EL SECRETO DE LA IGLESIA DE COLO Y UNA CUEVA MISTERIOSA

Coordenadas: 42°15'31.8"S 73°24'06.9"W (iglesia) / 42°15'31.8"S 73°24'06.9"W (cueva)

Colo es una pequeña localidad de la comuna de Quemchi, ubicada próxima a las orillas del río Colu y no muchos kilómetros hacia el poniente de Quicaví, la famosa capital político-administrativa de los brujos de Chiloé y de su famosa sociedad secreta conocida como la Recta Provincia. El movedizo nivel de aquel estero forma allí una enorme ciénaga de barro y turba profunda bajo la altura del terreno del templo y las residencias, sitio lleno de fango negro, junquillos y otras especies vegetales propias de este paisaje pantanoso que ha engañado cruelmente a varios campistas y bañistas con sus abruptos cambios del caudal, según me cuentan.

A pesar de poseer un quincho con comidas típicas y locales de ventas de productos artesanales, la sencillez urbana del caserío de Colo contrasta con la rústica pero muy notoria majestuosidad de su iglesia, ubicada al final de la calle principal y a un costado del cementerio del pueblo. Este templo corresponde a una de las 16 iglesias chilotas en categoría de Monumentos Históricos Nacionales desde 1999, reconocidos también por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad a partir del año siguiente, todas ellas de madera y conformando la hermosa ruta cultural y turística de estos edificios religiosos dentro del Archipiélago de Chiloé.

Construida hacia la segunda mitad del siglo XIX según los cálculos, su fábrica es de madera de coihue y ciprés, aunque puede que haya ido perdiendo parte de aquel material original en algunas intervenciones, nos parece. Cuenta con bases de piedra que sostienen toda su estructura, distribuida en una planta rectangular de 28 por 10 metros, aproximadamente. Como muchas otras iglesias de la zona, esas grandes rocas que sirven de sólida fundación, montándose todo el edificio encima. El revestimiento de tejuelas está en las aguas del techo, fachada y torre, rasgo típico de las iglesias de la zona.

Exteriormente, también destaca el campanario de base octogonal al frente cercano a los 17 metros de altura y rematados por una gran cruz, con una fachada de columnatas con atrio y pórtico triple abalaustrado, tras el que existe una puerta central. Interiormente, es de nave mayor y dos laterales divididas también por pilares y arcos, bajo un cielo de cañón reproduciendo la bóveda celeste con figuras de estrellas, imperando por completo la madera también en estas estructuras.

 

La iglesia, o técnicamente capilla según el reconocimiento eclesiástico, fue consagrada a San Antonio de Padua, patronato bastante popular en el culto de los chilotes y cuya fiesta se celebra cada 13 de junio. Esto último se debe a que, si bien los jesuitas fueron los principales agentes de evangelización dentro del archipiélago en sus tiempos coloniales, también participaron intensamente del proceso franciscanos y mercedarios. La imagen del santo está en el presbiterio tras el altar principal, a la izquierda en el conjunto formado también por las figuras del Jesús Nazareno de Caguach, al centro, y la Virgen de la Candelaria en el otro extremo, a la derecha.

Además de la fiesta del santo patrono, se celebran en este lugar las efemérides de la Candelaria cada 2 de febrero, de Jesús Nazareno el 30 de agosto, la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y la Navidad el 24 de diciembre, agregándose después al calendario santoral el día de Santa Teresa de Los Andes, correspondiente al 13 de julio.

Aunque se trate de un templo de proporciones medianas, resulta curiosa su capacidad interior con la cantidad de habitantes de Colo y las dificultades que había hasta hace no muchas décadas para llegar a este sitio, a causa de la geografía y la topografía local. Es parte de las muchas curiosidades de la isla también en ese sentido, además de su gran distancia con respecto al borde costero, a diferencia de otras iglesias patrimoniales que figuran como principales de la provincia.

El origen del templo se ha rastreado en solicitudes hechas por las escasas familias que residían en el lugar, recibiendo una carta de aprobación oficial en 1858 extendida por el Obispado de Ancud, de acuerdo a la información reunida por el Consejo de Monumentos Nacionales. Sin embargo, también se cree que sus antecedentes fundacionales se remontan a fines del siglo XVIII, apareciendo ya en un plano fechado en 1785, de acuerdo a publicaciones del sitio oficial de Iglesias de Chiloé.

Adicionalmente, su situación en las márgenes del sector habitable y sobre una loma casi a orillas del corte del terreno que cae sobre el estero Colu, vino a convertir el punto preciso de la ubicación del templo dentro del caserío en un centro importante para el mismo, quedando allí también la casa parroquial, la escuela y el cementerio como recintos vecinos al edificio religioso, fuera de ser lugar de encuentro y de intercambio social. Hoy sigue en ese rol, pero como principal atracción turística del caserío.

En la actualidad, la iglesia de aspecto exterior oscuro abre escasamente al público, por lo general sólo cumpliendo aquellas funciones turísticas, razón por la que debí esperar hasta el día siguiente de mi arribo en Colo para poder conocerla por dentro, acampando en una propiedad muy cercana a la misma. Una vecina inmediata al recinto está a cargo de las llaves para tal servicio, por cierto.

A pesar de su subutilización, entre septiembre de 2003 y mayo de 2004 la Fundación Amigos de las Iglesias de Chiloé y el Obispado de Ancud ejecutaron importantes obras de restauración del edificio gracias a aportes gubernamentales, el Banco Interamericano de Desarrollo, la UNESCO, la World Monuments Fund y la comunidad católica local. Una placa conmemorativa testimonia también las contribuciones de la Cooperación Española en la restauración. El aspecto general del edificio, sin embargo, no ha cambiado sustancialmente desde sus orígenes.

Se conservan dentro de las naves sus singulares imágenes religiosas, incluyendo algunas figuras marianas y de santos con aspecto bastante intrigante; casi tétrico en algunos casos, además de algunas decoraciones esperables dentro de la cultura chilota, como modelos de veleros y botes de pesca. Algunos de estos últimos fueron obsequios de la comunidad para el sacerdote diocesano Mariano Puga (1931-2020), el famoso y pintoresco Cura Obrero quien realizó labores de misionero parroquial en Colo y localidades vecinas durante los años noventa, antes de establecerse definitivamente en su bastión de Villa Francia en Santiago. De hecho, justo alrededor de los días de mi visita a Colo en febrero de 2022, parte de las cenizas de Puga fueron esparcidas por las inmediaciones de la iglesia, en una sentida ceremonia a la que asistieron autoridades y otros chilotes desde distintos puntos.

He tratado de usar solamente el racionalismo hasta este punto para describir a la histórica Iglesia de San Antonio de Colo y su valor patrimonial. Empero, no se puede pasar por alto otro aspecto que ronda al templo y que configura, acaso, su principal identidad fuera de los mencionados aspectos culturales. Y es que las nieblas del folclore local, con sus contenidos terroríficos, mitológicos y embrujados, también han alcanzado a este sitio encantado de Colo.

Cuenta la leyenda de los residentes de aquellas comarcas que en la iglesia ya no se pueden ejecutar misas: cada vez que se intentan realizar servicios religiosos dentro del templo, comenzarían a suceder cosas extrañas, principalmente relacionadas con una misteriosa y aterradora entidad que asume la forma de una sombra oscura veloz y apenas perceptible, capaz de apagar velas, sacudir el mobiliario, botar objetos o arrojar por el aire parte de las alhajas, como si protestara contra los ritos. De esta manera, la poca realización de ceremonias religiosas -debida más bien a la paulatina muerte de los antiguos residentes cristianos de la zona y a la mala coincidencia de las procesiones con estaciones lluviosas- es explicada en la tradición como consecuencia de aquel molesto y temido espectro anónimo, entre otras razones sobrenaturales.

Si a lo anterior sumamos los chismes sobre presencias de otros fantasmas o supuestas relaciones de la misma iglesia con la pasada influencia de las sociedades de brujos que existían en la Isla Grande, además del aspecto intimidante de algunas de sus mencionadas figuras religiosas, puede que el templo de Colo sea una de las baterías más importantes para el riquísimo legendario chiloense pero desde la propia institución eclesiástica. Esto, a pesar de lo poco que se ha abordado el tema entre los expertos.

 

El elemento más asombroso de la Iglesia de Colo, sin embargo, no está en la iglesia misma, sino a sus espaldas: por el sombrío e inclinado sendero entre rocas y bosques que baja hacia la húmeda ciénaga y cuyo acceso se halla justo atrás del recinto del templo.

En efecto, en una bifurcación de aquel camino ideal para tropiezos, costalazos y asegurado solo con unos endebles pasamanos de palos, se encuentra una extraña cueva de la que poco se conoce o se recuerda, incluso entre los residentes locales. Sería una de muchas cuevas y socavones ubicados en los alrededores, dicen, pero la única que se encuentra en este lugar específico por el borde del escarpado.

Como era de esperarse, en la zona se asegura también que aquella cueva era una caverna mucho mayor utilizada por los brujos en el pasado remoto, pues es sabido que a la Mayoría de los antiguos hechiceros realizaban sus aquelarres o cabildos en cuevas secretas, siendo las más famosas las de Quicaví, tanto así que eclipsan y condenan a la opacidad casos similares como este entre los interesados en tales temas. Ahí, entonces, los miembros de la sociedad brujeril habrían ejecutado sus reuniones, rituales de iniciación y otros encuentros privados durante parte de los siglos XIX y XX, aunque por algún motivo el dato ha salido escasamente de aquellos lares.

Con referencias muy vagas sobre su ubicación y luego de haber avanzado un largo trecho perdido por el pantano o entre caminitos imposibles del bosque musgoso y frío, llegué a la cueva de marras acompañado por un perrito de buen tamaño que hizo amistad conmigo aquella mañana, salido de la misma casa en la que pude alojar. Este caminito por el barranco, además, había sido recuperado hace pocos años por vecinos y algunas otras intervenciones, pues se deterioró mucho en alguna época volviéndose peligroso y dejando aún más aislado el secreto de la cueva de Colo, que antaño fue más popular que ahora según parece. Entiendo también que hasta se estuvo rodando alguna película nacional cerca de allí, que usó aquellos paisajes como locación durante tiempos muy recientes.

Frustrado, con los pies embarrados y las zapatillas colgando del cuello, creyendo haber perdido ya la oportunidad de dar con aquel sitio, una confusión con el camino de vuelta (que pude encontrar sólo gracias a ese fiel can que oficiaba accidentalmente ahora como guía) me permitió alcanzar por fin aquella cueva y confirmar que su ubicación es exactamente atrás del templo de Colo, casi como una arcana prolongación del mismo. No cuesta advertir esta curiosidad, tras algunas vueltas por el mismo lugar. Extrañamente, sin embargo, el perro no quiso entrar conmigo a aquel sitio y prefirió esperarme afuera, echado en silencio.

 

Se trata de una gruta natural aunque con partes de aspecto socavado, de altura media y con lo que parece haber sido unas entradas secundarias hoy parcialmente obstruidas. Masas de roca naturales dividen un poco los espacios interiores en al menos dos cámaras principales, y una gran piedra rectangular hacia el centro permanece aún allí, como si se tratara de un altar o mesa ceremonial, dicta la imaginación.

También me entero de que, en el pasado, había visibles algunos símbolos religiosos dibujados en los muros de esta cueva, interpretados como de franciscanos o salesianos, pues parece que los curas de la parroquia también se reunían allí en alguna época, pasados ya los tiempos de brujos.

La referida alineación de la cueva con la iglesia enclavada más arriba no ha pasado inadvertida a las leyendas: contaban que estuvo conectada por el subsuelo al templo, antes que los derrumbes y modificaciones del terreno terminaran cerrando la galería. Esto, a su vez, sugeriría dentro de la creencia alguna clase de vínculo no admitido entre los brujos y el edificio religioso; o bien que este último se construyó para "exorcizar", de alguna manera, las presencias demoníacas y herejes que allí mismo grabaron a fuego los brujos. Y conste que no es la primera vez que se señalan supuestas relaciones entre un templo y los signos más controvertidos de la Recta Provincia, pues algo parecido sucede con la ornamentación de la Iglesia de Quicaví (estrellas invertidas, estilizaciones de cabezas de machos cabríos, etc.), localidad en donde se asegura estaba la cueva que servía a la Corte del Rey de los Brujos, justamente.

Visitar la sombría cueva fue mi última actividad en Colo, antes de esperar que parara una fuerte lluvia para montar la bicicleta y partir ahora hacia la mismísima localidad de Quicaví, eje de todo este mismo legendario mágico. Me ponen al tanto antes de marchar, también, de que esta cueva es considerada por algunos colinos como "la verdadera" de la grandes reuniones de brujos, principal de todas, mientras que las demás en la isla serían de las sedes locales o solo lugares señalados para engañar a los muchos enemigos de la secta. Sabrá el Cielo qué tanto de verdad y mito hay en estas creencias de los lugareños, incluyendo a algunos de los propios quicavinos conocedores del tema y que reconocen a la cueva de Colo como la auténtica de las leyendas de los brujos.

La cautivante Iglesia de San Antonio de Colo de seguro seguirá siendo visitada por veraneantes e investigadores de la ruta de las iglesias patrimoniales de Chiloé y de las grandes labores pastorales realizadas allí por los sacerdotes. Es una de las más hermosas iglesias de todo el archipiélago, de hecho, totalmente recomendable. Sin embargo, sospecho que pocos de ellos se interesarán o sabrán siquiera de la existencia de aquella enigmática cueva atrás del mismo templo, a sólo metros y por entre la espesura verde, con todas las tenebrosas historias que se cuentan sobre la misma.

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