CONOCIENDO AL ÚLTIMO DE LOS CINCO CEMENTERIOS DE MEJILLONES

 

Fuente imagen base: Sitio web de la Ilustre Municipalidad de Mejillones.
Coordenadas: 23°06'19.8"S 70°25'34.5"W
No es uno de los camposantos más grandes de Chile, ni de los más espectaculares, tal vez. Tampoco es del tipo laberinto de nichos decimonónicos, en su caso careciendo de los mausoleos más ostentosos y aristocráticos que abundan en otros recintos funerarios. Sin embargo, el Cementerio Municipal de la ciudad de Mejillones, en la Provincia de Antofagasta, sigue siendo uno típico del Norte Grande, particularmente del territorio salitrero, y no deja de ser uno de los más interesantes del Chile tanto por su historia, sus características y algunos de sus personajes allí sepultados.
Ubicado en el borde Sur de la Ruta B-262, la misma que pasa a ser la avenida Andalicán a partir de la entrada a la ciudad, llegamos hasta este cementerio caminando desde el sector céntrico por esa misma vía. Se sitúa enfrente del barrio industrial del puerto y en los límites del área urbana, aunque no tan retirado para quien quiera ir a pie bajo el inclemente Sol atacameño, quizá.
Se puede llegar a él pasando el cruce de la vía férrea, esa en donde el hiperquinético y enérgico alcalde Marcelino Carvajal Ferreira, que estuvo en el cargo desde 1992 a 2016, hizo colocar los discos "Pare" con la palabra también en coreano, luego que inmigrantes de esta nacionalidad residentes en la ciudad no lo acataran y se excusaran diciendo que no entendían la señal en castellano. Algún accidente ha ocurrido allí por esta clase de desobediencias, según se recuerda.
A pesar de ser un cementerio histórico, el de Mejillones es, sin embargo, sólo el último de cinco que tuvo antes la ciudad. Es muy posible que hayan existido otros anteriores de origen indígena, de hecho, según evidencia arqueológica hallada entre 1987 y 1999 en el lugar que ocupa la planta de la Compañía de Explosivos Enaex en la avenida de la Compañía de Fertilizantes de Mejillones, junto a la costa y cerca de un kilómetro hacia el Nor-poniente del actual cementerio. También se han realizado hallazgos en los sectores de Cerro Moreno y Los Canastos, más al Sur.
Hace tiempo quería comentar algo de la historia de estos cementerios que son, en resumen, la historia del mismo actual Cementerio Municipal de Tocopilla, pues más que antecedentes de éste, forman parte de la semblanza de la ciudad misma en diferentes etapas de su desarrollo y poblamiento, por generaciones que siempre tuvieron la muy terrenal necesidad de sepultar a sus fallecidos.
El cuentista y cronista local Wilfredo Santoro Cerda, cabeza del Consejo Patrimonial de Mejillones e investigador infatigable, ha publicado interesantes artículos en el "Diario Electrónico de Mejillones" (el más revelador de ellos titulado "Mejillones y sus cinco cementerios", del martes 11 de febrero de 2014), en donde repasa información que aportara, en su momento, Edly Shanks Arqueros, entrevistado por Iván Cortés Martínez en Radio "Mejillones FM", el jueves 26 de octubre de 1989.
Antiguo radical de la provincia fallecido a fines del siglo XX, Shanks Arqueros había sido alcalde de Mejillones entre 1971 y 1972 y era descendiente del ingeniero estadounidense James Perkins Shanks, su abuelo, que se desempeñó como constructor industrial en la ciudad en el siglo XIX.
Shanks Arqueros, tuvo siempre una memoria prodigiosa y aportó datos interesantes a los investigadores sobre la ubicación que habrían tenido aquellos antiguos cementerios de Mejillones. Él señalaba que el primer cementerio de la ciudad en su período fundacional, estuvo en el sector de Playa Blanca, cerca de Punta Angamos y de la Playa Punta de Rieles. Se encontraba en la planicie encima de aquella playa, y se vinculaba a la llegada de los campamento de trabajadores ocupando las instalaciones que habían pertenecido antes a la sociedad del Barón Auguste de la Riviere y José Díaz Gana, de tres hectáreas. Estos asentamientos iniciaron la explotación del guano rojo desde fines de 1862, en las covaderas autorizadas a la sociedad de Juan "Chango" López, Matías Torres y Juan Garday, que recibieron el mismo terreno.
Luego de grandes problemas con las autoridades bolivianas que consideraban suyo tal territorio, "Chango" López pudo organizar la creación de una aldehuela de trabajo en la que entonces fue llamada Caleta Ño Robles, hoy conocida como Ancora. No fue fácil para él este período, por su puesto, considerando las tensiones por la cuestión territorial de Atacama entre Chile y Bolivia.
La administración boliviana que se hizo cargo del territorio a partir del Tratado de 1866 con Chile, parece haber dificultado mucho los trabajos de la sociedad. El campamento de Caleta Ño Robles quedaría abandonado con el tiempo, con su cementerio expuesto a guaqueros y saqueadores. En los años sesenta del siglo pasado, fue desmantelado casi totalmente, aunque Santoro asegura que aún pueden observarse restos de lo que fueron las tumbas.
El segundo cementerio en la historia urbana de Mejillones, se situó ya en tiempos de administración boliviana de la ciudad, en sector costero de la pampa, aunque en el área urbana chilena y fundacional de la misma, de la que queda muy poco.
Estaba en el camino hacia La Rinconada, junto a la Avenida Fertilizantes,  detrás de un área de camping del sindicato de la Corporación Nacional del Cobre (CODELCO) que se instaló mucho tiempo más tarde en el sector frente a la bahía. Por entonces, estaba allí el barrio chileno y el edificio de la ex Aduana que fue trasladado a Antofagasta que hoy alberga al Museo Regional en la vecina ciudad.
Puede ser que este cementerio haya comenzado a funcionar hacia 1867, considerando que la firma del tratado que cedía el territorio a Bolivia había sido firmado recién el año anterior. Fue un cementerio de gran tamaño, según se recuerda, y tiene un mérito especial: habría sido el sitio en que fueron sepultados por seis días, supuestamente, los restos del Almirante Miguel Grau por los chilenos, tras haber muerto en la captura del "Huáscar" frente a Punta Angamos, en octubre de 1879. Esto aparece mencionado a la pasada, de hecho, en "Adiós al Séptimo de Línea" de Jorge Inostrosa. Como es sabido, después sus restos fueron llevados a Valparaíso por el Capitán de Fragata Óscar Viel, quien los sepultó provisoriamente en su mausoleo familiar de Santiago.
En 2011 hubo intentos por localizar en el sitio el lugar correspondiente a la supuesta tumba provisoria de Grau. Santoro, dirigiendo esta exploración, aseguraba que el sitio propiamente tal no se había tocado desde entonces y que contaba con una descripción del mismo en la literatura: correspondería a un llano en donde se veían las 33 tumbas del lugar, contando a los demás enterrados de la tripulación del "Huáscar". Esto era en la entrada al camposanto, "a mano derecha" y con las tumbas de Aguirre y Serré acompañándolo, según Patricio Greve Moller en "Crónica del Chacabuco 6° de Línea".
A pesar de los esfuerzos, nunca se ha podido dar con el punto preciso del apodado Cementerio de Grau, a pesar de haberse continuado la investigación respectiva en 2018. Santoro y el investigador Florentino Novoa han estado insistiendo en la declaratoria de zona patrimonial para dichos terrenos y los pertenecientes al antiguo barrio chileno. Las tumbas, sin embargo, hoy estarían vacías, ya que la repatriación de todos los restos se completó pocos años después de la guerra.
Por otro lado, aparecieron restos de tres niños en el mismo sector vecino al camping CODELCO en julio de 2014, durante unos trabajos de movimientos de tierra. Las osamentas, que fueron datadas del siglo XIX, terminaron siendo trasladadas hasta el actual cementerio.
Este cementerio desaparecido se relaciona también con una leyenda sobre tesoros perdidos en el folclore de Mejillones, descrita por quien fuera otro célebre personaje local: el exsubdelegado civil, poeta y escultor Jorge Chacón Villarroel, que también fue entrevistado por Iván Cortés, como informa Santoro.
La leyenda de marras decía que en el Mejillones de 1879 y habiendo muchos chilenos residentes, la escasa población boliviana mantenían un importante poder económico y recibía un trato preferentemente de autoridades, también altiplánicas. Sin embargo, al ser inminente la ruptura diplomática y la ocupación chilena de Antofagasta, aquellos ciudadanos bolivianos corrieron con todas sus joyas, riquezas y objetos valiosos hasta el cementerio, para enterrarlo en las puertas del mismo antes de huir a bordo de un vapor que recaló en aquel puerto.
Chacón Villarroel había logrado dar con documentos antiguos que habrían demostrado la existencia de tal tesoro sepultado "a las puertas del cementerio", bajo el arco de la entrada, referencia que usaban en varias fuentes para señalar el destino de tales joyas, además de las descripciones del lugar. Agrega la leyenda que, tiempo después de la guerra y cuando el desierto se había tragado al viejo camposanto, todavía bajaban personas desde trenes misteriosos que llegaban en la noche y con palas, intentando encontrar el tesoro perdido.
El tercer cementerio y último de los que tuvo Mejillones en el siglo XIX, surge de otra de las tantas tragedias y emergencias sanitarias que atacaron al territorio chileno en aquellos años. No sabemos qué participación pudo haber tenido o no en su uso el azote de peste bubónica de 1903, expandida por las costas del Norte y traída desde El Callao por el navío "maldito", el SS "Columbia", pero sí es claro que este lugar existió alguna vez allí.
Sí se sabe que, por una de esas plagas, particularmente, la que se relacionó con el azote de la fiebre amarilla ocurrido en 1912, lo servicios del cementerio se debieron extender hasta el siglo siguiente. Esto se indica así también en el relato de Santoro. La urgencia por sepultar a los fallecidos lejos de la ciudad para detener los contagios, había llevado a las autoridades a habilitar para estos propósitos, un terreno del pequeño cementerio ubicado prácticamente enfrente del actual camposanto, un poco más hacia el oriente.
Fue conocido como el Lazareto, por corresponder a las fosas del hospital de aislamiento infeccioso que se improvisó para atender a los innumerables enfermos de aquella aciaga temporada con la epidemia golpeado la región.
Aquel cementerio se encontraba vecino a la planta Enaex, y según recordaba Edly Shanks, para sepultar a los fallecidos "pescaban un calamina, ponían un par de sacos, ponían el cadáver encima y después otra calamina más".
El primer cementerio que se fundó en Mejillones en el siglo XX, fue instalado al pie del cerro hacia el final de avenida Fertilizantes, junto a la ruta que lleva a la península y en el sector de las canteras. Se estableció en 1914, casi simultáneamente con el actual camposanto, pero por alguna razón no prosperó y quedó en el olvido.
Al parecer, este cementerio, por algún error o creencia popular, también fue llamado por un tiempo como el Cementerio Boliviano (muchos mejilloninos se refieren así a todos los cementerios anteriores al actual) y se lo creía más antiguo de lo que en realidad era, tal vez por el estado de abandono y destrucción de sus sepulturas. Shanks Arqueros, sin embargo, negaba rotundamente que hubiese alguna relación cronológica o administrativa de esos últimos cementerios con el período de administración altiplánica de esta ciudad.
Sin embargo, no tenemos claro si este penúltimo camposanto guardaba alguna relación con el cementerio anterior que había por este mismo lado, correspondiente al segundo de Mejillones.
De acuerdo a la misma fuente, este cementerio habría sido el lugar en el que eran sepultados los habitantes del caserío antiguo de la ciudad, del campamento de trabajadores de Buchanan Jones, nombre derivado de la presencia en el pasado de la firma Buchanan, Jones & Cía., filial de la Compañía Salitrera El Loa a fines de los años veinte. El campamento estaba enfrente de la Playa La Rinconada, al extremo oriente de la ciudad.
Dicha necrópolis habría permanecido en uso hasta 1927, cuando comenzó a dejar de ser usado y la importancia del cementerio del otro extremo del mapa urbano ya lo había superado por completo.
La historia del actual camposanto municipal, la encontramos sintetizada en una placa dentro del acceso al mismo. A diferencia de los casos anteriores, además, no cuesta demasiado poder completarla siguiendo las fuentes locales, como el departamento de cultura de la Municipalidad.
Por Decreto N° 1440 del 28 de julio de 1913, del Ministerio de Industrias y Obras Públicas, se autorizó la construcción de una portada y de un cierre perimetral para el nuevo Cementerio de Mejillones, de acuerdo a la propuesta del contratista Lisandro Álvarez. La necrópolis pudo existir desde algunos años antes, tal vez, en la misma ubicación de la actual y donde forma un gran cuadrado de unos 200 metros por lado, pero las fuentes concluyen a coro que se habilitó como lugar de sepultaciones ese mismo año.
Las obras de construcción involucraron una inversión de $77.000 pesos de la época, estableciéndose un plazo de siete meses para terminarlas. La idea era dar elegancia y categoría a la entonces muy sencilla entrada de cortejos y visitantes al cementerio, con una gran portada tipo panteón que solemnizara apropiadamente la despedida de los habitantes de Mejillones desde este mundo de los vivos.
El diseño de aquel frente, de albañilería y concreto, quedó en cargado al arquitecto Leonello Bottacci Borgheresi, italiano con estudios en Chile que llegó a tener relevancia en la arquitectura historicista de la época, siendo contratado por la Dirección de Arquitectura de Obras Públicas al momento de encargársele este proyecto, en donde trabajó con el maestro francés Emile Doyere. Entre otras conocidas obras suyas, estaba el destruido Edificio Maino Hermanos de Santiago. En Mejillones también dejó su huella en el Edificio de la Capitanía de Puerto.
Ecléctico por excelencia, Bottacci concibió la portada del cementerio en una sugestiva fusión de elementos del neoclásico, el neorrenacentismo y leves toques neobizantinos, con un inmueble simétrico de portalón central y cúpula con cruz en su fastigio y bellas pinturas abajo, al interior de la bóveda. Destacan los vanos en arco de medio punto de la fachada. El interior es un pasillo transversal al acceso con dependencias laterales. El ingreso se alinea con la calle interior principal del cementerio.
Sin embargo, a causa de varios retrasos y problemas inesperados surgidos en el camino, las obras se prolongaron mucho más del plazo estimado y pudieron ser concluidas sólo en julio de 1916, cuando el camposanto llevaba tiempo ya en uso y recibiendo fallecidos, según entendemos.
Hoy, la portada del cementerio está en muy buen estado de conservación. Algunas modificaciones positivas y otras poco afortunadas han cambiado parte del aspecto interior del cementerio, sin embargo, además del envejecimiento de sus sepulturas más antiguas. En 2010 se dio el vamos a un proyecto para agregar nuevos pabellones de nichos. A pesar de todo, es uno de los sitios más interesantes de la ciudad, en el que incluso se han realizado visitas guiadas relacionadas con sus personajes ilustres y mitos, dado su valor patrimonial y cultural para la provincia.
Hay algunos sepultados "históricos" del Cementerio Municipal de Mejillones, por supuesto. Existe también la leyenda de que hubo sepulturas de veteranos de la Guerra del Pacífico en el pasado, especialmente por el lado oriental del camposanto, lo que es una posibilidad muy verosímil considerando las fechas. Esa fue la principal razón de nuestra visita, de hecho, intentando verificar o desmentir aquella creencia. Las observaciones que hicimos en terreno en 2013 y de las que participamos con la Fundación Museo de la Guerra del Pacífico "Domingo de Toro Herrera", no fueron suficientes para confirmar tal posibilidad.
Entre los mismos finados "históricos" del cementerio, está el padrastro de origen portugués del poeta y escritor vanguardista mejillonino Neftalí Agrella (1896-1957), a quien le dedicada su poema titulado "El capitán abandonado":
Le vino a conocer al final de su vida:
cuando aquella existencia, rompiendo sus cadenas,
por las aguas de Dios iba ya a la deriva.
Pero antes había navegado treinta años
revuelto en la sartén de las tripulaciones.
Fue visto en muchos puertos de colores extraños
y sintió en su cabeza rugir muchos tifones.
Ah, viejo Capitán…, me deslumbra tu vida; y pienso
que si aquí quedar pudo encallada y perdida
fue porque ya cumplió su itinerario extenso.
Aquí duermes en paz, a la orilla del mundo.
Tu grande amigo el Mar rumorea a tu lado.
Oigo alzarse en las noches su gemido profundo:
¿será por ti, oh Capitán abandonado?
En ciertas noches suena como aplauso de una multitud entusiasta,
y el rural cementerio pinta de azul la luna
colgando su linterna cerca de Antofagasta.
Pienso entonces en todos los rudos marineros
que aquí bajo tres pies de tierra están dormidos.
¡Ya solamente son fuegos fatuos viajeros,
y sus vidas romances inéditos, perdidos!
Y recuerdo tu vida, tu imagen y tu suerte,
¡oh, viejo Capitán de cabello nevado!
Tenías buen humor y eras violento y fuerte.
Pero moriste al fin abandonado
por las tripulaciones del mar y tierra firme.
Ahora, antes de irme,
trazo por ti estos versos teñidos de emoción,
aquí donde tu cita final tuviste con la Muerte…
Lamentablemente, las remodelaciones interiores del cementerio hicieron que su tumba con armazón tipo corral de madera, tan comunes en las sepulturas del Norte Grande, fuera cambiada de lugar para la construcción de un grupo de nichos. Como consecuencia de esta modificación tan imprudente pero al parecer necesaria, la ubicación precisa de la tumba con el nombre del personaje se perdieron para siempre.
Sin embargo, el personaje más popular de todos los sepultados en este cementerio, sin duda ha de ser el músico Gamelín Guerra Seura (1906-1988), antofagastino de nacimiento (Oficina Salitrera Pepita) que, dedicado a la música y a la trova, compuso el tema fox-trot casi himno de Mejillones y clásico de la música chilena: "En Mejillones yo tuve un amor", que popularizaron artistas como Los Perlas, Los Quincheros, Lalo Parra y especialmente por Jorge Abril (padre) cuando recién comenzaba a sonar el tema, este último fallecido bajo los fierros de un tranvía en medio del ambiente bohemio de calle Bandera, en Santiago. La letra de este clásico de los años cuarenta, decía:
En mejillones yo tuve un amor,
Hoy no lo puedo encontrar,
Quizás en estas playas,
Esperándome estará.
Era una linda rubiecita,
Ojos de verde mar,
Me dio un beso y se fue,
No volvió más.
Ahora díganme dónde estará,
Que no la puedo encontrar,
Mi corazón no puede,
Sería fatalidad.
Yo no podré irme sin ella,
Nunca jamás,
Pero alguno de estos días presiento,
Ha de volver.
Mejillones yo te quiero
Y me da mucha tristeza,
Alumbrar con tus faroles,
Esperando que amanezca.
Mejillones duerme, duerme,
Pero duerme como un niño,
Despierta mejillones, me dirás:
Aquí tienes mi cariño.
Curiosamente, sin embargo, Guerra no fue sepultado acá cuando murió en Santiago, a los 82 años. Fue por una posterior gestión casi personal del tozudo y decidido alcalde Carvajal, incluyendo entrevistas con sus descendientes, que logró traer sus restos hasta la pequeña ciudad nortina y sepultarlos con gran pompa. Para esto, se le destinó un espacio adaptado como mausoleo en una de las alas del pabellón en la portada del cementerio, siendo recibido allí el 12 de octubre de 1995. Permanece en este sitio con honores, los agradecimientos de los mejilloninos y una estatua del propio músico junto a la puerta de acceso. Su nombre también se ha dado al Centro Cultural de Mejillones, entre otros referentes.
Como otros queridos personajes, además está sepultado acá, desde 2016, el Bombero Luis Rojas Gaete, integrante de 3ª Compañía "Bomba Angamos" de Mejillones y uno de los fundadores de la  4ª Compañía "Bomba Alemania" de Calama.
Tierra generosa en artistas, poetas y músicos, uno de los últimos personajes populares de Mejillones llegado a este cementerio, en mayo de 2019, fue el cantante callejero Pedro Guerra, más conocido como Pedrín y el Chico de las Conchas, por sus particulares instrumentos de acompañamiento. Tras morir en su ciudad natal de un cáncer pulmonar, quienes fueron sus responsos en la Iglesia Corazón de María despidieron al fallecido haciendo sonar conchas de moluscos, como aquellos con los que hacía su música, tanto en la salida como en la llegada de cortejo al cementerio.

Comentarios

  1. Mensajes recuperados desde la antigua ubicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:

    Sebastián23 de marzo de 2020, 18:23

    Muy buena nota. Todos los cementerios deberían ser patrimoniales.
    ResponderBorrar

    gilberto gomez valdivia11 de octubre de 2021, 18:25

    Un aporte a la cultura pero lo mejor es lo simple de leer...Mi punto es que ando tras los pasos de un grumete Domingo Jhonson y que esta enterrado alli..Me gustaria ir a dejarle flores

    ResponderEliminar

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