de la ciudad. Posteriormente, ya en plena guerra y por decisión del Gobierno de Lima, la Peruvian Guano Co. Ltd. debió traspasar sus derechos de explotación del guano a la poderosa compañía francesa Crédito Industrial y Comercial (muy cercana con la Casa Dreyfus, con la que Perú mantenía grandes deudas y compromisos), germen del intento de intervención de capitalistas euro-norteamericanos sobre el desarrollo de la Guerra del Pacífico y que -para fortuna nuestra- debió dar marcha atrás ante la negativa alemana a participar de tal presión.
En tanto, el Presidente Aníbal Pinto ordenó a una comisión estudiar la situación de las salitreras del territorio en conflicto y devolverlas a quienes pudiesen demostrar ser propietarios, medida que se prestó para abusos y que siguió en vigencia durante el Gobierno de Domingo Santa María. Fue así que, a fines de marzo de 1882, algunas de las mejores salitreras pasaron a manos de inversionistas como John Thomas North,  la compañía Williamson Balfour y, por supuesto, la Casa Gibbs. Más aún, al terminar la guerra y retornar las fuerzas chilenas desde Lima en 1884, el escenario resultante era que todo el territorio salitrero se hallaba bajo soberanía chilena, tanto en los ex desiertos peruanos de Tarapacá como en los territorios de Atacama que habían sido largamente disputados entre Chile y Bolivia.
El desarrollo de los mismos territorios fue realmente vertiginoso, a partir de entonces y la Casa Gibbs, que veía con resquemor la cercanía de su competidor North con el Estado de Chile (especialmente hacia los días después de la Guerra Civil de 1891), siguió operando en la actividad minera de la ciudad. En 1905, inició la explotación del yacimiento cuprífero de El Toldo, construyendo para ello instalaciones y muelles en Caleta Gatico, cerca de Tocopilla, donde está la hermosa mansión costera a un costado de la carretera, ahora en penoso abandono. Hacia los días del Primer Centenario la explotación se extiende a otras minas, generando cuantiosas utilidades a los inversionistas.
 
Fue en este próspero nuevo período de la compañía Gibbs & Sons  establece la que sería su sede central en Antofagasta, allí al costado de la línea del ferrocarril y adyacente al complejo del puerto viejo de la ciudad.
El inmueble de la Casa Gibbs es inaugurado en 1915, según se señala en fuentes como "Ciudades y arquitectura portuaria" de Juan Benavides Courtois, ‎Marcela Pizzi K. y ‎María Paz Valenzuela. Curiosamente, la compañía había abierto hacía no demasiado tiempo con su nombre propio en la ciudad, a pesar de llevar años ya operando localmente a través de las revisadas sociedades de inversionistas.
Esta casona, que servía también como estación alternativa para el ferrocarril, ha variando muy poco su aspecto original desde entonces y se convertiría casi de inmediato en un símbolo urbano de Antofagasta. Es una combinación de estilos bajo influencia británica y francesa, que incluyen algo de victoriano, algo de academicismo y toques neoclásicos. La fábrica fue de hormigón, pino Oregón y vigas de acero. En su planta rectangular se alzan cuatro pisos con cuatro remates parecidos a torreones de vértice dando forma a la estructura (a uno de ellos, al Sur-poniente, le falta su cubierta, sin embargo), con un diseño de gran simetría y vanos geométricos abundantes, con líneas rectas, arcos deprimidos y arcos escarzanos.
Hay varios accesos al edificio y las entradas principales tienen marco con dintel artístico, con pilastras de evocación románica. Los ventanales más grandes de los pisos dos a cuatro tienen balcones con enrejado de forja, mientras que los de su falsa mansarda en la cubierta ofrecen un aspecto propio de la arquitectura francesa del cambio de siglo. Los vanos del costado poniente son abiertos, dando apertura a los pasillos de cada piso, aunque desconozco qué tan original permanece esta cara del edificio con respecto a sus primeros años. Se combina equilibradamente, así, la ostentación de elegancia y suntuosidad con el carácter corporativo que se dio al edificio.
Interiormente, el inmueble divide sus salas en pasillos con cuartos específicos, aunque esta distribución original se ha ido perdiendo en las adiciones de tabiquería que se han realizado en años posteriores, por distintas casas, instituciones y empresas que han ido ocupando el edificio. Son intervenciones no invasivas, sin embargo, que casi no han alterado las estructuras originales. Hay mucho uso de cerámicas en el piso actual del edificio, aunque tengo entendido que el original era de tableado y parquet.
Bien iluminado y dotado de cómodas escalas por los pisos superiores, el edificio cuenta también con una azotea que da hermosa vista al sector costanero, pero en la que hace no muchos años se instaló imprudentemente un cartel corporativo, que se obligó a retirar tras reclamos de los propios antofagastinos.
 
Hacia la época en que se inauguraba la Casa Gibbs, según se lee en "Chile y Gran Bretaña" de Juan Ricardo Couyoumdjian, la misma compañía había acaparado la parte de la venta del salitre que antes había estado en manos de firmas como Weber & Co., Fölsch & Co., Vorweck & Co. y Guillermo Wills. Y para 1917, actuaba como agente para el gobierno británico y tenía en su control cerca de un tercio de las exportaciones totales del salitre. Lamentablemente, sin embargo, en 1921 tuvo lugar la matanza de trabajadores salitreros huelguistas de la Oficina San Gregorio, que era propiedad de la Casa Gibbs, por parte de efectivos militares enviados por la Intendencia.
A la sazón, la empresa se encargaba también de negocios de importación de maquinarias industriales, venta de seguros y agencia de vapores, entre otros giros. Con tamaño poder financiero y de alcances políticos, al año siguiente la compañía tendrá un papel primordial defendiendo los intereses de los industriales frente a los intentos del Gobierno de Arturo Alessandri por intervenir en el precio del producto salitrero.
Sólo la infausta agonía de la época dorada del nitrato alejaría a la compañía del negocio de la venta del salitre antofagastino. Quedará para juicio de historiadores e investigadores profesionales suponer si la compañía Gibbs tuvo injerencia o una posición de intereses "al mejor postor" en los hechos detonantes de la Guerra del Pacífico, y en tal caso alguna conciencia de hasta dónde podían precipitarse los hechos.
La ex sede de la Gibbs en la ciudad siempre fue sólo una sucursal, sin embargo: el cuartel principal estuvo desde sus inicios en Chile allá en Valparaíso, con otras oficinas en ciudades desde Iquique a Temuco, incluyendo la capital. En aquellos años, sin embargo, la enorme casona de la Gibbs no contaba con un entorno tan cuidado como el de ahora: se hallaba parcialmente metida en el barrio portuario y del paso del ferrocarril, rodeada de varios galpones que le quitaban lucimiento y esplendor, a pesar de la imponente presencia que ha tenido siempre en el sector.
Desde entonces, sin embargo, la ciudad ha cambiado totalmente alrededor de la casona mientras ella sigue siendo fiel a su aspecto original. Con remodelaciones del realizadas tiempo después, fue quedando con un entorno más digno de su presencia, que facilita admirar su aspecto esplendoroso. Hoy está surcada no sólo por el borde de la línea, sino también por las dos calzadas que la aíslan en el paisaje urbano del paseo histórico central de la costanera. Un deteriorado inmueble que estaba pareado al fondo (cara Sur) del edificio, fue demolido más cerca de nuestra época para abrirle espacio a la plazoleta que allí existe y reforzar la unidad del inmueble principal. También se despejó toda el área poniente que estuvo cerrada por largo tiempo y ocupada por instalaciones ajenas al edificio.
Al contrario de lo que -según mi impresión- creen muchos antofagastinos, este inmueble no ha sido declarado aún Monumento Histórico Nacional, de modo que conseguirle esta categoría sigue siendo tarea pendiente. No obstante, sí es verdad que se han hecho grandes esfuerzos por "monumentalizar" su presencia allí, siendo los más visibles e inmediatos la instalación de la escultura "El Aguador" de Caterina Osorio y Mario Calderón en la adyacente Plaza del Salitre, y el colorido mural hiperrealista y de técnica trampantojo que rodea parte del mismo, recreando la estación de ferrocarriles del Salar del Carmen con distintos personajes de la historia de Antofagasta, gracias al talento del pintor Luis Núñez San Martín. Estas obras, por su importancia y calidad, merecen un artículo propio que declaro en deuda para publicar acá, a futuro.

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