SAN LORENZO DE TARAPACÁ: MEMORIA Y LEGENDARIO DE UN SANTO, UN PUEBLO Y UNA FIESTA

 

Figura principal de San Lorenzo en la Iglesia de Tarapacá.
Presento aquí un proyecto personal que estaba pendiente concluir y al que he dado término casi encima de las fiestas patronales de San Lorenzo Mártir en 2014, que se celebran el 10 de agosto:  "SAN LORENZO DE TARAPACÁ: Memoria y legendario de un santo, un pueblo y una fiesta". Este trabajo está dedicado a una de las celebraciones religiosas y folclóricas más misteriosas y curiosas que se realizan en territorio chileno, y que están consagradas a uno de los primeros mártires del cristianismo, famoso en la cultura criolla por ser el patrono de los desposeídos, los despreciados y los "parias" de la sociedad, además de los choferes, los viajeros y muy especialmente los mineros.
Fueron cuatro años de trabajo, viajes, entrevistas e investigaciones para llegar a este resultado que aquí publico en libro digital, y la lista de agradecimientos es tan larga que prefiero dejarla cautiva en el mismo libro digital, para quien quiera conocerla.
El texto que dejo adjunto bajo la frame del papel digital, pertenece a la introducción titulada "Una gran fiesta en un pequeño oasis", más fotografías que también están dentro del mismo libro. Ojalá os guste. 

Descarga gratuita desde SCRIBD. https://www.scribd.com/document/471644821/SAN-LORENZO-DE-TARAPACA-Memoria-y-legendario-de-un-santo-un-pueblo-y-una-fiesta

La pampa nortina de Chile se viste con mantos relucientes de rubí y de oro en agosto de cada año. Lo ha hecho por siglos ya, y queremos creer que seguirá en este curso por varias centurias más, tiñéndose del fulgor secular y trascendente de San Lorenzo, el santo patrono de aquella aldea que ha logrado apartarse del acecho del tiempo, escondida en lo profundo de la Quebrada de Tarapacá.
Habrá muchos diciendo que no identifican a San Lorenzo ni conocen algo del reverenciado personaje salvo, quizás, su fama de “patrón” de los mineros. Mas, si acaso han visitado ya el Norte Grande, se equivocan: necesariamente han visto sus señales y han contemplado sus símbolos, tal vez sin advertirlos asociados al mártir, pero los conocen. Es seguro.
Cuando algún camionero o conductor muere en estas rutas regadas por la sangre de tantas tragedias, invariablemente es decorada su animita con los emblemas, colores y estatuillas alusivas a la devoción al santo del oasis, pues él es también patrono del gremio de los transportistas, los choferes y los conductores en general. Esos mismos banderines y escarapelas rojo-amarillas están en ermitas, grutas y santuarios dispersos por caminos, ciudades o pueblos; cuelgan en los espejos de los taxistas, flamean en los techos de las casas y demarcan senderos hacia donde el credo ha elegido sus puntos de acogida. Residencias de barrios modestos en Iquique suelen tener su propia figura de yeso policromado de San Lorenzo para la religiosidad familiar, a veces dispuesta en grutas o altarcillos en el propio jardín. Lo mismo sucede en criptas y nichos de los camposantos. Hasta ciertos edificios muy “laicos” de carácter comercial, colegios o galpones industriales, ofrecen la misma coloración roja y amarilla, como un heraldo necesario y corporativo de la fe.
San Lorenzo, entonces, está substancialmente presente en todos lados del Norte Grande de Chile, impregnándolo con sus símbolos y colores trascendentales. Es imposible no conocerlo-reconocerlo si ya se ha estado allí, sobre todo en esos mismos territorios tarapaqueños donde se extienden con singular claridad las huellas de sus dominios espirituales y las de su reinado devocional.
Clic sobre la imagen para ampliarla.
Iglesia y campanario colonial de San Lorenzo de Tarapacá.
Doña Gladys Albarracín y Fermín "Cacique" Méndez, iconos vivientes de la fiesta (2012).
La suya es una época del año muy agitada para el impulso del alma popular en la región, por cierto: ni bien han terminado las apoteósicas celebraciones de la Virgen del Carmen de La Tirana, muchos peregrinos comienzan a preparar ya el viaje masivo que darán al pueblo tarapaqueño desde Iquique, Alto Hospicio, Pozo Almonte, Huara, Pisagua, Arica, Tocopilla, Mejillones, Antofagasta, Copiapó y otros sitios más retirados inclusive. Allá en Tarapacá es donde rendirán loas, arias, rogativas y fervores a la imagen del mártir del cristianismo en los tiempos de la Roma aún pagana, con su extraña mirada fija en un misterioso horizonte perdido en la leyenda y con sus labios sellados como si se contuviesen guardando el propio secreto de la fama milagrosa del santo.
El clima casi iniciático y envolvente de la fe desbordada es algo contagioso, como en todas estas fiestas de órbita altiplánica: se improvisan innumerables altares del santo por el pueblo de Tarapacá, pertenecientes a las distintas cofradías y grupos de bailes. Son imágenes que, iluminadas durante las noches con haces de luz en contrapicado, componen una escena sobrecogedora y de belleza casi seductora. Suenan de fondo los ritmos: tinkus, saltos, cachimbos, y los coloridos disfraces se confunden entre diablos, llameros, pieles rojas o gitanas. Caravanas de bailarines pasan y se cruzan en sentidos opuestos por callejones polvorientos, como si marcharan desde un misterio hacia otro, mientras una percusión incesante acompaña al día completo, pareciendo provenir de todos lados del caserío.
Y ahí, al fondo de la nave derecha de la iglesia, San Lorenzo contempla con su arcano rostro la lealtad de los devotos, que llegan a saludarle en su día y que cargarán sobre sus hombros las andas de la Procesión que recorrerá el pueblo, convocando a miles de fieles en uno de los encuentros más masivos que han de tener lugar en territorios nortinos, superado sólo por las grandes fiestas para las advocaciones de la Virgen María en La Tirana y en Andacollo.
San Lorenzo es, además, una gran manifestación ciudadana y mística, capaz de reunir -en la práctica- muchas de las características de los cultos volcados en las fiestas populares y que a veces tendemos a identificar por separado, como propios de cada una de aquellas celebraciones: la misma clase de predisposición a pagar duras mandas que en la Virgen de Lo Vásquez; la misma clase de inspiración trágica y conmovedora de la Procesión del Señor de Mayo; las mismas peregrinaciones extenuantes a pie de la Virgen de Las Peñas; el mismo frenesí de lúdica alegría que en el Carnaval del Toro Pullay de Tierra Amarilla; la misma atención hacia los más pobres y desposeídos que en la Cruz de Mayo; el mismo énfasis en las plegarias por los enfermos que en la Fiesta de Cuasimodo; la misma reflexión funeraria profunda del Día de Todos los Santos; etc.
El pueblo de San Lorenzo de Tarapacá en plena fiesta, visto desde los cerros.
Capilla de velas de San Lorenzo, en el pueblo.
Conjunto conmemorativo de la Batalla de Tarapacá de 1879, en la entrada al pueblo.
Oasis de la Quebrada de Tarapacá, camino de los peregrinos.
San Lorenzo es así, de algún modo, una completa síntesis de las formas, los sacrificios y las energías con que se manifiesta la fe popular: un complejo álbum cultural donde tienen cabida casi todas las combinaciones que permite la religiosidad con los rasgos de identidad, folclore y tradición del pueblo chileno allí presente, fervorosamente devoto del Santo Patrono de Tarapacá.
El misterio alrededor del santo es de vastas e insondables raíces, como podrá deducirse de todo esto: San Lorenzo mártir, el Lolo o Lolito como es llamado cariñosamente por sus reverentes, conecta con su hilo de credo e historia al feligrés de hoy -al minero, al agricultor y al peregrino en general- con la época de los primeros cristianos refugiados en catacumbas; aquellos creyentes eludiendo momentos de inclemencia y persecuciones del poder imperial romano, mismas que causaron el martirio final del diácono en un horrible tormento.
La fiesta completa de San Lorenzo dura en Tarapacá varios enérgicos días, contando su Novena (los nueve días anteriores), pero siendo el día 10 de agosto la fecha más importante, recibida con una multitudinaria ceremonia en la Plaza Eleuterio Ramírez del caserío. La salida del santo y la Procesión alrededor del pueblo finalizan con el regreso de la imagen al interior de la histórica iglesia, concluyendo así la celebración que desde ahí continuará sólo con las despedidas de los fieles y ceremonias de cierre. Si a esto le sumamos las Octavas o fiestas “chicas” posteriores, fácilmente la temporada consagrada al santo puede extenderse hasta fines de agosto de modo que, en los hechos, el octavo mes completo de cada año le pertenece a San Lorenzo… Mes ocho del calendario, que es el número símbolo del infinito; de lo perpetuo e inextinguible.
Por supuesto, hay similitudes patentes entre esta fiesta y la más famosa de la Virgen del Carmen de La Tirana, del 16 de julio, además de la proximidad de las fechas en la agenda y de su vecindad en el mapa. Incluso, existen bailarines de cofradías que realizan presentaciones en estos mismos dos encuentros. Sin embargo, las dos grandes celebraciones mantienen también importantes diferencias de forma y de fondo, que se hacen claras en la observación de sus bailes, formas de ritualidad y simbolismos. Muchos seguidores del santo, además, suelen enfatizar -con algo de ingenuidad- que su celebración tiene un carácter menos “pagano” que otras fiestas y más relacionada con el cristianismo originario que en el caso de La Tirana, lugar donde se mezclan elementos del folclore religioso con el legendario pampino más visible y explícitamente que en los tributos a San Lorenzo de Tarapacá.
En fin: es así cómo y porqué la pampa seca de Tarapacá, habitualmente atravesada sólo por los remolinos de polvo y ventarrones enceguecedores de chusca, se vuelve en agosto un lugar colorido y lleno de vida, de familias, de comparsas religiosas, de murgas, de caravanas de viajeros y de cargados vehículos marchando a los festejos, por caminos de cruces y de banderas que demarcan un sendero hacia la esperanza, la renovación y la reafirmación de la fe.
Los peregrinos van colmados de favores y henchidos de agradecimientos en sus equipajes, simbolizados en velas y pequeñas ofrendas para el diácono mártir, allí en el antiguo santuario al interior de la región. Y es que para todos ellos, como sucede año a año –y como seguirá sucediendo-, por fin ha comenzado la Fiesta del Lolo de Tarapacá.

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