RASTROS DE LA INDUSTRIA VITIVINÍCOLA DE TARAPACÁ: ORIGEN, APOGEO Y CAÍDA DE LA PRODUCCIÓN EN PICA Y UNA VISITA AL ANTIGUO LAGAR DE MATILLA

 

Vieja etiqueta de vinos de Julio Medina H. Museo de Pica.
Coordenadas: 20°29'28.34"S 69°19'45.37"W (Pica) / 20°30'51.39"S 69°21'41.65"W (Matilla) / 20°31'4.31"S 69°20'54.35"W (Valle de Quisma) / 20°30'49.11"S 69°21'43.63"W (Lagar y botijería de Matilla)
Son pocos en la industria vitivinícola internacional, los casos de vinos históricos de alta calidad producidos en el rango geográfico situado en el cinturón planetario que se forma entre las dos líneas desérticas de los Trópicos de Cáncer y de Capricornio, siendo más factible hallarlos en territorios productivos situados arriba (Francia, Italia, España, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, etc.) y debajo de ellas (Chile, Argentina, Uruguay, Sudáfrica, Australia, etc.), respectivamente.
Sin embargo, hubo algunas notables excepciones en nuestro país, como es el caso de los vinos dulces en variedades principalmente oporto y moscatel producidos en Tarapacá desde los tiempos en que el territorio pertenecía al Virreinato de Perú, particularmente en el oasis de Pica y Matilla en la Provincia del Tamarugal. Todo indica que sus volumenes superaban por mucho la más pequeña producción de, por ejemplo, el vino pintatani del Valle de Codpa, en Camarones, por lo que de entre las grandes producciones nacionales, probablemente la de Tarapacá fue la industria vinera más nortina de Chile.
En efecto, el microclima de la zona a 1.000 metros sobre el nivel del mar y su irrigación con aguas cordilleranas y de napas en pleno desierto, permitió que floreciera allí una de las mejores industrias que vio el continente, premiada internacionalmente y que pudo haber dado una prosperidad impensada a la región, si no hubiese acabado truncada y sacrificada por decisiones en pro del progreso material de inicios del siglo XX.
Se cuenta que el vino existe en esta zona a más de 150 kilómetros al interior de Iquique, desde el siglo XVI ó XVII con la colonización española iniciada en el Valle de Quisma, la que durante la centuria siguiente se extiende hasta el oasis de Pica, Matilla, localidades separadas por sólo cuatro kilómetros. Estos colonizadores trajeron desde Europa las primeras cepas de vid. La floreciente actividad motivó también trabajos de extracción de aguas en los socavones subterráneos de la zona para los regadíos.
Etiqueta medialuna de Medina Hrnos. Museo de Pica.
Etiqueta de vinos de Juan Dassori. Museo de Pica.
Vieja etiqueta de vinos de Matilla de don Juan Dassori. Museo de Pica.
Lagar y botijería de Matilla, que cerraría operaciones en 1937, tras su última producción. Fuente imagen: "Memorial de la tierra larga" de Manuel Peña Muñoz.
El Lagar de Matilla. Atrás se observan el edificio y el campanario de la Iglesia de San Antonio de Matilla. Fuente imagen: "Del Cerro Dragón a La Tirana", de Mario Portilla Córdova.
La producción se inicia en este mismo período, partiendo como mercado regional que, posteriormente, se extenderá a poblaciones mineras de Huantajaya, Lípez, Arequipa y Potosí. De esta manera, para el siglo XVIII la mayoría de los habitantes de Pica, Matilla y Valle de Quisma vivían de la actividad de los viñedos, desplazando la vieja ocupación agrícola de los indígenas productores locales de maíz. Desde entonces y hasta 1850 aproximadamente, se produjeron cerca de 15.000 botijas anuales, equivalentes a 350.000 litros. Posteriormente, se incorporó el embotellado en vidrio para facilitar la venta por partidas, dejando atrás las viejas cargas con botijas.
El vino de Tarapacá llegó a ser el más generoso y cotizado de todo el Virreinato, y se sabe que era enviado a España en los mismos tiempos de la Colonia. Esta riqueza, combinada con la plata de Huantajaya, atrajo a familias aristocráticas de la misma manera que había sucedido en la Quebrada de Tarapacá, y con ello también llegó la arquitectura más suntuosa de estas localidades, muy influidas por el estilo británico que habían introducido los empresarios salitreros en la región.
La vendimia comenzaba entre febrero y junio de cada año, dejándose los racimos cortados de 7 a 9 días a la intemperie con yeso espolvoreado encima. Generalmente se postergaba la corta de racimos más allá del verano, cuando se querían obtener vinos más dulces. Además de los esclavos negros, esta actividad ocupaba a los indígenas de la zona, llegando a poseer tierras propias. No gozaban de esta libertad los sirvientes africanos, por supuesto, debiendo trabajar como lacayos de las familias acaudaladas todavía hasta mediados del siglo XIX y probablemente hasta la Guerra del Pacífico, cuyo estallido llevaría a la ocupación e incorporación chilena de tales tierras.
Sobre lo anterior, el militar chileno Mayor de Ejército J. Olid Araya, en sus famosas "Crónicas de Guerra. Relatos de un ex combatiente de la Guerra del Pacífico y la Revolución de 1891", al recordar los infaustos hechos bélicos de, 27 de noviembre den 1879 en el poblado de Tarapacá de la Quebrada del mismo nombre, de la que él fue testigo y sobreviviente, cuenta que durante la pausa que se hizo en algún momento en medio del enfrentamiento, varios soldados chilenos recorriendo el pueblo abandonado por sus habitantes "requisando a veces algunas botellas del excelente vino de Pica".
El crecimiento de los campos de cultivos de viñas llegó a ser tal que, según recuerdos familiares de sus habitantes, las localidades de Pica y Matilla comenzaron a fusionarse, acercándose cada vez más en los escasos kilómetros que la separaban y tomándose, de alguna manera, el gentilicio común de piqueño para todos sus productos, incluidos los vinos y los conocidos alfajores que se fabrican en estas dos localidades.
En otro aspecto interesante, en las fiestas religiosas tarapaqueñas como la Virgen de La Tirana,  Santiago Apóstol de Macaya o San Lorenzo de Tarapacá (formando una larga temporada de festejos de julio-agosto), fue famoso este vino que llegaba en grandes cántaros y botijas para feligreses y asistentes, por lo mismo, cuando las restricciones eran menos estrictas que en nuestros días.
La industria vitivinícola de Tarapacá tenía importantes productores que aún son recordados y homenajeados en la memoria piqueña y matillana, como los hermanos Julio Medina y Constantino Medina, familia iniciadora de la actividad vitivinicultora que podríamos considerar más profesional y masiva en el Valle de Quisma y en Matilla, hacia fines del siglo XVIII e inicios del XIX, además de propietarios de un histórico lagar de origen colonial que aún existe en Matilla. Los Medina también fueron galardonados con medalla de oro en la Exposición Mundial de Sevilla, siendo el vino oporto generoso y el moscatel estilo oporto algunos de sus productos estrellas. Pueden observarse etiquetas y envases suyos en exhibición en el Museo y Biblioteca de la Municipalidad de Pica, destacando un vino de selección proveniente de la llamada Viña de Arriba, según su etiquetado.
Otros productores de vino destacados fueron los Morales, dueños de una botijería en Quisma, y don Juan Dassori, cuyas etiquetas también pueden verse en vitrinas del museo. El producto de Dassori había sido premiado internacionalmente, como los Medina, y comerciaba sus vinos en Iquique a través de la firma Sessarego & Cía., sus agentes exclusivos.
Entre los principales agricultores que abastecían de la materia prima a la industria del vino, estaban don Guillermo Contreras, propietario de la Hacienda Viña Grande. Descendientes de indígenas (Chamaca, Olcay, Palape, Mamani, etc.) y de españoles (Loayza, Zavala, Castro, Rodó, etc.) llevaban las riendas del progreso en esta rica actividad agrícola. También destacaban Avelino Contreras y Francisco Muñoz, dueños de viñedos en Matilla.
Curiosamente, los Contreras y Muñoz estarían entre los primeros en ser afectados, a partir de 1914, por las expropiaciones de los terrenos regados por los manantiales de Chintaguay y que significaron el final de la industria, como veremos en la tercera y última parte de estos artículos.
Tras este portal con arco, está el acceso al viejo lagar de Matilla.
Entrada al recinto del lagar.
Vista de piquera y eje de la prensa en el lagar, hacia 2012 (antes de la restauración).
Detalle del extremo de la prensa del lagar.
Las tinajas del lagar, algunas del siglo XVIII.
Cabe comentar, antes de continuar, que además de los socavones de agua existentes en la provincia, la vitivinicultura fomentó la construcción lagares para la "pisa" de la uva y bodegas de elaboración y guarda de los vinos. Antaño no menos de 35 de lagares en Pica y Matilla, pero los restos de menos de la mitad sobreviven aún, en distintos estados de conservación.
Estos lagares eran construidos principalmente de adobe y quincha, con recubrimiento de una argamasa de tiza, técnicas frecuentes en la arquitectura primitiva de la provincia. Solían estar divididos en un área de piquera y prensado, y otra de almacenamiento y maduración en tinajas de arcilla semienterradas a nivel de suelo, siguiendo una antigua técnica local de fijación de esta clase de recipientes en el piso (observable, por ejemplo, en huellas de las milenarias ruinas del complejo de Caserores).
En los talleres, el primer jugo de la uva era la "lagrimilla", surgido de su propio peso acumulado en un contenedor o batea. Al ser separado de la vid este fluido, se procedía a la "pisa" a pies desnudos en la primera piquera, por cuadrillas de 6 a 10 trabajadores dirigidos por un huayruro responsable del éxito de la faena, objetivo que buscaba lograr convirtiendo el procedimiento en un alegre rato de cantos, celebración y "verseos" que lanzaba a los pisadores para coordinarlos. Con el orujo ya molido, los jugos resultantes de la "pisa" eran colocados en la piquera secundaria rodeada de una "cimba", al extremo de un sistema de prensado.
El zumo de uva obtenido en el procedimiento de prensa, era guardado en las tinajas de greda. Su descrita disposición a medio sepultar, permitía controlar también la temperatura de las mismas, y era costumbre que se inscribieran en ellas los nombres de cada santo al que se le pedía proteger la producción y el año de la fabricación. Usualmente, al mosto se lo mantenía fermentando por ocho días, tras los cuales se cerraba herméticamente la tinaja con tapas de cerámica y sellado de argamasa, a la espera de su maduración. Los primeros destapes de cántaros se producían recién unos tres meses después.
Ya producido el vino, se ejecutaba el trasiego en barriles de madera y desde allí se distribuían en las unidades botija, cuartilla, media cuartilla y porongo. La botija tenía una capacidad de 25 litros, mientras que los porongos eran subdivisiones de la botija que solían transportarse y comerciarse a lomo de burros o mulas, o bien en carretas. Con la introducción de las botellas de vidrio, el envasado se realizaba en botijerías de los mismos lagares y empresarios, rotulándolas con una sencilla etiqueta que era sólo blanco, negro y dorado, en sus inicios, pero que después fueron adquirieron más colores gracias a litografías e imprentas.
Aún existe en Matilla el antiquísimo lagar del siglo XVIII de Medina Hermanos, que ha sido llamado también la Botijería de Matilla o de los Medina. Este ancestral establecimiento acompaña al pueblo de Matilla casi desde sus orígenes, cuando algunos trabajadores de Pica comenzaron a residir en él para trabajar las viñas que se establecieron hacia el sector de la quebrada. Además, es el mejor conservado de los 15 que quedan en la comuna, y probablemente el más antiguo. Así lo describe Manuel Peña Muñoz en sus "Memorial de la tierra larga":
Pareciera que nos encontráramos en una posada de la ruta del Quijote, tal vez en un perdido pueblo de La Mancha, pero estamos en un oasis nortino, precisamente en los rincones por donde atravesó Diego de Almagro con su caravana de conquistadores por el camino de Inca.
El complejo, de unos 10 por 12 metros, está a un costado de la plaza central y la explanada del templo. Representa el vestigio más importante de la historia vitivinícola de Tarapacá, conservándose parte de sus muros bajos, artefactos de trabajo, cestas, bateas y palos de guayabo y algarrobo anudados con tripas de llama o guanaco. Destaca la gran prensa, compuesta de una pesada viga de madera de un tronco de algarrobo apoyado e un extremo sobre un fulcro, y en otro con sistema bascular suspendido por poleas y cabrestantes que permitían operarla, provocando el movimiento de palanca de la prensa. Tiene también un rudimentario techado sombrilla de cañas y pajas de Guayaquil tejidas en petate, técnica conocida como estera.
Aún se mantienen sus tinajas de arcilla a medio enterrar. Las más antiguas llevan inscritas menciones a santos patronos como Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza con fecha de 1760, a San Antonio de Padua (patrono de Matilla) co fecha de 1765, a Nuestra Señora de Monserrat con fecha de 1767 y a Nuestra Señora de los Dolores con fecha de 1770.
Rodeado de murallones de adobe, su última vendimia registrada fue en 1937, fecha en la que cerró su producción la empresa de los Medina. El valioso recinto permaneció tres décadas deteriorándose y envejeciendo, pero fue rescatado y restaurado en el verano 1968 por expertos de la universidad de Chile, ocasión en la que se mejoró su cierre perimetral. Aquel año también se hicieron restauraciones en la iglesia, con colaboración de la Escuela de Canteros en ambos proyectos.
Convertido en museo de sitio, el taller fue declarado Monumento Histórico Nacional por Decreto Supremo N° 746 del 5 de octubre de 1977. Sus llaves estaban encargadas, por entonces, al señor llamado Carlos Vargas, quien atendía y guiaba a los visitantes, como se confirma en el reporte de una inspección hecha por investigadores del "Boletín de Filología" Tomo XXIX de 1978, de las Publicaciones del Instituto de Investigaciones Histórico-Culturales de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Posteriormente, hacia los noventa, estaban encargadas las llaves en el kiosco de la plaza, realizándose visitas guiadas gratuitas entre las 9 y 17 horas.
Tristemente, el lagar quedó bastante maltratado tras el terremoto de 2005, derrumbando parte de los murallones del contorno. Debió ser cerrado al público por algunos años, siendo cercado con paneles de madera en sus partes más expuestas. En 2012, sin embargo, la Municipalidad de Pica anunció un proyecto de más de $20 millones para restaurarlo ese mismo año, y así comenzó a abrirse otra vez para los visitantes.
Botella de vino de Medina Hermanos, dueños del Lagar de Matilla. Museo de Pica.
Imagen de botella de vino de Medina Hnos., dueños del Lagar de Matilla.
Fragmentos  de tapas (a la izquierda) y de cántaros (las dos imágenes de la derecha) utilizados en los lagares de Pica y Matilla para la producción de vinos. Vitrinas del Museo de Pica. Muchas de estas grandes cerámicas quedaron dispersas o destruidas al caer la industria.
Viejos cántaros y botijas de vino en casa-museo de don Juan Huatalcho, en Pica.
Instalación ornamental con gran tinaja en Pica, sector Vergara-Prat.
Para cerrar el tema, debe revisarse algo relativo al ocaso de la actividad, por lamentables razones que ahogaron en la sed y la sequedad el único gran centro vitivinícola del Norte Grande de Chile (superando en producción a otros como Codpa), mácula en una industria que ha colmado el orgullo nacional por su éxito en el mundo y por su respaldo cultural en tradiciones y folclore.
La grandeza de esta industria vitivinícola en Tarapacá había comenzado a sufrir problemas durante el XIX, cuando empezaron a introducirse otros cultivos frutales en lugar de las viñas para enfrentar ciertos cambios climáticos e hídricos. Es por esta razón que el oasis llegó a ser un gran productor de higos, guayabas, peras, granados, mangos, pomelos, naranjos y limones, muy adaptados a la zona.
En 1884 se produjo una gran crecida de aguas con aluviones por las quebradas de la zona, que arruinó la buena producción de ese año y destruyó algunas cepas por todo el sector de Valle de Quisma y Matilla. La industria resistió, pese a todo, siendo aún cotizada y de alta calidad, como lo confirman los premios que seguía recibiendo en certámenes nacionales y extranjeros.
El golpe de gracia, sin embargo, lo traerían los problemas de abastecimiento de agua, generando primero dificultades para competir con otras zonas productoras del país y luego la destrucción casi total de las viñas tarapaqueñas. La existencia de cerca de 12 kilómetros de socavones acuíferos para obtener el agua, excavados por españoles e indios desde el siglo XVIII (utilizando técnicas conocidas en el Alto Perú), confirmaba lo frágil que era localmente el recurso hídrico, pudiendo adivinarse el efecto negativo que iban a tener captaciones  y desvíos hacia grandes zonas urbanas, que se iniciarían poco después.
En 1887, la firma Tarapacá Waterworks Co. compró derechos de agua en la zona de Pica para transportarlos por un acueducto hasta Iquique, cuya demanda del vital elemento había crecido enormemente con el tamaño de la población. Aunque no tuvo efectos tan notorios como otros que siguieron, éste fue el inicio de un proceso de reducción de las aguas en la zona, que eran hasta entonces el sostén de la producción agrícola y, por ende, también de la vinera.
A partir del Gobierno de Ramón Barros Luco (1910-1915), el recurso de los manantiales de El Salto y Chintaguay, que abastecían los valles y quebradas de Quisma y Matilla, comenzó a ser expropiado para abastecer con mayor volumen del elemento a la creciente masa humana de Iquique. A la sazón, el agua era una de grandes demandas sociales de esta ciudad y, políticamente, el tema ya no podía seguir postergándose.
Gran parte de los estudios de captación de aguas en esta zona agrícola, se remontaban a un trabajo de prospección realizado por el ingeniero Valentín Martínez hacia fines del siglo XIX, tristemente célebre por su responsabilidad en el derrumbe y destrucción del Puente de Cal y Canto en Santiago, en 1888. Entregados los resultados de Martínez, el Estado comenzó a trazar líneas para abastecer a Iquique con los manantiales piqueños y, en 1904, se designó una comisión especial para evaluar el proyecto y presentarlo al Ministerio de Industrias y Obras Públicas.
Al crearse en 1912 el Servicio Fiscal de Agua Potable y Desagüe de Iquique, casi paralelamente a emitido el decreto de expropiaciones, no quedaba duda de las intenciones de las autoridades y los sacrificios que estaban dispuestas a hacer en la industria vitivinícola de Tarapacá, para garantizar el abastecimiento de agua en la ciudad puerto. Las expropiaciones comenzaron en terrenos particulares sugeridos por una Comisión de Hombres Buenos designados por la Intendencia durante el año siguiente. La notificación de las decisiones, en 1914, dio origen a los primeros juicios de los propietarios contra el Estado, entablados por miembros de las familias de agricultores matillanos Contreras y Muñoz.
Sólo entre 1918 y 1920 hubo un período de parcial detención de las obras, para la ejecución de nuevos estudios encargados al geólogo Johannes Felsch. Esto se realizó con la incertidumbre, malestar y protestas de los iquiqueños. Sin embargo, la autoridad decidió retomar los trabajos y expropiaciones, haciendo sólo algunos cambios administrativos del proyecto para continuar con las etapas pendientes. Así, las obras de aguas para Iquique fueron entregadas el 30 de noviembre de 1923, continuándose desde entonces con el proceso de expropiaciones de Valle de Quisma y Matilla durante el año siguiente, hasta consumarla por decreto del 23 de abril de 1924.
Hubo enormes esfuerzos de la población, los trabajadores y los productores por frenar estas medidas, llegando a recursos judiciales y campañas que se extendieron hasta el Gobierno de Junta de 1924-1925, presidida por Luis Altamirano, siendo rechazadas por las respectivas autoridades. Ni las grandes ofertas en dinero que el Estado les hacía a algunos propietarios por sus terrenos, lograban apaciguarlos o apagar sus fundados reclamos... La desproporción de fuerzas era enorme, conspirando desde un inicio contra el interés de los productores.
Vinos como los de Medina Hermanos seguían siendo premiados en exposiciones mundiales en esa misma década. La actividad continuaba sosteniéndose estoicamente, con mucha de la producción saliendo aún por el puerto de Iquique. Hacia 1925, además, se instaló la bodega de vinos de Amadeo Macua y Cía. en un gran establecimiento de calle Patricio Lynch, llegando a ser quizás la mayor de la provincia y representante de Viña Lontué en Tarapacá. Lamentablemente, por el mismo puerto entraban cada vez más cargamentos de otras localidades chilenas, también en otras variedades, lo que hizo más difícil la situación de la ya herida industria en los mercados locales.
En sus intentos finales por frenar esta tropelía contra la vitivinicultura tarapaqueña, los matillanos y quismeños enviaron a Iquique, en enero de 1935, una comisión dirigida por José Contreras y Manuel Barreda solicitando paralizar las obras de captaciones y entubado de aguas, pero también se estrellaron con el categórico rechazo y el estado monolítico de las decisiones irrevocables.
Como era previsible, entonces, y al contrario de lo que habían asegurado los estudios e informes del Ministerio de Obras Públicas, la producción de vides y de vinos en Matilla y Valle de Quisma se extinguía poco a poco, conforme crecían los perniciosos efectos de la modificación del régimen de recursos hídricos en la zona, con los trabajos que todavía eran realizados por la Empresa de Agua Potable Fiscal de Iquique.
Si bien hasta 1932 Matilla producía aún unos 200.000 litros anuales, algunos repartidos en las oficinas salitreras de la región y otros exportados a Europa, con el cierre de la producción de la planta de los Medina en el mencionado año de 1937, la actividad industrial parece haber caído por completo, reduciéndose sólo a pequeños talleres y bodegas casi de producción doméstica, cuanto mucho. Desde entonces, el Lagar de Matilla quedó abandonado y silente, cayendo en la ruina como sucedió también al de Huanta y la casa-lagar de Francisco Núñez, casi vecina a la vieja botijería.
Si en 1921 los ciudadanos de Quisma y Matilla habían recibido ingresos por $3.807.500, para 1944 éstos se habían reducido a $708.000, cayendo cerca del 80%. Los antiguos viñedos acabaron cubiertos por el avance de las arenas o bien reemplazados por árboles frutales. El verdor del oasis se redujo considerablemente, fagocitado por la aridez del desierto. Incluso los intermedios de Pica y Matilla que parecían estar uniendo connaturalmente ambas localidades, comenzaron a retroceder dejándolas separadas y arenadas otra vez. Imágenes satelitales de nuestros días revelan trazos de lo que parecen muchas figuras geométricas entre los suelos estériles de la zona, correspondientes a las antiguas parcelas de verdes parras derrotadas por la aridez.
Los trabajadores de la alicaída industria también comenzaron a emigrar, viviendo un proceso de desarraigo parecido al final de la época del salitre. Para 1962, solamente veinte familias vivían de manera estable en Matilla, subsistiendo con huertos familiares y rescatando agua del rebalse de la cañerías derivadas desde las vertientes de Chintaguay. Y, para 1966, sólo diez agricultores permanecían en el Valle de Quisma regando con escurrajas sus modestos cultivos, que crecían raquíticos en donde antaño el verdor exuberante de las parras se combinaba con el de la producción de muchas hortalizas para la población de la industria salitrera.
El nulo interés de las autoridades por restaurar la alguna vez prodigiosa producción vinera de Pica y Matilla, ha quedado en evidencia con decisiones posteriores. Entre fines de los ochenta e inicios de los noventa, por ejemplo, se construyó una planta para aumentar la captación de aguas para desviarlas a Iquique, esta vez en caudales superficiales de La Quiaca, cerca de Pica.
Los nefastos efectos de estas decisiones justificadas por urgencias del progreso (siempre priorizando el camino más corto, dirán algunos), han sido comentados por Lautaro Núñez en un artículo titulado "Recuérdalo, aquí estaba el lagar: la expropiación de las aguas del Valle de Quisma (I Región)", publicado por la revista "Chungará" N° 14 de 1985, en Arica. También fueron detalladas con testimonios en un excelente y nostálgico capítulo del documental "Al Sur del Mundo" de la temporada de 1999, capítulo "Tarapacá: epopeya del hombre en el desierto" (Sur Imagen, Canal 13 de la Pontificia Universidad Católica de Chile), donde se alcanzó a entrevistar a varios sobrevivientes de aquella epopeya de la historia vitivinícola nacional y sus tragedias.
Hay períodos en que se ha producido chicha de uva en algunas de esas instalaciones de extintos vinos dulces piqueños y matillanos, pero en cuanto al rubro agrícola, la producción de vid que antes se usaba en la vitivinicultura ha acabado desplazada por la de frutas, especialmente cítricos y tropicales. De esta actividad surgió una adaptación de limeros de la variedad swing, que conocemos hoy como el famoso limón de Pica, de alta cotización en gastronomía, repostería y coctelería.
De aquella prometedora industria que habría cambiado el desarrollo económico y social de la Provincia del Tamarugal y que estaba unido las dos localidades de Pica y Matilla con el crecimiento material, hoy sólo quedan algunas botellas y muestras de etiquetas recordándolos en el Museo de Pica, y ese antiguo lagar colonial de Matilla, más algunas tinajas, botijas y cántaros de los siglos XVIII y XIX repartidos en algunas casas de la localidad, como la de don Juan Huatalcho en Pica, aunque todos ellos ya secos, en desuso o hasta trizados.
Son todos los vestigios que hay de la época de oro que tuvieron estos extintos vinos dulces de Tarapacá, sacrificados como cordero bíblico en aras del progreso y del avance material de la sociedad.

Comentarios

  1. Comentarios recuperados desde el lugar original de publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:

    postnamee14 de junio de 2017, 19:12

    Hola, una consulta, hay alguna investigación ubicable respecto al tema?, me parece un tema bastante interesante, ojalá puedas recomendarme aluna referencia académica, saludos
    ResponderBorrar

    Criss Salazar14 de junio de 2017, 20:02

    Debes contactar al Museo de Pica. Ellos cuentan con información más acabada sobre estudios y sus propios archivos.
    ResponderBorrar

    carlosdiazgallardo12 de marzo de 2018, 16:40

    Me gustaría preguntar a los lectores y quienes tienen a cargo esta página si Juan Dassori es inmigrante italiano, porque este apellido es de la región de Liguria y Piemonte.
    Véase mi web: http://www.italianosenchile.cl

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