HUANTAJAYA: LAS RUINAS DE UNA EPOPEYA OLVIDADA EL LA MINERÍA DE LA PLATA EN TARAPACÁ
Camino del acceso actual al sector de la mina.
Coordenadas: 20°13'31.96"S 70° 3'44.44"W
Pocos
lugares reúnen en su propia historia tantas épocas y hazañas humanas
como el mineral de Huantajaya (o Guantajaya), al interior de Iquique. Su
existencia atraviesa toda la historia regional, desde tiempos
precolombinos hasta nuestros días, pasando por la conquista del
desierto, la formación de leyendas, el coloniaje, la fiebre calichera,
la Guerra del Pacífico, La Guerra Civil, el oscuro tiempo de las
masacres del salitre y la caída de la industria de la plata tarapaqueña.
Incluso en nuestros días, siguen realizándose allí actividades de
extracción de plata, continuando parcialmente con una historia que se
resiste a terminar, a pesar de los siglos transcurridos.
Según algunos autores, Huantajaya se traduciría como "llevar en andas" o "llevar muy lejos".
Fue la mina de plata más importante de toda la actual Región de
Tarapacá, además de una interesante concentración urbana que, en su
momento, contaba incluso con una iglesia de madera con alta
torre-campanario, pero de cuyo poblado quedan sólo las ruinas de las
ruinas.
Habitada
hasta por miles de persona en su mejor época, hoy sonaría a fábula el
hecho de que, en algún momento de la historia, Huantajaya hizo crecer
todos los pueblos interiores con su riqueza y era mucho más grande que
la propia aldea colonial de Iquique, a la sazón habitada por sólo un
puñado de indios changos y esclavos negros destinados a la extracción de
guano en la isla y covaderas de la costa.
Creo,
así, que Huantajaya es uno de los misterios más profundos y
fundamentales de todo Tarapacá, además de mal recordado y peor conocido;
y por lo mismo, me ha costado una larga cantidad de trabajo reunir
todos estos antecedentes sobre la epopeya que representó en el actual
Norte Grande de Chile, incluyendo el dar con el lugar preciso donde se
hallaba y que parecía ser, hasta hace poco, algo así como secreto
iniciático, manejado más bien por unos pocos curiosos.
Huantajaya, ilustrado por Francisco Xavier de Mendizábal en 1807. Atrás se ve el cerro con los desmontes.
Dibujo de Huantajaya hecho por Jorge Smith hacia mediados del siglo XIX.
El
estado de deterioro y destrucción en que se encuentra el ex poblado
minero, hace casi imposible en nuestros días distinguir dónde estuvo
alguna vez Huantajaya, en la angosta meseta que lo cobijó junto al Cerro
San Agustín y vecino a una quebrada resecada por los milenios, al
interior de Iquique. Por estas tierras inhóspitas y agrestes, sin
embargo, pasaron alguna vez célebres viajeros como Amadée Frezier,
Antonio de O'Brien, Antonio de Ulloa, Charles Darwin, William Bollaert y
su acompañante Jorge Smith, dejando registrada su parte de la historia
local.
Un
camino ancestral señalado a inicios de la Guerra del Pacífico en cartas
geográficas como la de Alejandro Bertrand y la de Francisco Vidal
Gormaz, hacía una ruta que subía la cuesta de la Cordillera de la Costa
desde Iquique directo hasta Huantajaya. Reducido a sólo un senderillo,
este camino fue quedando en desuso, en tanto que otro un poco más al Sur
y actualmente coincidente con la Carretera 616, permitía llegar también
hacia Huantajaya haciendo una vuelta o giro al Norte hacia el final de
la misma ruta, en donde ésta se cruza con la 610. Otro camino
parcialmente reconocible permitía acceder al lugar, en tiempos
coloniales, desde la Pampa del Tamarugal, Huara y el pueblo de Tarapacá,
muy vinculado a la minería de este sitio.
En
nuestros días, se puede llegar a los tristes restos de Huantajaya
siguiendo desde Iquique hacia el oriente por la mencionada Ruta 616 y
doblando por el camino hacia la Penitenciaría de Alto Hospicio, a unos
15 kilómetros del puerto. Una vez allí, se sigue por un seco y rocoso
sendero en dirección Noroeste, desde las mismas instalaciones
carcelarias, aproximadamente por un kilómetro y medio de andar.
Sin
embargo, quien -como fue mi caso- conozca las fotografías de Huantajaya
en 1880, se encontrará con una escena francamente frustrante: desde
hace muchas décadas ya, apenas se distinguen sillares de piedras y las
bases de lo que fueron sus antiguas instalaciones, más los piques de
profundidad terrorífica y ya abandonados (entre ellos, los que fueron
usados por el infame Psicópata de Alto Hospicio para deshacerse de sus
víctimas: hágase el ejercicio de arrojar por los embudos de cada pozo
una piedra y esperar cuánto tarda en llegar al fondo), y uno que otro
rastro de lo que fueron en su tiempo caminos, murallones y cuadras
completas, en un estado deplorable de conservación material que sólo se
repite en las más maltratadas ex oficinas salitreras nortinas. Poco y
nada es lo que queda del poblado, en consecuencia.
Como
el escritor Bermúdez Miral lo sugería en 1960, Huantajaya es sólo un
fantasma en lo alto y adentro del territorio iquiqueño; la sombra de sí
mismo, como un recuerdo difuso e imprecisos atrapado entre los cerros de
la pampa tarapaqueña, acosado por el olvido, por las cadenas de la
riqueza perdida y por las historias de apariciones espectrales que se
negaron a partir desde el triste más acá.
Iglesia de Huantajaya hacia 1880.
Calle principal de Huantajaya, con la iglesia al fondo. Imagen fechada en 1889.
Más
de una leyenda tarapaqueña ha intentado dar explicación a la generosa
riqueza del mineral de Huantajaya, que proporcionara a la provincia una
época de prosperidad que nunca se ha repetido en su historia, ni
siquiera con el auge salitrero. Las historias del folklore sobre tesoros
y minas perdidas abundan en este lugar, además, muchas veces
fundiéndose con la realidad de Huantajaya o haciendo eco del recuerdo de
su fortuna minera, como los casos del mítico y perdido yacimiento de
plata de Huacsasina, la Mina del Sol de la Pampa del Tamarugal o el
supuesto tesoro inca escondido en el Cerro Unitas, custodiado por
Gigante de Tarapacá.
Autores
tarapaqueños como Mario Portilla Córdova, se refieren a una de aquellas
leyendas que involucran la histórica mina, según la cual un cacique de
Tarapacá quiso esconder sus tesoros de los invasores españoles
entregándoselos a sus dos hijas de nombre Huantajaya (la menor) y Rosa
(la mayor, así llamada porque fue cristianizada), para luego enviarlas
escoltadas por alguno de sus hombres con la expresa instrucción de que
se escondieran entre los cerros, resguardando la fortuna. Por desgracia,
sin embargo, los conquistadores las interceptaron y, tras ser
horriblemente abusadas y robadas, ambas hermanas decidieron quitarse la
vida, quedando convertidas en los dos cerros cercanos donde estarán los
ricos yacimientos iquiqueños de plata: el Huantajaya y el Santa Rosa,
respectivamente.
El
cerro de plata de San Agustín de Huantajaya aún se encuentran allí, en
el lugar del rico yacimiento y guardando su parte del secreto de ambas
hermanas muertas, despojadas ya de la enorme riqueza que los españoles
explotaron por siglos gracias a trabajadores indígenas y negros
esclavos.
Una
leyenda más dice que la riqueza de los cerros de Huantajaya no se
reduciría sólo al mineral de plata, sino también a otros tesoros ocultos
allí desde los tiempos de la ocupación chilena de Pisagua, durante la
Guerra del Pacífico: adineradas familia peruanas habrían escondido todas
sus riquezas en algún buscado y nunca hallado escondrijo, antes de
escapar de la provincia. Jamás reapareció dicha fortuna, aunque la mina
siguió dando algún grado de riqueza a pesar de que, en aquella época, su
esplendor había pasado.
Otras
tradiciones hablan de minas de oro en Huantajaya e incluso de la
siempre escasa agua dulce, supuestamente escondida en secretos pozos que
podrían abastecer las necesidades de toda la zona, creencia que quizás
derivó del recuerdo de una inundación que se produjo alguna vez en
ciertos piques del yacimiento, según se cuenta.
Parte del poblado de Huantajaya en junio de 1889.
La
veta de plata de San Agustín de Huantajaya había sido conocida y
explotada en tiempos precolombinos, comenzando a ser trabajada durante
el dominio del Inca Tupac Yupanqui, hacia fines del siglo XIV e inicios
del siglo XV. Los españoles la encuentran y se la apropian en el siglo
XVI, concediéndosele derechos de explotación a don Lucas Martínez
Vegazo, comerciante residente del poblado de Tarapacá que amasó una
fortuna inmensa con éste y otros negocios hacia el año 1543. Su impulso
al desarrollo del pueblito ubicado en la Quebrada de Tarapacá fue clave
para aumentar la urbanización del mismo y luego su reconocimiento como
capital de provincia, todo por la riqueza y desarrollo iniciado con
estas encomiendas.
Sin
embargo, el comerciante Jerónimo de Villegas obtiene esta misma
concesión minera en 1556, la que le fue arrebatada a Martínez en medio
de las disputas entre los españoles en Perú. Debo hacer notar, sin
embargo, que este último año aparece señalado por varios autores (como
Francisco Javier Ovalle, Vjera Zlatar Montan y otros) como aquel en que
realmente comenzó la explotación del yacimiento, por lo que me pregunto
también por la precisión de las fechas que reportan las fuentes. Como
sea, Lucas Martínez recupera la encomienda al morir Villegas al año
siguiente, aunque abandonando desde entonces Tarapacá y trasladándose a
Lima, donde transcurrió el resto de su holgada vida.
A
la sazón, la extracción del mineral se hacía sólo a escasa profundidad,
pues una de las virtudes del yacimiento era su riqueza casi a ras de
suelo. Para las faenas, entonces, se empleaban casi exclusivamente
barretas y grandes cantidades de pólvora. No obstante estas facilidades,
ya entonces se hizo claro que uno de los problemas más grandes para
mantener la actividad era el abastecimiento de agua dulce, una
dificultad con que la minería en la Cordillera de la Costa de Tarapacá
se enfrentó durante toda su existencia.
Sin
embargo, por entonces los mismos españoles que laboraban en Huantajaya,
sólo dieron con una pequeña parte de los yacimientos que, tras agotarse
rápidamente, fueron abandonando al poco tiempo, inconcientes de la
enorme riqueza que aún quedaba allí.
Tuvo
que pasar cerca de un siglo y medio para que Huantajaya volviera al
interés minero y se convirtiera en el rotundo centro de actividad
argentífera que enseñoreó el desierto y lo llenó de lucrativas
utilidades.
El
redescubrimiento o, más precisamente, el descubrimiento de nuevas vetas
de plata en el mineral de Huantajaya, se realizará hacia 1717-1718
según crónicas y fuentes históricas, aunque un viajero y cronista de
aquel siglo, Frezier, se refiere al hallazgo de minas de plata cerca de
Iquique en 1713. Desconozco si acaso hablaba del mineral que aquí
describo, lo ubica a 12 leguas desde Iquique, cuando Huantajaya está en
realidad a sólo dos.
Como sea, el yacimiento huantajayino fue redescubierto por el indígena oriundo de Mamiña don Domingo Quilina "Cacamate",
quien trabajaba a las órdenes de su patrón don Francisco de Loayza,
habitante del poblado de San Lorenzo de Tarapacá que amasaría fortuna
con esta actividad y también llevaría una larga época de prosperidad
para este pueblo al interior de la Quebrada de Tarapacá, tanto así que
llegó a ser la capital provincial cuando Iquique todavía era sólo una
pequeña aldea costera, como ya vimos. Por el año 1727, la producción es
tal que permitió potenciar a la Caleta El Molle como centro de
abastecimiento y de embarque, mientras que el Oasis de Pica pasó a ser
el lugar de residencia o descanso de muchos adinerados socios de
explotaciones de la mina.
Don
Francisco de Loayza inició la explotación de la mina y su mejor época
de riqueza, la que aún se hallaba casi superficialmente. Le siguió en el
negocio su hijo Bartolomé, quien trabajó especialmente la mina San
Simón y fundó la compañía explotadora de Huantajaya. Éste sacó de un
tajo poco profundo de 22 varas de largo, la cantidad 54 mil marcos de
plata pura en barra, creyéndose incluso que sus trabajadores le robaron
cerca de 30 mil, según estimaciones de Mendizábal. En alguna ocasión
hasta encontró una "papa" de plata pura de 32 quintales. Más "papas"
espectaculares en tamaño y peso salieron de este sector conocido como El
Hundimiento, con tres bocas-minas y que todavía puede ser identificado
entre el abandono y el olvido del lugar.
Se
unió al negocio también don Basilio de la Fuente, otro residente del
pueblo de Tarapacá recordado como un gran filántropo, que financió la
reconstrucción de la Iglesia de San Lorenzo de Tarapacá y la de Camiña, y
que daba asistencia a los pobres indígenas de la zona. Otras familias
tarapaqueñas ligadas al negocio huantajayino fueron los Vilca, los
Flores y los Castilla.
El
quizás primer plano formal de la mina se hace en este período: en 1765,
por el Alcalde Mayor de Minas don Antonio de O'Brien, a petición del
Virrey del Perú don Manuel de Amat y Junient. Esta carta muestra con
gran detalle y descripción taxativa el lugar, mostrándolo ya entonces
como un poblado crecido casi a un costado mismo de las minas.
Cabe
añadir que muchos mineros del Alto Perú emigraron por entonces a estos
territorios portando sus propias tradiciones y folclore, para trabajar
en la explotación de minas de plata como la de Huantajaya, y también en
las auríferas de Sipisa, fundando un pueblito en la Pampa del Tamarugal
conocido como Tihuana, correspondiente en nuestros días a La Tirana,
sede de las fiestas religiosas más importantes de Chile, consagradas a
la Virgen del Carmen y con una enorme fusión de elementos culturales
donde destacan los de origen altiplánico, por esta razón. La época de
Huantajaya, así, tuvo consecuencias para la propia identidad
regional-nacional y sus manifestaciones en el folclore religioso del
Norte Grande.
La
mina de Huantajaya dio un impulso proto-industrial a todo el
territorio, que alcanza su cima en el siglo XVIII. Una gran azoguería
que amalgamaba con mercurio el mineral, por ejemplo, se encontraba en
Tilivilca, unos pocos kilómetros antes del pueblo de Tarapacá,
existiendo aún sus ruinas junto al camino de la quebrada. Incluso parece
haber un primer respaldo importante en la relación de la imagen y el
culto a San Lorenzo con el mundo minero, del que es su Santo Patrono,
gracias a la influencia de Huantajaya.
También
había en la Quebrada de Tarapacá molinos de rocas y fábricas de pólvora
para ser usadas en las faenas mineras; de hecho, antes de iniciada la
fiebre calichera que tanto caracteriza a la historia de la región, el
salitre era utilizado por esto mismos mineros ya entonces, para los
necesarios explosivos requeridos por la actividad huantajayina, usando
procedimientos que fueron base a la posterior tecnología de la
industrial del nitrato.
La
abundancia de plata era extraordinaria y realmente parecía inagotable.
Lo seguía siendo aún cuando se acabaron las vetas casi a ras de suelo y
se explotaba ya el material más profundo, lo que demandó más cantidad de
trabajo por la dureza del terreno rocoso en que se hallaban. Bermúdez
Miral agrega al respecto:
Un
cronista de Huantajaya, don Pedro de Ureta y Peralta, habla de dos "pepitas" extraídas en 1758 y 1789, una de las cuales era de 32 arrobas,
pertenecientes a una de las minas de los Loayza. En el Museo de Madrid
existe un trozo de plata extraído a mediados del siglo XIX que pesa 265
libras, pero se sabe que en 1792 se remitió a España una enorme "papa"
de plata cuyo peso alcanzaba a 800 libras... La época más célebre de
Huantajaya, porque entonces las minas dieron su más alto rendimiento,
comprende de 1718, con los trabajos emprendidos por Bartolomé Loayza,
hasta 1746.
Un
pueblo completo creció alrededor de las instalaciones del yacimiento y
así, al poco tiempo, el lugar se había convertido en una verdadera
ciudad-enclave, también anticipándose a la época de las oficinas
salitreras. Las cómodas y numerosas casas se construían con bases y
sillares de piedra con mortero, y se edificaba encima con madera, roca y
argamasa. El transporte del mineral se hacía en mulas, y el agua dulce
era obtenida en las vertientes de la costa o desde el río Loa y luego el
Pisagua, frecuentemente desembarcada en el puerto, y llevada hasta el
poblado subiendo por la cuesta, circulando entre la comunidad en grandes
odres y botijas de cuero que abundaban allí. Productos agrícolas son
enviados desde la Quebrada de Tarapacá y Pica, además de alimento para
los animales.
El
Huantajaya de entonces contaba con su iglesia (el edificio más alto del
poblado, al final de su calle principal), escuelas, pulperías, fondas,
negocios menores, herrerías, corrales para animales y correo. Llegó a
tener hasta tres cementerios, uno de los cuales todavía era reconocible y
arrojaba huesos humanos afuera en los años noventa, aunque en él ya no
quedaba una sola lápida legible. Quizás había también algún lupanar por
allí, disfrazado de cantina o de almacén, aunque autores como Martín
Sierra aseguran que lo tradicional era que los mineros bajaran a Iquique
a buscar casitas de remolienda, en los días de pago.
Hacia
el año 1758, aparentemente, habían vuelto a hallarse ciertas vetas de
plata en los terrenos del yacimiento. Pero coincidió que, al aproximarse
el siglo XIX, el mineral de Huantajaya comenzó a agotarse de forma
notoria, especialmente en sus mencionadas vetas casi superficiales,
pasando así época de gran riqueza hacia el año 1792. A pesar de esto, la
fortuna que aún quedaba en el yacimiento servía para seguir sosteniendo
parte de la población minera del mismo y sus respectivas actividades,
aunque con las ya comentadas dificultades para trabajar las vetas más
profundas en la dura roca.
Una
completa descripción del lugar es proporcionada en este período. El 28
de diciembre de 1807, hallándose en el poblado, don Francisco Xavier de
Mendizábal produjo una interesante cartilla manuscrita e ilustrada a
color, titulada "Vista del célebre mineral de Huantajaya", donde se
observa el cerro con las "Bocas minas y sus desmontes" y parte de la "Iglesia fabricada de tablas".
En la cartilla se puede observar el campamento minero, con casas y
muros de piedra más techos de dos aguas. El autor anota allí de su
propia pluma y pulso lo siguiente, detallando las características
generales del lugar:
El
minera de San Agustín de Huantajaya, situado a los 20° 16' de latitud
austral, se halla a dos leguas cortas del Puerto de Iquique, en una
serranía algo elevada, lo que causa un temple de los más benignos
apetecer, particularmente el verano, refrescándose por los vientos del
mar los ardores de la estación; pero tan bellas cualidades se
contrapesan con la espantosa aridez que se presenta a la vista, no
permitiendo lo poco que llueve por una parte y los antimonios y sales
del terreno por otra, que crezca verdura alguna...
Posteriormente,
cuando señala el período de decadencia de la riqueza, cuando se
acabaron las vetas superficiales y sugiere medidas para revitalizar la
actividad, escribe cerrando su exposición:
Por
este medio tendrá el mineral el auxilio de alimentos próximos y el de
la Ruta de las Mulas, que se aumentarán para la más económica conducción
de los metales a los ingenios y se sacará utilidad de las vetas más
pobres en metal que ahora no costean los grandes gastos que causan su
beneficio. Si a esto se agrega la formación de algunas compañías que
junte bastantes fondos para comprender nuevas labores (...) se
verá revivir la antigua riqueza de este asombroso mineral, que se halla
en el día por falta de auxilios casi en estado de abandonarse.
Cabe
indicar que varias otras minas iquiqueñas que habían tenido su apogeo
en el siglo XVIII, también entraron en algún grado de problemas durante
la siguiente centuria, como Chanavaya (descubierta en 1754), Santa Rosa
(1776) y El Carmen (1779).
Pasada
la época colonial y hallándose ya en tiempos republicanos, era claro
que los años dorados de Huantajaya en la industria argentífera estaban
quedando cada vez más atrás. La Independencia y la caída del poder
realista en Perú, además, significaron también la virtual paralización
de las actividades en el yacimiento, lo que significó la emigración de
muchos de sus habitantes hasta Iquique y la desaparición progresiva del
poblado.
A
pesar de ello, el mineral recuperaría parte de su importancia como
centro de relativo interés para las actividades para la minería. Muchas
casas construidas en el puerto entre 1820 y 1830, por ejemplo,
pertenecieron a esta nueva generación de empresarios de la plata
huantajayina. Hacia el verano de este último año, además, un decreto
autorizó la exportación de los desmontes del mineral, que eran
transportados en el puerto hasta el costado de los barcos en balsas de
cuero de lobo marino similares a las usadas antes por indios changos.
Esto devolvió algo de la vitalidad al viejo poblado minero.
Afortunadamente
para la región, precisamente hacia esos días la actividad minera
encontraba nuevos rubros de ocupación en la explotación del guano y
especialmente el salitre, actividad que atrajo a muchos trabajadores
chilenos hasta aquellas comarcas tarapaqueñas. Fue en este estado que se
hallaban las cosas durante las primeras décadas del siglo XIX. Así,
para 1826 la actividad de extracción argentífera era sostenida en la
zona sólo por algunos extranjeros y ciudadanos peruanos, dedicados a
explotar en el caso de Huantajaya, lo que quedaba de material en esos
desmontes que habían sido ignorados durante la época colonial.
En
los tiempos de la pasada de Darwin por estas tierras, hacia 1835,
Iquique tenía sólo 1.000 habitantes. Sin embargo, la comunidad de
Huantajaya se veía a ojos del viajero y científico británico sólo como
una aldea, ya entonces muy inferior a la importancia del puerto:
Habiendo
subido las montañas de la costa por un sendero arenoso en zigzag, no
tardamos en dar vista a las minas de Guantajaya y Santa Rosa. Estas dos
aldehuelas están situadas en las bocas mismas de las minas, y por tener
las casas dispersas en las más abruptas y áridas alturas presentaban un
aspecto más destartalado y triste que la ciudad de Iquique.
En
los tiempos de la Guerra del Pacífico, cuando el territorio deja de ser
peruano y pasa a manos de Chile, el poblado sigue siendo el más
importante centro urbano después de Iquique, hasta donde se ha
trasladado la capital provincial desde Tarapacá pocos años antes de
iniciada la conflagración del '79. Este cambio de capital y la
disminución de la riqueza que antes daba fortuna a los empresarios
mineros residentes en la quebrada, fue afectando también al otrora gran
pueblo de Tarapacá, reduciéndose paulatinamente hasta quedar convertido
en el caserío que es ahora, sede de las principales fiestas de San
Lorenzo.
Huantajaya
no estuvo ajena a los conflictos sindicales, a los movimientos de
trabajadores ni a los conflictos políticos en general. Ovalle cuenta
cómo, en junio de 1890 y en medio de la gran agitación con huelgas por
todo el territorio, bajaron a Iquique unos 500 ciudadanos huantajayinos
para celebrar un mitin político frente a los talleres del periódico "El
Nacional". Luego, al comenzar la Guerra Civil de 1891, muchos obreros de
la pampa y varios de ellos veteranos del '79, adhirieron a la Junta
Revolucionaria y tomaron las armas en contra del infortunado Gobierno de
José Manuel Balmaceda, contándose en la tradición oral que Huantajaya
fue, entonces, escenario de una olvidada masacre de trabajadores tomados
prisioneros por el Ejército durante batallas y escaramuzas libradas en
Huara y Pozo Almonte, y conducidos hasta el deteriorado poblado minero,
donde habrían sido fusilados tras ser alineado junto al Pique San Juan.
El
escritor Vjera Zlatar Montan cuenta que, hacia la misma época, en
Huantajaya y Santa Rosa don David Richardson tenía establecidas
pulperías, cuya jefatura encargó al inmigrante croata Josip Lukinovic
Orlandini, quien pasados dos años pasó a ser dueño de los negocios,
además de otros repartidos por las oficinas salitreras. Había adquirido
también derechos mineros en Huantajaya y Collahuasi, los que vendió en
1912 a don Luis Moro. No fue el único croata ligado al pueblo: entre
otros, vivió allí también don Miguel Gliubicic, quien en 1894 se hizo
socio de la Sociedad Austro-Húngara de Socorros Mutuos de Iquique; y en
1899 hizo lo propio don Antonio Mladineo Martinic, comerciante y socio
de la misma mutual.
Empero,
con la primera década del siglo siguiente, Huantajaya ya estaba
deslizándose irremediablemente por la tabla rasa hacia el destino de
convertirse en un pueblo fantasma. Definitivamente pasada ya su época,
el pueblo acabó por quedar despoblado rápidamente y de las imágenes que
hacia la década de 1880 lo mostraban aún como un lugar con calles y
cuadras de casas de madera, sólo quedaban esas mismas fotografías en
color sepia.
Agotadas
las últimas grandes vetas y despoblándose ya en plena época final de la
industria salitrera de Tarapacá, los minerales de Huantajaya y Santa
Rosa quedaron reducidos a sólo un grupo de instalaciones deterioradas y
penosas, carentes de todo esplendor... Tarapacá vivía ya entonces en la
incipiente crisis del salitre, mientras la memoria histórica sobre la
epopeya de la plata había pasado hacía tiempo a dormir el sueño de los
justos.
La
descripción lapidaria hecha por Bermúdez Miral sobre el aspecto de las
ruinas de Huantajaya, el mismo que ofrece desde hace medio siglo o más,
sigue vigente por haber sido definitivo y sin vuelta atrás,
desgraciadamente:
Huantajaya,
donde no existe ni rastro de las actividades pasadas, es hoy día nada
más que una denominación geográfica. Tanto da ir allá como a cualquier
otro lugar del desierto, pararse sobre las curvas de un lomaje y
contemplar hacia cualquier lado otras colinas redondeadas por el viento,
cerros imponentes y planicies arenosas.
Nada
queda de ese esplendor y magnitud. Muchas de las viviendas y edificios
quizás fueron desmantelados por sus propios residentes a medida que se
retiraban, pero la mayor parte de la destrucción de Huantajaya se debe a
la combinación nefasta de saqueadores dirigidos por intereses
empresariales, además del descuido y la acción inclemente del erosivo
desierto tarapaqueño. Incluso su cementerio se ha vuelto casi
inubicable, atacado por coleccionistas de cráneos o, simplemente, por
vándalos enemigos del patrimonio. No son pocos los iquiqueños con la
opinión de que fueron las propias empresas mineras las que completaron
la destrucción final de Huantajaya hacia inicios de los noventa, al
buscar plata en los desmontes, arrasando con lo poco que quedaba y
arrastrando grandes cantidades de tierra removida con maquinaria pesada
sobre terrenos de valor patrimonial, especialmente en el último de los
cementerios. La destrucción fue tal que, en su momento, motivó la visita
urgente al lugar del Obispo de Iquique Monseñor Enrique Troncoso,
además de representantes del Ministerio de Salud y profesionales de la
arqueología.
Nada,
salvo unas miserables bases de piedra, escalinatas y muros totalmente
aislados entre sí, quedan en el lugar. Terrenos cercanos al ex poblado
aún son explotados por la Minera Huantajaya, en tanto, aunque no lleguen
ni a la sombra de aquella riqueza desbordada que se le conoció en el
siglo XVIII.
Tras
visitar aquella huella vacía y olvidada en la pampa nortina, quedo con
la impresión de que Huantajaya parece haber sido un sueño; una ilusión
de la historia, o acaso un espejismo de Tarapacá, diluido en los hilos
del tiempo y evaporado como un cántaro de agua derramado sobre estos
suelos yermos y ardientes. Me voy dejando atrás esas ruinas
incomprensibles, profanadas y perdidas en la noche de la historia,
mientras el Sol cae al final de la Ruta 16 ya sin revelar las siluetas
de un pujante poblado crecido junto a riquísimas minas de plata. Uno se
pregunta hasta si de veras existió un mineral maravilloso y un pueblo
vivo, ahora desaparecido e irreconocible, como un puñado de arena
arrojado al viento.
Y
así, ya huérfana de un espacio geográfico, insegura de su propia
existencia, la epopeya de la plata de Huantajaya no existe más allá de
la abstracta memoria secular del territorio de Tarapacá.
MENSAJES RESCATADOS DESDE LA UBICACIÓN ANTERIOR DE ESTE TEXTO, ANTES DE SER TRASLADADAS HASTA ACÁ:
ResponderEliminarGilberto Gómez Valdivia · Top Commenter · Universidad Tecnica del Estado
ME LLEGUE A EMOCIONAR CON LA LECTURA.
Reply · · May 28, 2013 at 8:58am
Raúl Ismael Cordero Alaniz · Universidad de Chile sede Antofagasta
Eso es la ansia ..............nidad
Reply · · May 28, 2013 at 11:38am
Gilberto Gómez Valdivia · Top Commenter · Universidad Tecnica del Estado
a proposito de anciano a ud le cuelga ...EL ARBOL DEL CEMENTERIO.....solo le sirve para darle sombra al muerto
Reply · · May 28, 2013 at 3:01pm
Hector Patricio Maturana · Estoy Estudiando Ingenieria Electrica en La Universidad de Tarapaca
Huantajaya gran pueblo minero de la Comuna de Alto Hospicio, admiro el sacrificio de tanta gente que incluso dio su vida por sacar las riquezas de las profundidades.
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Criss Salazar7 de noviembre de 2014, 00:17
MAS MENSAJES RESCATADOS:
ArieL אריאל AArón אהרן16 de octubre de 2013, 5:02
Gracias por este trabajo. Los que habitamos Alto Hospicio estamos sedientos de nuestra historia. Gracias de nuevo.
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Unknown3 de febrero de 2016, 17:39
Gracias por darnos a conocer parte de la historia del Norte Grande, que en un tiempo fué territorio peruano y nó por eso se debe olvidar las actividades en época precolombina-peruano y chilena.
Azapa.Arica Chile manta. Noqa marcial
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Unknown3 de febrero de 2016, 17:44
Gracias por darnos a conocer parte de la historia del Norte Grande, que en un tiempo fué territorio peruano y nó por eso se debe olvidar las actividades en época precolombina-peruano y chilena.
Azapa.Arica Chile manta. Noqa marcial
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Unknown6 de enero de 2017, 01:38
Muy Buena Información que ya sabía en partes.
Soy el Tataranieto de Basilio de la Fuente.
Marco Antonio Gutiérrez de la Fuente Fernandini,del Perú
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Unknown6 de enero de 2017, 01:39
LOs felicito por la publicación.
Muy Buena Información.
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Cristóbal Inostroza31 de octubre de 2017, 10:42
Se que parte de mi familia materna era de alla más específico mi bisabuelo Juan Crisóstomo Fernández zelaya
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Unknown10 de julio de 2018, 02:56
Muy buen articulo de la historia de nuestra region, felicitaciones.
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Unknown1 de diciembre de 2018, 08:34
Gran articulo, para leer con mis hijos, vivo en Alto Hispicio y hemos paseado por ahí
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El blog de la historia9 de enero de 2019, 15:04
Se puede visitar? Aunque sea para ver lo poco que ha quedado? En una foto dice propiedad privada, ha ido con autorización? Desde ya muchas gracias. Es curiosidad para saber si puedo llegar hasta alli. Saludos
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El blog de la historia9 de enero de 2019, 15:05
Se puede visitar? Aunque sea para ver lo poco que ha quedado? En una foto dice propiedad privada, ha ido con autorización? Desde ya muchas gracias. Es curiosidad para saber si puedo llegar hasta alli. Saludos
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GONZALO SUAREZ REYES28 de enero de 2019, 23:43
Mi abuelo, German Suárez Souza Ferreira, médico. tuvo una botica en Huantajaya. Falleció en 1901. cuando mi padre, Germán Suárez Vértiz, tenía 4 años de edad. Una persona con la ayuda de un mal abogado trato de quedarse con la botica, lo que el pueblo no permitió arrasando la botica para que no pudiera llevarse nada.
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Unknown1 de noviembre de 2020, 17:25
Que interesante tu historia, mi bisabuelo José Ramón Páez Zamora trabajó allí como carpintero en minas y se casó viviendo allí.
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GONZALO SUAREZ REYES28 de enero de 2019, 23:43
Mi abuelo, German Suárez Souza Ferreira, médico. tuvo una botica en Huantajaya. Falleció en 1901. cuando mi padre, Germán Suárez Vértiz, tenía 4 años de edad. Una persona con la ayuda de un mal abogado trato de quedarse con la botica, lo que el pueblo no permitió arrasando la botica para que no pudiera llevarse nada.
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PARTE II:
EliminarUnknown1 de julio de 2019, 01:09
Al frente por las curvas cuando salgo en búsquda de minas viejas y tesoros vivos de la minería solo basurales, los alcaldes de Anto Hospicio han sido incapaces de generar la recuperación histórica, pero tengo hallasgos como los de la imagen de la mina huantajaya dibujada que misteriosamente coincide con otra mina que yo encontré y es otro punto, es increible que leyendo de Huantajaya en mi busqueda de Huasicima la que quiero reencontrar haya dado con un tercer punto y en su interior verdaderos laberintos afirmados con muros, piedras sobre piedras, galerías extensas que no se donde llevan, pero viendo como las rapiñas que buscan destruír la historia buscando artículos para vender descaradamente en calle baquedano o al costado del correo es que no publicaré jamas mis hallazgos, tal ve cuando vuelva a entrar a la Huasicima como cuando entre con mi abuela siga guardando ese secreto para evitar la destrucción. No hay otra alternativa.
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WALTER FORAL LIEBSCH4 de agosto de 2019, 04:22
EL LINK QUE YO UTILIZABA EN MI BLOG... LA HISTORIA DESCONOCIDA DEL MINERAL DE HUANTAJAYA https://urbatorium.blogspot.com/2014/12/la-historia-desconocida-del-mineral-de.html ... PARECE QUE YA NO EXISTE?... SALUDOS
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Criss Salazar4 de agosto de 2019, 23:21
Hola, estimado! Lo pase a la seccion "En Prensa", en el menu superior. Era un articulo de periodico.
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Urzula Alfaro10 de diciembre de 2019, 11:52
AGRADEZCO LA INFORMACIÓN TAN CLARA Y PRECISA, CON RESPALDO FOTOGRÁFICO, ME HA AYUDADO MUCHO PARA HACER UN TRABAJO ARTÍSTICO Y OBVIAMENTE MENCIONARÉ MI FUENTE.
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Urzula Alfaro10 de diciembre de 2019, 11:54
Agradezco la información clara y precisa, además de las imágenes que son muy útiles para un trabajo artístico que debo hacer, obviamente indicaré la fuente.
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Benjamín30 de mayo de 2020, 23:19
Bella historia que se pierde por el centralismo que se alimenta con las riquezas de este y otros minerales del norte.
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Unknown19 de julio de 2020, 19:10
mi correo es chocheibanez@ mi comentario referente a la mina huasima , segun mi abuelu esta mina esta en el cerro mirando el mar antes de Pisagua y segun cuentan que esta tapada concueros de animales para que.no sea descubierta. Era una mima muy rica y cuyo desmonte tenia mineral de plata.
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Unknown19 de julio de 2020, 19:12
mi coreo no es el que seindica avajo . el correcto chocheibanez@hotmail.com
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Unknown1 de noviembre de 2020, 17:23
Mi bisabuelo paterno José Ramón Páez Zamora trabajó como Carpintero en la mina en un período no menor a 1887-1891 luego se fue a trabajar a otras minas.