EL ANCLA DE ANTOFAGASTA: UN SÍMBOLO FUNDACIONAL DE LA CIUDAD
Coordenadas: 23°38'35.3"S 70°22'49.4"W
Después
de dos intentos, logré llegar hace unos pocos meses a la famosa Ancla
de Antofagasta, símbolo tan trascendente para la ciudad chilena del
Norte Grande, en la región del mismo nombre, que destaca incluso en su
escudo de armas. Su presencia tutelar en la altura del Cerro El Ancla,
en la línea de murallones de altura que bordean la ciudad, se puede
observar desde varias partes de la misma.
Mi
primer fracaso buscando llegar allá arriba fue enfrentar la subida del
cerro por su cara frontal, la que da hacia la costa y demasiado empinada
pero, más que en el ascenso, para el regreso en bajada con sencillas
zapatillas de lona. Al menos sirvió para tener una idea de las las
exigencias que esta demanda le hacen al estado físico y a la necesidad
de hidratarse en todo el ascenso.
Mi segundo intento en ese mismo verano 2018, entonces, con la mágica ayuda de Google Earth,
resultó por el lado de las tomas y el rústico sendero de la Quebrada de
La Cadena (camino B-471), subiendo luego por los senderos rústicos que
van cruzando o bordeando las grandes y sólidas piscinas de decantación
que previenen los efectos de aluviones y aludes. La desconfianza de los perros vagos
con los extraños y las fluctuaciones de la altura subiendo y bajando
por el camino rocoso entre los cerros, fueron los principales obstáculos
de aquella soleada tarde.
De
color blanco y aspecto inconfundible, el monumento aparece como premio
tras cruzar la línea de alta tensión en esta dura geografía. Las medidas
del Ancla de Antofagasta son generosas e interesantes: el largo o caña
es de 18 metros, el cepo es de 11 metros, la uña mide 8 metros y el
argoneo 4 metros. Corresponde a una estilización de un ancla
tradicional, de tipo almirantazgo.
Por
otro lado, la vista de Antofagasta es magnífica desde este alto sitio
en el cerro, permitiendo comprender por qué se escogió tal lugar para
trazar en él un ancla que nunca tocó mar, pero que intenta ancorar a la
ciudad completa hacia las puertas del cielo intensamente azul del
Desierto de Atacama. Postes de luz colocados enfrente de la misma figura
en la cumbre, posibilitan la iluminación del mismo y su reconocimiento
nocturno. Hay un asta para la bandera chilena justo en la punta
superior, pero por alguna razón ésta ya no está permanentemente allí.
Durante
el año pasado, además, esta figura colosal del ancla cumplió 150 años
de existencia allí en la nortina capital regional, aunque veremos que
alguna vez estuvo cerca de desaparecer, a pesar de su importancia
patrimonial e histórica.
El
escudo de armas de la Municipalidad de Antofagasta y el insignia del
Club Deportes Antofagasta, ambos con la alusión gráfica al ancla en sus
diseños.
Interesante
mural en la avenida Salvador Allende de la ciudad, con una alegoría del
Cerro El Ancla. Queda en evidencia el valor que tiene el símbolo para
la identidad de la ciudad.
El ancla monumental, sus postes de iluminación y el asta de la bandera. Senderos para llegar a ella, alrededor del conjunto.
La
historia de esta ancla que salta al cielo, se remonta a los orígenes
mismos de la ciudad de Antofagasta, lo que redobla su importancia como
símbolo local, más allá de la estupenda visibilidad que tiene su figura
como insignia y utilidad como punto referente.
Vamos
remontándonos... Como se puede recordar, producto del estallido
antihispánico que provocó en las repúblicas del continente la ocupación
española de las islas Chincha en Perú, sentimientos alentados también
por logias ad hoc como la Sociedad de la Unión Americana y
agrupaciones políticas de inspiración americanista, Chile se involucró
(muy intrusamente, visto desde ahora) en el conflicto peruano-español,
tomando partido por el vecino entre 1865 y 1866. Fue una aventura
delirante que, a pesar del triunfo, tuvo como costo -entre otras cosas-
la destrucción del puerto de Valparaíso, por represalia de la flota
peninsular.
En
medio del belicoso delirio americanista del que también estaba
contagiado Bolivia, a pesar de no haberse inmiscuido militarmente en el
caso, las cancillerías chilena y boliviana decidieron apartarse de la
agria cuestión por la posesión del Desierto de Atacama que venía
envenenando las relaciones entre ambos países desde hacía dos décadas, y
se allanaron a fumar apresuradamente la pipa de la paz, firmando el
Tratado de Paz del 10 de agosto de 1866. La solución de establecer
condominio sobre parte del territorio disputado iba a ser, a la larga,
una fórmula peor que el problema original, llevando a otro acuerdo
posterior de 1874 y, cinco más tarde, al estallido de la Guerra del
Pacífico.
Ni
bien se firmó la quimérica solución inspirada sólo en el fantasma de la
hermandad ante un enemigo común, el hábil cateador del desierto y
comerciante chileno José Santos Ossa, residente desde 1846 en el puerto
de Cobija que había sido fundado por Bolivia después de su
independencia, consiguió del gobierno de La Paz, el 18 de septiembre de
1866, la concesión exclusiva para la explotación de salitre en dichos
territorios.
Aunque
Ossa logró la autorización ese año, seguramente sabía de la presencia
de salitre en el territorio desde antes del tratado, manteniendo discretamente sus intenciones para no verse perjudicado por
un agravamiento de la situación diplomática y la negativa de ambos
países a renunciar a sus aspiraciones en la zona. Está documentado, por
ejemplo, que ya había encontrado salitre en el sector de Las Cuevitas,
cerca de Aguas Blancas, por el año 1860. Ahora, el descubrimiento del
Salar del Carmen, al interior de Antofagasta y siguiendo el camino de
Máximo y Domingo Latrille, le permitiría fundar la Compañía Explotadora
del Desierto, o más exactamente la Melbourne, Clarck & Co.
Para
tal propósito, Ossa compró 30 hectáreas en la entonces llamada caleta
de La Chimba, sitio en el territorio que acababa de ser reconocido como
boliviano por el tratado mencionado. Su intención era iniciar la
explotación calichera que permitió fundar después, en octubre de 1868,
la ciudad de Antofagasta. Este sector original de las adquisiciones de
Ossa es el que pertenecerá en nuestra época a la estación y planta
Soquimich (SQM) de Antofagasta. Iría sumándole, con el tiempo, los
hallazgos de caliche en Las Salinas, más al Norte y al interior,
vendiendo la mitad de los derechos de la compañía a la célebre Casa Gibbs, también en Antofagasta.
Sin
embargo, se recordará que el cateador copiapino, Juan "Chango" López,
había llegado a vivir a la solitaria zona en 1845, buscando desde
entonces guaneras y salitreras para la explotación, instalándose con su
familia en 1856 en La Chimba y, tras hostigamientos por parte de agentes
bolivianos, a reconocer su jurisdicción solicitándoles a estos una
merced de tierra en la bahía, en 1862.
Hacia
1866, López explotaba con otros tres trabajadores una pequeña mina en
el que sería después el Cerro El Ancla de nuestra atención, justamente,
de acuerdo a un manuscrito dejado por Monseñor Luis Silva Lazaeta en
1929, ya cerca de morir, titulado "Parroquia de San José de Antofagasta.
Catedral y casa del Obispo".
Cuando
Ossa y sus cerca de 12 hombres llegan al lugar interesados en hallar
los yacimientos salitre, en diciembre de 1866, se alojan en la
residencia de López, precisamente. Y sería poco después de inscribir el
salar, entonces, que funda la Compañía Explotadora del Desierto con su
socio Francisco Puelma, otro de los legendarios cateadores y
explotadores de Atacama.
¿Qué
tiene que ver toda la previa introducción con la presencia del Ancla de
Antofagasta? Pues resulta que la propia fundación de la ciudad
consideró la construcción del ancla como su emblema, y que se adjudica
la obra a un gerente de la Compañía.
Efectivamente,
la colocación del ancla estaba estipulada en la mismísima Acta de
Fundación de La Chimba, luego Antofagasta, del 22 de octubre de 1868,
firmada por el Prefecto José R. Taborga, el tesorero Calixto Viscarra y
el notario Agustín Vidaurre. Dice textualmente su texto:
Como
un distintivo de la nueva ciudad se marcará un ancla que debe estar
asentada en el punto más adecuado y visible del cerro adyacente de la
población, que señale en el mar y en el puerto de desembarque a los
buques el centro de radicatoria de las autoridades del Supremo Gobierno,
para cumplir las leyes que rigen.
Por
otro lado, Compañía Explotadora del Desierto, posterior Compañía de
Salitres y Ferrocarril de Antofagasta a partir de 1872, tenía por
gerente general al británico Jorge Hicks, el mismo que después quedaría
bastante complicado con la ruptura diplomática y estaría en el grupo de capitalistas presionando
para que el Gobierno de Chile hiciera valer sus derechos territoriales y
reaccionara a la negativa boliviana de acatar la restricción de subir
gravámenes a la producción salitrera antofagastina.
Se
asegura que Hicks, pues, había tomado la decisión de hacer más visible
dentro de la bahía de Antofagasta, la ubicación del entonces pequeño
puerto de trabajadores chilenos en territorio boliviano. Por este
motivo, ordenó trazar en el monte más alto de la línea de cerros sobre
la floreciente ciudad, a 270 metros sobre el nivel del mar, una gran
ancla de frente al océano y para que fuese inconfundible su lugar en la
geografía costera.
Uno
de los autores que rescataron esta versión, fue el historiador
copiapino de origen pero antofagastino por adopción, don Isaac Arce
Ramírez, en su trabajo "Narraciones históricas de Antofagasta", de 1930.
Detalla allí que Hicks quiso facilitar la llegada del primer vapor que
tocaba puerto en la ciudad, con esta figura trazada en sus cerros,
encargándole el trabajo de confeccionarla a un minero de apellido
Clavería. Éste cumplió con hacer su monumental obra, dibujándola con
pintura blanca en la parte plana de la punta del cerro escogido.
Una
historia que suena más bien a leyenda urbana, sin embargo, dice que
Clavería, hombre modesto y de escasa relación con los puertos, no habría
identificado bien la posición del dibujo con el que Hicks lo envió al
cerro a trazar el ancla, dibujándola así al revés, con los brazos hacia
arriba y el ojo hacia abajo. Sin embargo, además de la fuerte
posibilidad de que Clavería haya subido acompañado de asistentes para
esta tarea (lo que reduce la posibilidad de desconocer un artículo tan
común en esos años, como era un ancla), creemos que la ubicación de la
misma en forma invertida obedece más bien a criterios estéticos y de
percepción en la altura del cerro desde la distancia, no tanto así a la
teoría del error de posición.
La
versión presentada por Arce Ramírez como un hecho irredargüible,
entonces, es que la solicitud que dio nacimiento al ancla del cerro fue
realizada por Hicks y para orientar a la navegación por la bahía. Aclara
también que el ancla no nació por una orden de Ossa cuando llegó a este
lugar, como han creído otras voces, articulistas y escritores.
Empero,
asumiendo que efectivamente fue Hicks fue quien ordenó realizar el
trazado del ancla, éste se ajustaba también al cumplimiento del Acta de
Fundación de la ciudad, previa a la urgencia puntual por hacer visible
la ubicación de Antofagasta desde la costa, como asegurara con tanto
ahínco Arce Ramírez y todas las demás fuentes que se hacen eco de sus
afirmaciones, actualmente. Esto, más allá de lo importante que era para
la Compañía disponer de esa señala en los cerros del puerto.
Aunque
sigue adjudicándole la idea de la creación del ancla a Hicks, el
profesor Juan Floreal Recabarren Rojas observa el mismo antecedente del
acta, en sus "Episodios de la vida regional", de 2002, pero haciendo
notar la importancia que tuvo el gerente salitrero en varios otros
aspectos fundacionales de la ciudad, como en el propio plano de la
ciudad al hacer trazar calles más anchas que las planeadas al principio.
"Ni ustedes, ni yo mismo, podemos imaginarnos la importancia que este nuevo puerto llegará a tener en el futuro", dijo el inglés por entonces.
Es
un hecho que Hicks, además, estuvo siempre obsesionado con el progreso
material de la ciudad, participando del financiamiento de varias obras
públicas y subvencionando la iluminación urbano. Colaboró para despejar
vías de tránsito retirando rocas y piedras, en la fundación del Cuerpo
de Bomberos de Antofagasta y en la construcción de la Plaza Colón. No
sería descabellado, así, que la idea de colocar el ancla fuese también
algún aporte suyo, o en parte.
Para Arce Ramírez, sin embargo, el motivo principal de existencia del ancla, es como punto de referencia para los navegantes.
Dice
el historiador que Hicks hizo grabar el ancla gigante del cerro cuando
estaba por llegar hasta allá el "Perú", primer vapor mercante que llevó
al poblado materiales y provisiones necesarias para aquel momento en que
la ciudad aún se construía, además de sus plantas industriales:
víveres, forraje, maderas, carbón, ferretería, un caldero, estanques y
lo requerido para amar la primera maquina condensadora de agua allí
dispuesta.
La
mencionada nave pertenecía a la flota de la Compañía de Navegación del
Pacífico, y hasta hacía poco había servido de pontón en el puerto del
Callao. Había logrado ser contratada en Valparaíso por la Melbourne, Clarck & Co.
pero sólo tras pagar una prima de $10.000 y realizar largos esfuerzos
para convencer a los agentes de ir a aquel puerto de aguas poco
exploradas y quizá peligrosas. Los jefes de la firma sólo accedieron
cuando se cumpliese una carga de toneladas preestablecida, y así
ocurrió.
La
llegada del "Perú" sucedió a fines de ese año de 1868, capitaneado por
el inglés W. H. Blunfield, experto marino inglés de gran prestigio en
las costas del Pacífico y que ya estaba a dos años de retirarse de la
compañía para volver a Europa, donde moriría poco después. Había pasado
sólo un año desde la confirmación de la existencia de salitre por Ossa,
en el Salar del Carmen.
Desde
ahí en adelante, entonces, el símbolo del ancla apuntando al cielo en
las alturas de Antofagasta, serviría de orientación para todos los
vapores posteriores que atracaran en aquel puerto surcando la Bahía San
Jorge, manteniéndose allí con el paso de las décadas. Así se desprende
del informe rendido para la Oficina Hidrográfica en 1876, con el título
"Hidrografía: geografía náutica de Bolivia, según estudios del capitán
Graduado de Fragata, señor Ramón Vidal Gormaz", donde se instruye lo
siguiente:
Los
buques que desde el tercer cuadrante se dirijan a Antofagasta deberán
recalar al cabo Jara hasta acercarlo a cuatro millas más o menos, para
gobernar enseguida al N.E. Continuando de esta manera y cuando
Antofagasta demore al N. E. se percibirá un ancla pintada de blanco,
sobre la primera planicie y sobre un cerro.
Sin
embargo, además de observarse que la intención original del símbolo era
heráldico más que funcional o de señalización, o al menos así se lo
presenta en el Acta de Fundación, el emblema específico del ancla guarda
mucha relación con el momento histórico en que se hallaba Bolivia al
momento de fundarse la ciudad de Antofagasta: ver consolidadas sus
aspiraciones de abrirse al mar y lograr una presencia portuaria
importante, tras el Tratado de 1866 y el reconocimiento de territorio
como suyo por parte de Chile.
El
ancla, símbolo de mar por antonomasia, venía a celebrar con exceso como
consumada, de ansiedad, una larga aspiración y esfuerzos que sólo
habían logrado pequeños resultados en el caso de la instalación de
Cobija. Recordemos que, recién en el año 1867, Bolivia había podido
instalar en La Chimba el primer funcionario suyo de punto fijo,
destinado a fiscalizar los atraques y embarques, de modo que el salto
desde tan pequeñas presencias a la fundación de una ciudad minera que
opacaba en tamaño y habitantes a la modesta Cobija, era percibido como
un salto extraordinario.
Con
relación a lo anterior, autores bolivianos proclives al discursos de
reivindicación marítima tienen algunos datos interesantes sobre el ancla
y su significado, aunque no sabemos si son tan históricos o bien
provenientes del sentir patriótico. Uno de ellos, el entonces Capitán de
Fragata José Vargas Valenzuela, hablando en representación de las
Fuerzas Armadas de Bolivia en el centenario de la fundación de
Antofagasta, aseguraba que el ancla blanca del cerro tenía,
originalmente, una inscripción de homenaje con la frase: "A la creación del Puerto Boliviano de Antofagasta".
En
cerro en donde fue pintada la figura, en tanto, pasó a ser conocido,
por lo mismo, como Cerro El Ancla. Era inevitable esta relación nominal
tan estrecha e inmediata.
Ya
roto ya el tratado de 1879, tras ordenar La Paz la apropiación de la
Compañía con la inminente expulsión de los cerca de 2.000 trabajadores
chilenos que eran la inmensa mayoría poblacional de Antofagasta, las
fuerzas de Chile ocuparon la ciudad el 14 de febrero de ese año.
Cierta
creencia popular dice que los propios soldados chilenos le dieron
cierta mantención al símbolo a partir de ese momento y durante el resto
de la Guerra del Pacífico. También se cuenta que el célebre Regimiento
Atacama realizó un memorable ejercicio de subida con carga de bayonetas
al Cerro del Ancla, ese mismo año, ante el General Erasmo Escala y el
Ministro de Guerra y Marina Rafael Sotomayor. Se sabe, además, que el
Batallón Chacabuco alguna vez subió a las posiciones seguras en el
cerro, durante las incursiones del "Huáscar" en el puerto, a falta de un
lugar de resguardo de un ataque de artillería marina.
Arce
Ramírez recuerda que Hicks se encargó, en los tiempos que siguieron, de
darle mantenimiento al ancla. Esto siguió sucediendo durante el tiempo
en que vivió en el puerto, asumiendo después la responsabilidad la
propia Municipalidad de Antofagasta.
Es
conocido también que, por mucho tiempo, el acarreo de salitre y carbón
para las máquinas se hacía por un sendero atrás del mismo cerro, por la
llamada Quebrada del Salar, ruta que fue reemplazada después por la
actual avenida que conecta con la Panamericana Norte. Como por esta
quebrada la distancia desde el puerto al salar de unos 14 kilómetros,
mientras que por el ferrocarril construido en 1873 llegaba a 33
kilómetros, la Compañía dispuso para sí de 40 carretas que llevaban de
ida por la señalada ruta de la quebrada, materiales varios, carbón y
forraje, trayendo salitre de vuelta al puerto. En los tiempos de Arce
Ramírez, aún se conservaba marcado el sendero de carretas que salían
desde la proximidad del sector de los estanques de agua, según cuenta.
Pero,
con el correr de los años, el ancla de arena blanca comenzó a opacarse y
el envejecimiento la comenzó a hacer cada vez menos visible. En algún
momento, dejó de ser mantenida y restaurada, casi desapareciendo a fines
de 1907. "El ancla ha podido conservarse hasta ahora, debido al
justificado motivo que tenemos todos los habitantes antiguos de esta
ciudad para que esta reliquia histórica -tal vez no exageramos al
llamarla así- no desaparezca", anotaba en su época el historiador,
quien había iniciado una campaña epistolar y por la prensa para rescatar
este símbolo, sin grandes resultados.
A
mayor abundamiento, cuenta el autor que se dirigió por entonces a la
Gobernación Marítima proponiéndoles alguna forma de recuperar el ancla,
considerando que la misma aparecía incluso en las cartas de navegación.
Sin embargo, el gobernador marítimo se excuso diciendo que los recursos
necesarios debían ser solicitados al Gobierno Supremo, y que era difícil
obtenerlo de éste para tales gastos. Así, sin otra opción a la vista,
Arce Ramírez inició una campaña de colectas públicas para reunir lo
necesario, donde logró mejores resultados:
No desmayamos por esto, y entonces recurrimos al arbitrio más corto y más eficaz, hicimos una colecta.
Para
el efecto, aprovechamos la ocasión mas propicia, y entre un grupo de
caballeros de buena voluntad reunimos en pocos momentos la cantidad que
creímos suficiente para el objeto que nos proponíamos. La obra se llevó a
cabo en seguida.
Dice el mismo autor que, después de su intervención, "no han faltado tampoco entusiastas personas que se han preocupado de la conservación de esta ancla",
destacando el caso don Marcos Aguilera, quien en febrero de 1921,
solicitó a la Municipalidad una cantidad de dinero necesaria para
mejorarla y evitar que volviese a pasar por el peligro de desaparecer.
Más
tarde, la misma Municipalidad de Antofagasta volvería a hacerse cargo
del trabajo de blanquear con cal o con sapolio el ancla cada cierto
tiempo y darle así mantenimiento, quedando atrás el peligroso período de
la historia en que el mayor símbolo de la provincia, después de su
famosa Portada, estuvo al borde de desaparecer.
En
los años treinta, se organizó una corrida de ascenso al Cerro del
Ancla, con un trayecto de cerca de 6 kilómetros, evento deportivo de
enorme éxito y que ha seguido repitiéndose cada verano. Cuenta con
participación del Cuerpo de Bomberos, Carabineros de Chile, la
Municipalidad y el Comité Atlético Patriótico.
Después,
en 1948, tras varios vaivenes en la relación diplomática y la
desconfianza de muchos antofagastinos ante posibles negociaciones que
intentaban llevarse a cabo entre Chile y Bolivia por la salida al mar
que pedía este último país, el entonces alcalde de la ciudad, Juan de
Dios Carmona, propuso a la comunidad dejar atrás la fecha de fundación
bajo bandera boliviana y comenzar a celebrar el 14 de febrero como el
Día de la Ciudad, coincidente con el aniversario de la ocupación chilena
de Antofagasta, episodio que los residentes de entonces celebraron casi
como una liberación.
La
idea contó con apoyo casi general de los antofagastinos, además del
Intendente Manuel Pino Saldía, de José Papic Radnic, del General
Silvestre Urízar y de los escritores regionales Andrés Sabella y Mario
Bahamonde Silva, aunque encontró rechazo del regidor Gonzalo Castro
Toro, del Obispo Hernán Frías, del escritor Enrique Argullo y del propio
Arce Ramírez, a cuyos criterios no correspondían las celebraciones en
un día de efemérides bélicas. Eran años de enorme irritación política y
social, además.
De
todos modos, el Cabildo Abierto aprobó la propuesta del alcalde Carmona
y, desde entonces, el 14 de febrero es la gran fiesta anual de
Antofagasta, coincidiendo felizmente con el período de verano y de mayor
visitas a la ciudad. Y en aquella primera celebración de 1948,
realizada con sus calles llenas de banderas chilenas y desfiles, hubo
ascensos al Cerro El Ancla como parte de las celebraciones programadas y
otras espontáneas que llevó adelante la ciudadanía, entre aplausos,
proclamas patrióticas, pasacalles y fuegos artificiales.
Unos
años después, comenzó el interés por construir una nueva ancla, más
sólida y resistente a la acción de los elementos naturales. Tres
carabineros de la desaparecida Quinta Comisaría de Antofagasta partieron
al cerro y tomaron medidas del monumento en la cumbre. Uno de ellos con
conocidos talentos manuales (había tallado antes un caballo de la
institución, llamado Abismo), don Daniel Navarro Vega, diseñó la
nueva obra y sacó los cálculos. Así, en 1961, cerca de 45 miembros del
Grupo de Instrucción de Carabineros de Chile estuvieron cargando sacos
de cemento, carretillas, betoneras, 200 litros de agua, cadenetas y
estaciones para construirla. El ripio lo extrajeron del propio cerro.
Los demás materiales habían sido comprados con dineros que ellos mismos
habían reunido, gracias a sus esfuerzos y colectas, y los subían por
atrás del cerro, valiéndose de cuerdas en los tramos más empinados.
Acompañados
de personal de las comisarías y voluntarios, estuvieron trabajando un
mes y una semana, de 6.30 a 18 horas, bajo el Sol inclemente, hasta
dejar construida el ancla en su aspecto y material actuales, de
concreto, justo encima de donde estaba el trazado de la anterior, para
terminar así con más esfuerzos de mantenerla y los gastos de recursos
que implicaba tal tarea periódicamente.
Navarro
Vega, ya con 82 años, relató estas memorias al diario "La Estrella de
Antofagasta" del domingo 19 de julio de 2009. Ese mismo año, el Concejo
Municipal de Antofagasta aprobó colocarle su nombre, en agradecimiento, a
uno de los pasajes de un nuevo conjunto habitacional del sector
Bonilla, cercano al Colegio Don Bosco.
Incorporada
al escudo de armas de la comuna y a la insignia del Club Deportes
Antofagasta, la Municipalidad de Antofagasta también comenzó a extender
los premios Ancla de Oro y el Ancla de Plata, como máximos
reconocimientos municipales para quienes hayan hecho aportes honorables
a la comunidad antofagastina. Esta distinción, concebida entre el
alcalde Humberto Albanesse Cortés y el escritor Manuel Durán Díaz,
comenzó a ser entregada en 1953, siendo los primeros en recibirlo el
médico y poeta croata Antonio Rendic Ivanovic y el escritor y cronista
Andrés Sabella.
El doctor Rendic, antofagastino por elección, mismo que bajo el pseudónimo de Ivo Serge escribió una vez al mismo cerro:
Y
resbalaron los días, los meses y los siglos por tu piel tatuada... Nada
pudo contra tu mole de granito la mano destructora del tiempo. Eres
fuerte como las rocas de tus playas. Inmenso como el mar que las recorre
y eterno como el infinito que las cubre. Quiero dormirme en tu pecho.
Junto a tu corazón. Y soñarme eternamente niño con cada nuevo despertar
del día y con el florecer de los astros cada noche...
El
Cerro El Ancla ha sentido los sabores de lo dulce y lo agraz de ser un
emblema en la ciudad de Antofagasta, en nuestros días. Brillos y luces
inevitables en un lugar tan relevante de la urbe.
El
Cerro El Ancla hoy, desde su enormidad ve cómo la ciudad intenta trepar
por sus faldas, con las varias poblaciones y tomas de terrenos que han
aparecido del lado oriente de la avenida Padre Alberto Hurtado y la
Circunvalación. También hubo varias víctimas de este lado de la ciudad
con el fatídico aluvión del 18 de julio de 1991 (existe una animita
memorial al costado Norte del mismo cerro, por el camino de la
quebrada), pero las ocupaciones de terrenos han continuado. De hecho,
hubo un desalojo importante en febrero de 2018, frustrando un intento de
toma.
Nos consta también la llegada de algunos drogadictos consumidos por la pasta base, que han levantado sus rucos en la bajada de una de las quebradas, mostrándose hostiles con la gente que se acerca al lugar.
Una
de las principales poblaciones al pie del cerro, ostenta su nombre,
además: Población El Ancla. Y fueron muchos de esos mismos vecinos allí
residentes los que, aproximándose el Bicentenario Nacional, propusieron
dar alguna categoría al Ancla de Antofagasta ante el Consejo de
Monumentos Nacionales, por su valor como símbolo histórico y patrimonial
de la ciudad. Dirigía la cruzada don Carlos Constanzo Cepeda, residente
de la Población El Ancla. Felizmente, su noble esfuerzo iba a rendir
frutos.
Fue
así como, en abril de 2011, el organismo incorporó al cerro y su figura
blanca en el registro de Monumentos Públicos, confirmándolo con el
decreto ordinario N° 1440/2011 enviado a la Municipalidad de
Antofagasta, algo celebrado con una ceremonia y la alegría de los
vecinos del sector, poco después. Hubo anuncios de instalación de
paneles informativos y mejoramientos del lugar por entonces, pero mucho
de esto sigue pendiente.
Por
otro lado, al trazado de las torres de alta tensión, con caminos de
servidumbres y las presas dispuestas allí en las quebradas tras el
trágico aluvión de 1991, se suman varias intervenciones humanas poco
afortunadas, como los basurales clandestinos que afean el antiguo camino
al salar y los trazados de mensajes políticos justo en la cara del
cerro en donde está la histórica ancla, metros más abajo y legibles
desde gran parte de la ciudad. Incluso pintaron una "U" de la
Universidad de Chile justo al lado, en agosto de 2012, causando gran
molestia de los vecinos y siendo borrada después por hinchas del Club
Deportivo Colo-Colo. Ahora encontramos proclamas contra un conocido
empresario de la zona, poco más abajo el ancla.
Y
a pesar de la puesta en valor del monumento, hacia fines de febrero de
2016, un grupo de vándalos ensució el blanco impecable del monumento con
pintura negra, durante una noche. La reparación del ancla fue asumida
por la Dirección de Emergencias y Operaciones de la Municipalidad de
Antofagasta, en coordinación con el Comité Patriótico de la Población
Oriente, que también se encargó de vigilar la integridad del monumento
en los meses que vinieron.
A
pesar de todo, el ancla sigue recibiendo el cariño y la admiración de
los nortinos. En sus últimas versiones 82ª y 83ª, además, la tradicional
corrida del Cerro El Ancla de febrero de 2018 y 2019 respectivamente,
tuvo la enorme cantidad de 500 participantes cada vez. También se
organiza una concurrida cicletada anual en el cerro.
Mensaje recuperado desde el lugar de primera publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarJLO29 de marzo de 2019, 12:40
excelente nota y muy interesante historia... se mezclan un inglés, la dominación hispana, Chile y Bolivia... me alegro que ningún argentino este en la lista de este conflicto jaja...
es un bello símbolo que claro no conocía dada la lejanía... y ahora estoy recorriendo la zona con el google maps y estoy fascinado porque es un lugar pintoresco y atractivo, me gusta su rara fisonomía...
se nota que fue creada para señalizar el lugar y ser visto desde el mar... si fue un error el hacerla "al revés" me quedo con la solución poética de ser un ancla que se aferra la cielo como si fuera mar...
gracias de nuevo!!
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