CUANDO SE VIAJA ESCOLTADO POR LAS MORAS

Primeras moras maduras apareciendo en mi aventura. Sector Ruta 90-P, camino a Traiguén.

Mi viaje en bicicleta hacia el sur de Chile partió el miércoles 22 de diciembre de 2021 y terminó el sábado 12 de marzo de 2022. Aunque el pedaleo fuera por bosques, playas, sierras, carreteras, senderos rústicos y pedregales de pesadilla, bajo olas de calor o fríos chaparrones de verano (diría que el invierno sureño comenzó en febrero), el factor más común y unificador de todo este viaje provino de la flora introducida o invasora, pero ya hija adoptiva imposible de expulsar desde esta tierra: las zarzamoras, con sus amenazantes tentáculos de espinas y esas dulces perlitas negras de moras brotando por los bordes del camino.

Las pequeñas pero deleitosas frutas de las zarzamoras conformadas por colonias de explosivo sabor y jugosidad, vienen a ser algo así como la forma en que la planta espinuda y flageladora se disculpa con los viajeros por los raspones de mejillas, los pinchazos en las manos y hasta las ropas desgarradas en algunos casos. No pocas veces han ponchado ruedas de bicicletas, además, por lo que debe saber cómo ofrecer excusas.

Este verano, como nunca antes quizá, tuve la ocasión de ver las moras en todo su estado de desarrollo: desde las blancas floraciones iniciales hasta la madurez completa, alcanzando su tentador color oscuro y su irresistible saborcillo... Fueron parte de las pequeñas experiencias que acompañan a toda aventura principal, se entiende, así que disculpa aceptada y seguimos en paz.

Hubo un tiempo en que los contornos de la capital chilena estaban plagados de zarzamoras similares a aquellas. Las familias iban a cortarlas con baldes y canastos, sólo para consumo doméstico y, en ciertos casos, para obtener algún ingreso extra. La tradición de preparar mermeladas de mora acabó siendo industrializada, y así encontramos hoy la frutita en el sabor de algunos yogures y hasta barras dulces parecidas a las de membrillo.

Matorrales de moras creciendo al borde de las carreteras sureñas.

Una mora alemana, cultivada a nivel doméstico en el sector de Frutillar. Usualmente, son de mayor tamaño, pero me informan que las condiciones climáticas de esta última temporada produjeron drupas más pequeñas.

Las frambuesas, primas cercanas de la mora, también son sumamente cotizadas y utilizadas en la zona sur del país.

Empanadas dulces con rellenos de mora, de arándano y de frambuesa, de un puesto en el acceso al Fuerte San Antonio de Ancud, en Chiloé.

Empero, a diferencia de lo que ahora se ve en Santiago y sus inmediatos, en el sur del país aún abundan los matorrales con moras, de modo que no es extraño encontrar grupos de personas cosechándolas "a la antigua", reapareciendo así procesadas en innumerables productos locales. De hecho, son tantas las disponibles y las plantas llegan tan prolíficas, incluso los arbustos más pequeños, que el inmenso tonelaje de la producción silvestre de seguro se queda sin ser consumido y se fermenta en su propia mata, ya que ni las aves son suficientes para semejante fecundidad frutal.

Por aquellas razones, casi no existen caminos sureños sin moras: vías rurales del Maule y la Araucanía, las exigentes y extenuantes cuestas de Los Ríos, bordes de los bosques del Llanquihue, accesos a las caletas y muelles, senderos entre parques nacionales, carreteras viejas de Chiloé y hasta en la lengua de arena de Puntilla de Queilen o el estrecho pasillo de médanos de la península enfrente de Quicaví, en estos últimos dos casos internándose entre aguas oceánicas, de hecho.

Por si fuera poco, las moras aparecen también en los costados de las vías férreas; filetean zanjas y arroyos o trepan por árboles más grandes nativo e introducidos, sean robles, alerces, eucaliptos, manzanos, ciruelos o pinos, pues todos les sirven. Ni los cementerios se salvan, creciendo tupidamente entre criptas y lápidas de los camposantos.

Usadas tantas veces como cercos vivos y eficaces barreras alrededor de algunas propiedades rurales (habría sido esta la razón principal de su introducción en el país, según algunos), el temido armazón guerrero y trepador de las zarzamoras es, sin embargo, un tanto frágil ante ciertas circunstancias: en Frutillar y Casma, por ejemplo, se puede observar cómo el crecimiento explosivo de las enredaderas de suspiros, con sus características flores acampanadas de color blanco (creen los locales que señalando algo así como la ruta dejada por los colonos germanos en el sur del país), va estrangulando y haciendo retroceder a las acorazados sarmientos de las moras, por alguna razón. Al menos eso es lo que parece advertirse en algunos sectores de las viejas rutas del cesado ferrocarril y en caminos lodosos entre un pueblo y otro, así que le estarían pagando a la mora con su propia moneda.

Flores de moras y algunas drupas verdes, en pleno crecimiento.

Moras en diferentes estados de madurez del fruto.

Moras totalmente maduras y dulces, con algunas de ellas ya "pasadas", descomponiéndose en la mata.

En diciembre, durante la primera etapa de viaje, pude contemplar a las moras aún en flor y con cierta frustración, pues era imposible pellizcar aún alguna fruta. Fueron varias semanas en donde sólo podía encontrarse -con suerte- una que otra drupa verde en vías de convertirse en alguna de aquellas coronas oscuras y dulces. Según parece, en la altura y las rutas de cuestas comenzaron a aparecer las primeras de mi viaje, específicamente entre Lumaco y Traiguén, ya en enero.

Para el mes siguiente, en cambio, estaban casi todas rojas y amoratadas en el paisaje, agregando peso a las ramas y salpicando de colores el verde polvoriento de esas rutas. Por fin habían madurado; por fin podía arrancarle dulzores al camino.

Los sureños saben bien de las bondades de la mora, por supuesto: las llevan hasta sus mermeladas artesanales, rellenos de empanadas dulces, repostería, pastelería, licorería, confitería y los famosísimos kuchenes de la zona. Sin embargo, a diferencia de la mora corriente que crece en forma principalmente indómita (aunque no exclusivamente así), se permiten cultivar la llamada murra o mora alemana, una especie muy parecida a la fruta de la zarzamora común pero de color más rojizo y proporciones más generosas. Aunque es menos dulce y un poco más ácida, resulta muy cotizada en la repostería y la pastelería, siendo procesada de manera muy parecida a la frambuesa, fruta prima hermana de las moras, precisamente.

Aquel fue un viaje escoltado por las moras, entonces, en donde la fruta servía para agradar cada parada o descanso, fuera como bocadillo, refresco, golosina o simple compañía... Y es que, con su generoso ofrecimiento, insisto en que las zarzamoras sí saben disculparse.

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