MI PASEO POR EL CEMENTERIO PARROQUIAL DE PLACILLA


Coordenadas:  34°38'08.2"S 71°06'58.1"W

Es la Navidad de 2021 y voy pedaleando bajo un sol inclemente desde San Fernando, por la ruta Ruta 90 del río Tinguiririca. Macho convencido de que, antes de llega a Santa Cruz, la curiosidad de viajero hará detenerme sólo en las áreas urbanas como Callejones del Río, Nancagua y Cunaco... Y es que olvidé que las travesías a esta velocidad son de total exploración; de descubrimiento metro a metro.

Se aparece así, a un costado del camino, la localidad de Placilla. Este nombre que derivaría de su condición como parada y sitio de descanso para los viajeros que antaño iban desde la costa hacia San Fernando hacia fines del siglo XVIII cuanto menos, según una vieja creencia local, aunque se sabe que fue elevada a la categoría de municipalidad hacia la misma época de la infausta Guerra Civil de 1891. Administrativamente, no asumió tal rango sino hasta tres años después y experimentó algunos retrocesos en el siglo XX. Es el mismo poblado enclavado entre paisajes rurales que se asoma ahora a la vista del intruso con sus grandes huertos, el estadio municipal, los anuncios de restaurantes y el más bien pequeño pero pintoresco Cementerio Parroquial de Placilla, que desde la distancia se puede reconocer ya como un lugar histórico y otra reliquia trazada en el plano. No se puede pasar por el lado fingiendo que no está allí: es necesaria una parada que, además, sirva de breve reposo a tantas horas de pedaleo.

Información publicada por la Municipalidad de Placilla indica que la construcción de la primera iglesia de Placilla se realizó poco después de la erección municipal, gracias a una donación de terrenos de don José Domingo Fuenzalida. Más tarde, en 1903, don Cipriano Guerrero cedió a la viceparroquia otro terreno ubicado en un sector denominado La Dehesa, para la creación de un cementerio. Era aquella, más o menos, el área en donde se crearía el cementerio, mismos paños en donde habían sido sepultadas víctimas de la nefasta epidemia de viruela que azotó al país en 1872, alcanzando también a estas provincias.

El primer cura párroco de Placilla, presbítero Fidel María Palleres, fundó allí el actual cementerio en 1904, hito histórico que es recordado en el lugar por una placa instalada por la Rama Cultural del Club de Deportes Eduardo Macaya "en el 50° aniversario de su muerte" (1918-1968). La comunidad residente profesó una especial simpatía por el sacerdote, pues hacia el centro del mismo recinto cementerial hay también un monumento dedicado a su memoria y sepultura: "Se le recordará siempre como el más cariñoso de los padres", dice la inscripción, en una placa bajo la imagen de la Virgen María que corona el homenaje.

No mucho después de la creación del cementerio, en 1907 otro benefactor llamado José Tomás Galaz donó a la municipalidad los terrenos en donde se erigiría el Santuario de la Inmaculada Concepción, un poco más al interior. Con esto, se completaron los principales recintos santos de Placilla.

El Cementerio Parroquial mantiene elementos de necrópolis (mausoleos y nichos) y camposanto (sepulturas en tierras), distribuidos en su cuadrante con arboledas y murallones más antiguos al frente. Por alguna razón, los colores blancos y tonos claros uniforman bastante el paseo por sus callejones y senderos interiores, con sectores muy antiguos y otros más nuevos, así como algunos rústicos y otros de mayor elegancia.

Otra característica del cementerio es que, a pesar de su naturaleza parroquial originaria, se nota mucho su valor como descanso eterno laico, ya que pueden encontrarse incluso algunas alusiones a miembros de la masonería sepultados dentro del recinto. Es un lugar de paz, entonces: al menos para la convivencia entre los muertos. De hecho, a inscripción PAX aún se lee en el frontón del portal que era el antiguo ingreso a este lugar (hacia el lado de la carretera), hoy parcialmente demolido en su ala derecha y con parte de su estructura enladrillada desnuda.

Es probable que el cementerio siga perdiendo sus rasgos históricos más antiguos, sin embargo: además de la desaparición por vejez y terremotos de parte del señalado portal, se han taponado, reducido o definitivamente removido partes de algunos viejos murallones de nichos, esos en donde estaban las primeras tumbas del lugar. Por esta razón, un buen explorador no debería perder la oportunidad de visitarlo y conocer algo más sobre el aspecto que tenían estos recintos en las tierras huasas de Colchagua y de todo el Valle Central, así que me retiro de allí pensando que he cumplido.

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