LA "DOS RÍOS" EN MONTE PATRIA: UNA MÁGICA CANTINA QUE QUIZÁ SE HALLE EN SUS ÚLTIMOS DÍAS
La fuente de soda "Dos Ríos" hacia 2012 (Fuente: Google Street View).
Coordenadas: 30°42'51.1"S 70°52'34.2"W
Nota: publiqué este texto por primera vez en julio de 2019, de modo que no está actualizado sobre la situación actual en que se encuentre el "Dos Ríos", especialmente tras la crisis sanitaria. No he podido averiguar si sigue abierto al público, por lo tanto.
Tras nuestra experiencia con el eclipse total de Sol en Quebrada de Paihuano, el 2 de julio de 2019,
la noche del día siguiente a nuestra despedida nos ha caído encima pasando por la comuna de
Monte Patria, al interior de Ovalle en la Región de Coquimbo. Ya hemos
decidido en qué lugar alojaremos: el camping de Isla San Rafael, en la
ribera del Río Grande. Sin embargo, queremos comer algo y estirar las
piernas tras un día completo en automóvil. La búsqueda nos conduce a un
singular sitio.
Se
aproximaba ya la hora del partido de fútbol de Copa América Brasil
2019, además, con el partido de semifinales entre Chile y Perú. Aunque
desde hace años el balompié me motiva menos que buscarle pulgas a una
mascota, creo interesante tratar de hallar un boliche con televisor, de
esos con mesas cojas y sillas de mimbre que tanto encanto irradian en
territorios semi-rurales del país, como éste. Fue, precisamente, lo que
encontramos.
Devolviéndonos
un poco y fijando una hora de regreso para nuestro alojo, llegamos al
"Dos Ríos", local ubicado al lado de la carretera D-597 de Las Juntas,
Monte Patria, en la Provincia del Limarí. Se presenta como fuente de
soda, aunque es más bien una cantina, y todavía algo más, según nos
enteraremos en unos minutos. Su patente comercial y autorización para
expendios de alcoholes, en tanto, lo define como restaurante diurno y
nocturno.
Se
trata de un establecimiento vecino a la casa de los dueños y ésta, a su
vez, adyacente a un expendio de comidas rápidas que también pertenece a
la familia, construido hace pocos años. Aunque no está numerado, se lo
encuentra fácilmente: transitando de Norte a Sur, el restaurante y bar
aparece entre el caserío de los lados de la calzada, pasando Las Juntas y
el puente Dos Ríos en la localidad del mismo nombre. A pesar de ser un
lugar con cierta fama de libertino, como sabremos después, se ubica a
sólo metros de la iglesia de este lugar, situado en la confluencia de
los dos brazos del Río Grande con el del Río Rapel, lo que da nombre al
sector de Dos Ríos.
Entrada al famoso boliche.
La tía Juanita, reina de este castillo.
Don Luis, segundo abordo.
Y la familia completa de los propietarios.
El
"Dos Ríos" consta de una gran sala con un añoso mesón implementado con
asientos artesanales para la clientela, además de las típicas repisas de
botellas atrás. Un espacio más pequeño está al fondo del principal, en
donde se encuentra también una cocina. Adornado con cuadros de paisajes,
un Wurlitzer permanece apagado en un rincón. Las mesas de los
comensales son esas típicas cuadradas de toda esta clase de cantinas
populares, con asientos metálicos, y me cuentan que se llenan todas
ellas en los días de mayor público.
La
regenta acá es doña Juana Araya, la tía Juanita, una gruesa mujer de
bajo tamaño y divertidos ademanes, oriunda de Punitaqui y casada con el
copropietario, don Luis Ramos Michea, ambos tremendamente acogedores y
hospitalarios con los advenedizos. Como muchos boliches en régimen casi
de campo, además, ambos llegan al salón a atender como anfitriones, y el
local cobra vida sólo cuando aparecen los primeros clientes de cada
tramo del día. Hasta nuestra llegada, de hecho, estaba cerrado y parecía
haber concluido su jornada.
Nos
reciben amablemente, entonces, y evalúan con rapidez qué poder
ofrecernos para aquella hora de comida. Unas chuletas de cerdo y papas
fritas son la improvisada carta para este par de viajeros, que agregarán
a la mesa unas refrescantes y merecidas botellas de cerveza. Beber la
primera de ellas en el viejo mesón y con la tía Juanita atrás del mismo,
me permite conocer más del ambiente y del público de este folclórico
sitio, antes de emigrar a nuestra mesa para la cena.
Doña
Juana es propietaria mayoritaria del local, socia de su propio marido.
Le gusta mucho el vino blanco mezclado con gaseosa "Pap" (una versión de
chuflay) y parece ser todo un personaje en este lugar de la
comuna. Un residente cercano y cliente del local, señor de edad, llega
después de nosotros y no tiene problema en compartir con ella la misma
botella que le ha pedido en la barra, con otras mujeres de la casa. Doña
Juana es parte del atractivo del local, según todo indica.
Don
Luis aparece con un gran televisor de pantalla plana y lo acomoda entre
dos mesas, sintonizado en las transmisiones del partido de fútbol. Acto
seguido, aparece toda la familia residente en la sala, incluidos hijos,
nueras y nietos. Una despierta y divertida niñita, nieta del matrimonio
y llamada Florencia, nos acompaña y me pide una fotografía (según ella,
me conoce). También llega una chica colombiana que trabaja en casa y
que se relaciona emocionalmente con el hijo de doña Juana, alcanzando a
acompañarnos unos minutos en la barra.
Todos
se ordenan juntando varias de las mesas del mismo local y comienza así
el partido, con gritos, brindis, risas, proclamas, aplausos y
frustraciones. Más de estas últimas, lamentablemente. Hemos terminado
nuestro platillo, sentados a un lado del grupo, y seguimos compartiendo
cervezas. Pero, cuando comienzan a servir entre la enorme familia un
estofado de costillar de cerdo con pollo y arroz, nos llevan a nuestra
mesa también, como invitados. No hubo forma de disuadirlos: nos
sirvieron de todos modos, en una conocida muestra de cortesía que nunca
se ha extinguido entre nuestra gente de provincia.
El
partido fue un fiasco para la selección chilena, que queda fuera. Unos
días después, perderá ante Argentina y quedará en cuarto lugar. Sin
embargo, la noche en el "Dos Ríos" me resulta una experiencia pintoresca
y tremendamente agradable, que se extenderá por varias horas de aquel
miércoles. No tardo en quedar encantado con el lugar.
Me
informan que doña Juana lo fundó hace unos 30 años, primero operando
con ciertas libertades, y después dentro de la norma. En la pared,
detrás del mesón, cuelga enmarcada la primera licencia extendida por el
representante local del Ministerio de Salud para funcionamiento como
"expendio de cervezas", tipeada a máquina de escribir y otorgada a
nombre de don Luis, con fecha 4 de agosto de 1993.
A
este refugio llega gente de todo tipo: desde trabajadores de las
haciendas hasta acaudalados personajes de la provincia. Como está
retirado, muchos se valen de servicios de radiotaxis, pero el propio
señor Luis se encarga, a veces, de llevar de vuelta a lugar seguro a los
que han quedado más "malitos" tras las noches regadas, para que no se
expongan a peligros. Y me confiesan su secreto, además: durante los
fines de semana, éste es un local con niñas, con nueve chicas que
atienden a los parroquianos en el establecimiento, razón por la que su
clientela de esas jornadas es, esencialmente, la masculina.
Sería
algo cursi decir que el tiempo se detuvo en el "Dos Ríos" o que nos
transporta a otra época, pero sí es cierto que este local es un vestigio
de cierto tipo de cantinas que abundaban en las afueras de las ciudades
de Chile, en territorio agrícola, minero y portuario, y que se
caracterizaban por las licencias recreativas reinando en sus barras y
salas. Hasta huasos a caballo arribaban antaño en este sitio, según
escucho.
Sin
embargo, es posible que este simpático sitio desaparezca en lo que le
queda de historia: la tía regenta lo ha puesto en venta, con la casa y
el establecimiento adyacente, pues confiesa estar cansada ya de tanto
esfuerzo y tantos años de trabajo, en una edad en que ya debe pensar en
su retiro. Don Luis no parece satisfecho con esta decisión, pero como
socio minoritario sólo puede acatar. Ni las tradiciones acá tejidas, ni
el valor que la familia da a este espacio, ni una cantidad de clientes
que podrían asegurar su existencia por varios años más, han logrado
persuadir a doña Juana de cambiar su firme idea de deshacerse del "Dos
Ríos" y regresar a Punitaqui, para vivir la merecida época de colgar su
delantal. Muchos le recomendado no relevar responsabilidades en un
administrador, además, pues "nadie lo dirigirá como yo".
La
noche se estira entre vasos y conversamos en la mesa por largo rato
más. Don Luis incluso nos ofrece de regalo alguna cerveza para que
permanezcamos en el boliche, pero el cansancio y la noche son las que
determinan el canon de este día, lamentablemente. Me voy con el recuerdo
de este pintoresco sitio, la complicidad de conocer algunas de sus
desconocidas historias y la explícita solicitud de doña Juana de
ayudarle a ofrecer el mismo a la venta, con mi recomendación sincera
mediante.
Sólo
queda esperar que, de ser vendido y cuando la pareja se retire del
restuarante y bar, el "Dos Ríos" permanezca en sus funciones
equivalentes a la de quinta de recreo y cantina de pueblo, alegrando
corazones y acariciando almas desde el folclore y la vida popular en la
Provincia del Limarí.
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