LA DICHA DEL "PUENTE DE LOS LAMENTOS" DE LA LIGUA
Coordenadas: 32°28'41.94"S 71°16'6.12"W
Adoro este modesto sitio... Por muchos sabores y por muchos recuerdos de
viajes; y sólo por ser lo que es. Simplemente, adorable.
Voy por la carretera en un verano de 2016, con el caluroso Santiago quedando cada vez
más atrás mientras me acerco ya al límite de la Región de Valparaíso. Mi destino
final está en las márgenes extremas de este país-autopista entre cordillera
y mar, pero el rito de cada viaje es siempre el mismo: surtirme de una
provisión de los célebres dulces de La Ligua, ofrecidos por las
tradicionales
palomitas del Kilómetro 148, que ya hace muchos años dejaron de ser
sólo mujeres, compartiendo el deleitoso oficio de los canastillos y los
delantales blancos con los hombres.
Por la Ruta 5, pasada la salida de la Ruta E-35 que conduce hacia La Ligua y
su célebre pastelería semi-artesanal y chalecos, hay un complejo comercial
que funciona como parada y posada para los viajeros, además de dar un
albergue seguro a las palomitas y sus pichones. El lugar está
casi en el mismo punto donde las primeras dulceras de esta tradición
comenzaron a venderlos hacia fines de los 60, comprendiendo que los clientes
no eran sólo los viajeros que entraban a La Ligua, sino los que iban de paso
por la Panamericana. También ofrecen tortillas, pan amasado, abarrotes,
algún expendio de alimentos y -por supuesto- los canastos con empolvados,
chilenitos, alfajores de biscocho y de hojarasca, cachitos, empanadas de
pera y alcayota, principitos, masas milhojas, almejitas, paletitas y todas
esas maravillas de dulzura liguana.
Estos establecimientos de la carretera, correspondientes a módulos techados
con un largo alero, fueron levantados para los comerciantes sobre lo que,
hasta más o menos el año 2006, había sido sólo un viejo recinto menor,
también largo y con techo funcionando como descanso de viajes. Con el
tiempo, la parada ha ido siendo mejorada y ampliada, y casi no hay bus de
pasajeros que no pare allí echando arriba a algún comerciante de dulces, que
paseará por los pasillos vendiendo sus pasteles cargados al azúcar flor, el
manjar blanco y las cubiertas de crujiente merengue.
Los trabajadores aquí tienen un régimen estricto de turnos y respetuosamente
ordenado para procurar el beneficio de todos: a quién le toca vender,
ponerse junto a la autopista o subir a los buses con sus canastos. Es
admirable el nivel de entendimiento y camaradería que han conseguido
pensando más en el beneficio colectivo que en las mezquindades
inmediatistas.
Desde más o menos el año 2010 o un poco antes, estos comerciantes cuentan
también con un pequeño y encantador puente peatonal que reemplazó a la vieja
pasarela para aproximarse a la autopista desde el sector de los locales.
Tiene ese aire y estilo de muchos puentes de terrenos rurales por casi todo
Chile, levantados para sortear arroyos y esteros del paisaje. Su pasarela de
durmientes y la sombra generosa de un pino a su costado, ayudan a enaltecer
lo pintoresco y acogedor de este sencillo sitio.
Principalmente de madera con refuerzos metálicos y pintado de amarillo, une
la calle lateral donde está la parada con la vera de la autopista, pasando
por encima de la zanja que escolta a la 5 Norte por todo este tramo y que
estaría asociada a aguas de riego que se extraían del Estero Quebradilla.
Cada comerciante, siempre de impecable blanco, se coloca en la salida del
mismo sacudiendo un paño o un plumero -también blanco- como invitación a los
viajeros para detenerse un rato en este sitio.
El curioso paso sobre la zanja ostenta un nombre extraño, a diferencia de
su anónimo símil en los puestos de enfrente al otro lado de la carretera:
"Puente de los Lamentos". Lo dice un pequeño cartel pintado a mano colgando
sobre el acceso al módulo del mismo, la parte techada con mallas de nylon y
postes de metal formando una especie de garita, allí al borde de la
autopista donde buses, camiones y vehículos en general pasan persiguiendo
los límites de la velocidad permitida.
El singular nombre, además de aludir sarcásticamente al célebre muro del
Templo de Jerusalén, tiene una inspiración bastante jocosa: es una
autoburla de los mismos comerciantes con la marcada tendencia de los
miembros del rubro a estar reclamando siempre porque consideraron que las
ventas fueron magras o bajas, vicio del que aparentemente, tampoco
escaparían palomos y palomitas.
Por todos lados vemos esta extraña tendencia del comerciante chileno a
priorizar el lamento por sobre la celebración de la utilidad. Es parte de la
idiosincrasia nacional y quizás hasta de la propia inclinación comercial en
la que soñaba consolidarnos Diego Portales como sociedad civil. Sólo en
tiempos muy recientes ha comenzado a retirarse, afortunadamente.
Por todo esto, entonces, nunca faltará el fondero reclamando con el ceño
anudado contra las pérdidas o las ventas poco felices en plenas Fiestas
Patrias, ni el vendedor de juguetes chinos de calle Meiggs convencido ante
las cámaras de los noticiarios que sus utilidades no cumplieron sus
expectativas navideñas... Per sécula, seculorum.
...Y los dulceros ligüanos, incluso ostentando su preciado título formal de
patrimonio cultural chileno, no han sido la excepción.
Bueno: el caso es que estos comerciantes de las carreteras junto a La Ligua,
tienen plena conciencia de la curiosa inclinación del rubro y de ellos
mismos, y por esta razón bautizaron así a su "Puente de los Lamentos",
burlándose de todos aquellos que en este justo y preciso punto vivían
alegando que no han logrado "vender nada" (aunque la contabilidad y
la propia tradición sostenida digan lo contrario) y prefieren "andar
llorando", como se lo denomina en la jerga de estos trabajadores.
Es un estupendo ejercicio motivacional y autocrítico, sin duda, logrado sólo
con el chiste del nombre y el bautizo para el puente, con este inconfundible
nombre.
Encantador y adorable sitio, insisto: como muchos otros que me demuestran
por todo un inmenso país de contrastes extremos y diversidades que llegan a
ser extravagantes, que la esencia de este Chile y de su gente aún se
reconoce en todos sus rincones, para desvelo y angustia de los que ya hayan
sido seducidos por la feromona atrofiante de la oferta cultural unificada
del variopinto laboratorio internacional, siempre alérgico a todo concepto
lindante en la identidad popular y propia.
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