EL CURIOSO SECRETO DE LOS SUBTERRÁNEOS DE LA EX ADUANA DE IQUIQUE

 

Vista de la ex Aduana desde calle Aníbal Pinto.
Coordenadas: 20°12'41.37"S 70° 9'9.17"W
Algún día dedicaré una entrada completa al magnífico Edificio de la ex Aduana frente al Puerto de Iquique, en la conjunción de las avenidas Arturo Prat Chacón y Esmeralda, entre las calles Jorge Barrera, Aníbal Pinto, Sotomayor y Luis Uribe, declarado Monumento Histórico Nacional desde 1971, justo cien años después de que comenzara a construirse durante la presidencia de don José Balta y cuando la ciudad aún correspondía a territorio peruano.
Como se sabe, este edificio está montado sobre una sólida plataforma de roca canteada que le ha permitido resistir grandes terremotos como los de 1877, 1987 y 2005, además de maremotos. Sus muros de caña de Guayaquil revestidas de piedra, ladrillo y el sistema de albañilería conocido como "cemento romano", sobrevivieron también a la violencia desatada de estos escenarios durante la Guerra Civil de 1891.
El inmueble nació para ser ocupado como sede de la Prefectura Provincial de Tarapacá, la Capitanía de Puerto y la Aduana de Iquique, institución que le dio su nombre. También fue lugar de acogida para la Tesorería Fiscal. Frente a él se extendía, antes más vistosa que ahora, la Plazuela de la Aduana, que algún momento de su historia se veía llena de mercaderías y cargas que no alcanzaban a ser acumuladas dentro de los corrales.
Sin embargo, a pesar de la fortaleza de la ex Aduana conocida en su época bajo dominio peruano como "El Palacio", sucede un hecho extraño alrededor de la misma y de todo el sector donde empalma el terraplén hacia la ex isla del Puerto de Iquique: las calles se ven de superficies sinuosas, irregulares, en algunos casos con claras hendiduras y lo que semejan pequeñas hondonadas o desniveles sobre la rectitud del asfalto, como si las ondulaciones de una bestia dormida bajo el pavimento hubiesen quedado congeladas en la ciudad, atrapadas por el progreso y los cambios urbanísticos de todo este lugar junto a la línea costera.

Aduana de Iquique y su entorno, aproximadamente hacia fines del siglo XIX.

La razón de aquella extraña condición de las calles alrededor de la Aduana guarda relación con una curiosidad histórica de bastante presencia en el Norte Grande de Chile, y que he tenido ocasión de poder estudiar tanto allá  como en casos de Santiago y otras ciudades o pueblos chilenos: leyendas de túneles subterráneos, que saldrían desde el antiguo edificio y que han ido quedando tapados o bloqueados por el tiempo, los derrumbes y los grandes temblores.
Uno de los autores que aborda este tema es don Mario Portilla Córdova en su libro "Del Cerro Dragón a La Tirana: leyendas y tradiciones de Tarapacá". Según describe allí, los secretos pasadizos y galerías bajo estas calles fueron creados por la necesidad de dar seguridad interior a este recinto inexpugnable, resguardando las mercancías y recaudos de los ataques de la naturaleza y de los bombardeos.
Parte de esta fortaleza -escribe- estaba diseñada para ser evacuada y almacenar víveres y armamentos entre sus gruesas paredes. Lo más llamativo era la excavación de distintos túneles que partiendo de las grandes y oscuras bodegas, remataban en largas vías de escape, como una que llega a la antigua Catedral, la siguiente hasta los bajos de la Torre de la Plaza Prat y otras que el tiempo se encargó de borrar. Pasajes secretos que con los constantes movimientos telúricos cedieron sus paredes y quedaron tapiados.
Aunque las supuestas galerías datarían de la época de construcción de este edificio entre 1871 y 1873, cabe señalar que el mismo se levanta sobre el terreno de la antigua Aduana Colonial de Iquique, mucho más pequeña y construida a partir del año 1789, por lo que desconocemos si los mismos túneles legendarios o parte de ellos hayan estado asociados a esta primera etapa de vida en la historia de la Aduana.
Sector de estacionamientos entre Avenida Prat y calle Pinto, donde se observan los extraños desniveles y cambios de terreno en la superficie del suelo.
Sector inferior inundado al interior de la ex Aduana.
Como no podían faltar, los iquiqueños que conocían a medias esta historia de las galerías secretas echaron a correr el mito de que habían un fabuloso tesoro pirata escondido en alguno de los túneles, o bien -para darle más credibilidad- un fastuoso cargamento de doblones peruanos de oro y plata que iban a ser usados para el sueldo de todas las fuerzas aliadas del Ejército del Sur acantonado en el Departamento de Tarapacá durante la Guerra del Pacífico, sin que llegaran a recibir la paga al ser tomada la posesión de la plaza por los chilenos, el 28 de noviembre de 1879.
Agrega Portilla -repitiendo testimonios orales de algunos iquiqueños- que un vecino llamado Arturo Gálvez Paredes consiguió una autorización formal para buscar uno de estos supuestos tesoros perdidos en aquellas galerías. El explorador habría montado un oneroso proyecto de excavaciones para ingresar a algunos de los túneles, plan en el que incluso se valió de los servicios de una "vidente". Pero en lugar de oro o gemas sólo encontró algunos rifles, cajones de champagne, vinos y sacos de arroz. Frustrado y arruinado por la contratación de obreros para los trabajos, pero incapaz de renunciar a la fantasía del tesoro, Gálvez habría insistido en hacer nuevas excavaciones, orientado más por su desesperación que por datos concretos. Sin embargo, las autoridades le prohibieron seguir adelante, ante el peligro de que debilitara los cimientos del edificio.
Desde entonces, nunca más ha vuelto a entrar la luz a algunas de estas misteriosas galerías. O al menos nunca se ha sabido. A la pérdida de la ubicación de los accesos y a los posibles derrumbes interiores que podríamos presumir ocurridos con el fatídico terremoto del 2005, se suman las filtraciones y escurrimientos de agua en el subsuelo de este sector, las que inundaron también algunas de las partes más bajas en la planta del edificio de la Aduana, correspondientes en realidad a una antigua cisterna de agua dulce.
El supuesto intento y fracaso de Gálvez sólo acrecentó en el imaginario popular la creencia de un posible tesoro aún no encontrado en el entorno de la ex Aduana de Iquique, en tanto que los desniveles por cambios del terreno sobre estos vacíos bajo el subsuelo de las calles, siguen recordando a los transeúntes la existencia de las míticas galerías subterráneas que allí permanecen silentes, oscuras y condenadas.

Comentarios

  1. Comentarios recuperados desde el primer lugar de publicación de este artículo en el sitio URBATORIVM:

    Juana Matcovich31 de marzo de 2016, 21:05

    Los túneles o galerías sí existen, mi marido trabajo en la Aduana y acompañó a algunas personas hasta donde estaba la entrada. Sin embargo, un Director prohibió este ingreso y tapó el ingreso, seguro que no era iquiqueño. Sería valioso recobrarlos.
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    Braulio Olavarría Olmedo22 de abril de 2016, 22:14

    Un relato entretenido y que echa a volar entusiastamente la imaginación. Pero nada de creíble. En Arica existe el mito de los "túneles coloniales": desde el convento de San Francisco,se ramificaban cuales tentáculos de pulpo hacia otros dos conventos y también hacia la Iglesia Matriz.
    Lo primero que, razonablemente, procede preguntarse es: ¿qué objetivo pudo haber justificado la construcción de dichas galerías?
    La función de dichos túneles, se dice, era la de comunicar a los sitios religiosos indicados y, además, servir de escondite de los bienes de la Iglesia, evitando que fueran capturados por los piratas.
    Ocurre que el convento de San Francisco fue el último en construirse (1714). Entonces, malamente podría haberse trazado desde allí aquella red de ramales que tendrían que haber medido entre 100 y 200 metros de largo.
    Además, al momento de levantarse el convento franciscano ya casi no existían los piratas.
    Procede agregar que dichos conventos eran muy pobres.Recibían modestísimos subsidios.Los frailes vivían de limosnas y en este afán salían a buscar alimentos a los valles de Azapa y Lluta y a la precordillera.
    Cuesta imaginar el ingente trabajo que significa labrar pasadizos subterráneos en suelos cruzados por acuíferos y expuestos a periódicos terremotos.
    Pienso que la historia que involucra a la Aduana es similar: no tiene sentido alguno querer preservar mercaderías bajo tierra. Además, es sabido que entre la Aduana y la plazoleta fluye un acuífero que es, precisamente, la razón de que el nivel subterráneo de dicho monumento permanezca anegado.
    Otro elemento a tener en cuenta es que, al momento de construirse la Aduana, no existía la Catedral (durante la administración peruana no hubo obispado) ni había tampoco un templo en ese punto.
    A propósito de lo que manifiesta la señora Matcovich, digo con todo respeto que mi padre fue aduanero: trabajó allí desde 1951 a 1966. El me contó sabrosas historias y tradiciones de lugares donde trabajó. Por ejemplo, Río Seco, Huanillos. También conoció muy bien las bodegas subterráneas de la Aduana, pero nunca hizo alusión a aquello de las galerías.
    Me encantan las leyendas. Las andinas, por ejemplo, siempre tienen un sustrato de realidad.
    Lo último. Me parece que fue en este mismo sitio donde leí unas entretenidísimos y bien escritos relatos referentes a la legendaria Mina Huacisima. Aunque tema irreal, un tremendo aporte al estudio del imaginario social iquiqueño y regional. Gracias y felicitaciones.

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